La acción del ser humano en el compartir
El ser humano está llamado a interrogarse cada día sobre su
propio futuro; y, como ser libre y cumplidor, a cooperar y a colaborar
responsablemente con sus análogos. Todos vamos en ese camino existencial en el
que hoy más que nunca debemos entendernos. Por eso, si la ciencia es la
herramienta que hemos desarrollado tanto para comprender el mundo que nos rodea
como para aplicar esos conocimientos en nuestro beneficio; las letras, también
son esos instrumentos fundamentales para que lo armónico, espigado a través de
un desarrollo sostenible, nos injerte ese sosiego que da el auténtico diálogo
entre culturas y que tanto necesitamos para cohabitar. De ahí, lo saludable que
es poder compartir conocimientos e ilusiones, anhelos y esperanzas,
sentimientos y hazañas; cuando menos para acercarnos más unos a otros y
favorecer la toma de decisiones conjuntas de manera colectiva y razonada.
Sin duda, es desde el compartir como se puede hallar la
rectitud y dar respuesta a todas nuestras expectativas. Nadie es dueño de nadie
ni de nada. No podemos disponer a nuestro antojo. El mundo tampoco puede ser
propiedad únicamente de unos privilegiados. Cuántas veces nosotros mismos
miramos hacia otro lado para no darnos cuenta de tantos necesitados. Olvidamos
que sin ese donarse no hay verdadera felicidad por muchos caudales que
atesoremos. Por cierto, ya en su tiempo el inolvidable dramaturgo español
Jacinto Benavente (1866-1954), decía que
“el único egoísmo aceptable es el de procurar que todos estén bien para estar
uno mejor”. ¡Cuánta razón hay en ello!
Ojalá aprendamos a pensar más que en nosotros mismos en los demás, en ponernos
en el lugar del otro, sobre todo en aquellos que no tienen lo necesario para
vivir. Al fin y al cabo, la cuestión no
es dar migajas, que no cuestan ni duelen, sino el entregarse incondicionalmente
al que demanda auxilio o compañía.
En cualquier caso, yo creo que todavía no es demasiado tarde
para construir un mundo más humano (hermano), a pesar de la deshumanización que
padecemos y de los actos inhumanos que sufrimos en propio cuerpo cada amanecer.
Confieso que hay situaciones que verdaderamente me esperanzan. Pongamos por
caso, esa oportunidad única para cambiar el rumbo del cultivo de coca en
Colombia y ayudar a los agricultores a adoptar el desarrollo alternativo,
gracias al reciente acuerdo histórico del gobierno colombiano y la Oficina de
la ONU contra la droga y el delito (UNODC). O esa otra declaración de la ONU, a
través de Jane Connors, en la que explicita la toma de medidas significativas
para asegurar que todo el mundo sepa que la explotación y el abuso sexual son
totalmente imperdonables y no se tolerarán de ninguna manera. Desde luego,
tenemos que ser compasivos, pero también tenemos que dar visibilidad a los que
han sufrido, escucharles más y mejor, pues siempre tendrán algo en su mente
dispuestos a participarnos.
No sé qué nos pasa, pero la realidad es la que es, y como
decía Jacinto Benavente: “más se unen los hombres para compartir un mismo odio
que un mismo amor”. Demos, pues, un paso adelante y pongamos de moda, una
palabra clave a la que no debemos tenerle miedo, la adhesión generosa del
repartir y acompañar. Eso es lo que los moradores del planeta necesitamos,
valor y valentía para cobijar a los excluidos socialmente. Entonces nuestra
existencia será realmente fecunda, porque solo compartiendo, uno puede crecerse
y estar radiante, máxime en un momento en el que las vidas de docenas de
millones de personas, desterradas y forzadas a abandonar sus hogares, llaman a
la puerta de nuestro corazón. Precisamente, el nuevo reporte de la Agencia de
la ONU para Refugiados (ACNUR) alerta sobre la discriminación, la exclusión y
la persecución que sufren diariamente apátridas a nivel mundial; lo que nos
exige un cambio de tácticas, sobre todo más enternecidas, al menos para
garantizar la igualdad de acceso al derecho a la nacionalidad para todas las
personas.
Sea como fuere, está visto que tan solo el amor es el que
derriba los muros y acorta las distancias. Aún tenemos que aprender a
practicarlo, si en verdad queremos avivar ese deseo de proximidad entre unos y
otros. Sin embargo, cuando la avaricia, o el espíritu corrupto nos encarnan,
difícilmente se puede llevar a buen término una distribución justa de las riquezas.
Por consiguiente, es preciso que las conciencias se reconcilien a la justicia,
a la igualdad, a la sobriedad y al compartir. Sólo así podemos ascender a la
construcción de la paz en un mundo tan convulso como el presente, en el que el
progreso del conocimiento, no nos hace mejores personas, sino todo lo
contrario, fruto de esa miseria moral que nos desborda por todos los rincones
de la tierra y que nos impide corregir los errores de nuestras bajezas e
instintos. Soy de los que piensan, por ende, de que cuando desaparece de una
nación el sentido de la ética de sus gobernantes, toda la estructura social
también va hacia el desmoronamiento. Consecuentemente, todo radica en el factor
estético de la moral y el corresponder no iba a ser menos. Pensemos que ya lo
advertía en su época el escritor francés, Albert Camus (1913-1960), al señalar
que “un hombre sin ética es una bestia salvaje soltada a este mundo”. Lo malo
es que este orbe se ha globalizado de barbaries. Es evidente, en consecuencia,
que continuamos sin empatía y así no podemos aprender lección alguna de
concordia. En suma, que nos puede el interés más de lo debido, para desgracia
de todos.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor