martes, 21 de diciembre de 2021
Algo más que palabras
¡Cuánto mal podría ser evitado!
“Rompemos vínculos, sin crear esperanza alguna de
caminantes, tomando el pedestal de la soberbia como impulso, la ingratitud y la
envidia como vitalidad; y, en realidad, todo esto nos enferma de desánimo,
hasta dejarnos marchitos de dolor”.
Multiplicamos los deseos, pero nos falta el ejercicio de la
voluntad. Reproducimos nuestros afanes y desvelos, pero tampoco activamos el
espíritu creativo. Andamos necesitados de sosiego y apenas buscamos tiempo para
alimentar de poemas el alma, que es lo que en verdad nos tranquiliza el
corazón, llenándonos de paz interior. Deberíamos despojarnos, por tanto, de
este corrupto ambiente, que nos ha hecho perder hasta nuestra propia
conciencia; dejándonos sin aliento para continuar el abecedario de las pulsaciones
y proseguir caminos nuevos. Como tantas veces he dicho: ¡Nos falta corazón y
nos sobra coraza! Así no podemos innovar, dado que los cimientos existenciales
son más poéticos que poderosos. Por desgracia, nos puede el instinto dominador
antes que la mano tendida. Rompemos vínculos, sin crear esperanza alguna de
caminantes, tomando el pedestal de la soberbia como impulso, la ingratitud y la
envidia como vitalidad; y, en realidad, todo esto nos enferma de desánimo,
hasta dejarnos marchitos de dolor. La situación es bien clara, de agobio
permanente y de necedad continua.
Ciertamente, aumentan los muertos en vida, porque han dejado
de ser algo digno, afectados por el grave virus de la indiferencia y la
exclusión. ¡Cuánto mal podría ser evitado! El estigma social y la falta de
cuidado entre semejantes continúan siendo los principales obstáculos, sobre
todo en la búsqueda de asistencia para el germen de la desesperación, lo que
pone de relieve la necesidad de campañas que nos conciencien en la escucha de la
mente y en la sintonía entre similares. La intoxicación social es tan fuerte
que además todo se confunde. La falsedad gobierna al mundo. Cada día son más
las personas que no se aguantan ni ellas mismas. Así pues, vivir, que es un
depender y un compartir como especie pensante, se ha convertido en un triste
morar de piedra en piedra. No acertamos a labrar horizonte alguno, nos
endiosamos antes. Por otra parte, somos incapaces de implantar una convivencia
armónica y de hermanarnos, fallamos en los principios y valores, en la recta
razón que ha de ser y en el deber responsable. Por si fuera poco, caminamos
ausentes e individualistas, levantando barreras y sembrando veneno.
Fruto de todo este aluvión de penurias son las múltiples
contiendas que nos acorralan, ante el tremendo reinado de la malicia humana,
que todo lo desequilibra, hasta el extremo que nuestra propio hábitat, nos
avisa continuamente del propio malestar de las hazañas humanas. Quizás tengamos
que tomar otras vías más auténticas, como esas gentes que trabajan en los
lugares más remotos y peligrosos para servir a las personas más vulnerables del
mundo. Estaría bien que fuesen nuestro referente y supiéramos rodearnos de
lenguajes más interiores que exteriores. Envolvernos de místicas que nos vivifiquen
por dentro, después del esfuerzo de batallar con las cruces que nos lanzamos
unos contra otros, puede ser una buena terapia. De ahí, lo importante que es
repensar sobre el trayecto andado y ver la manera de entonar un nuevo pulso
regenerador, como expresión de amor, lo que nos invita a enraizar nuestros
pasos en el buen decir y mejor obrar.
Precisamente, es la vida la que nos rejuvenece y nos da
savia de continuidad. Desde luego, no es humano destruirnos. Tal vez será
saludable hacer recuento de lo vivido para comenzar a no enfrentarse a uno mismo y vivir con
plenitud y dignidad, reconocerse parte del universo y compartir el diario de
asombros que el camino nos ofrece. Proseguir amortajando nuestro propio andar es
inaceptable. Cuerpo y espíritu o itinerarios y horizontes, forman parte de la
atmósfera armónica que requerimos y que hemos de trabajar, cada cual desde su
misión viviente, para estar en un equilibrio natural y experimentar esa
consideración entre identidades diversas. En consecuencia, desfallecer en vida
es lo peor que nos puede pasar como raza. Al fin y al cabo, todos necesitamos
de una viva compañía, al menos para poder abrir los ojos y disfrutar del
singular concierto de los días, siempre cargado de estímulos que nos renacen.
El inolvidable rebrote de latidos, afines a la belleza y a la bondad, son los
que nos hacen mejorar en todo, también en salud mental.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor