Algo más que palabras
Penosa realidad española por la falta de ética de las
responsabilidades
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Cuando un país se ha vuelto incapaz de gobernarse a sí
mismo, quizás por no poner en valor la ética de las responsabilidades, sólo
cabe la reflexión de todos para poder cambiar de actitudes. En su tiempo ya
invitaba Confucio (551 AC-478 AC, Filósofo chino), a reconducir al Estado como
se conduce a la familia, con autoridad, competencia y buen ejemplo. Lo que
sucede es que para ello, hace falta pasar de las buenas intenciones, de la
palabrería fácil a los hechos, para los que se necesita mucha capacidad de
servicio, de entrega generosa y una fuerte ración de humildad. No olvidemos que
la política, como poética de gobierno, es una de las formas más altas de
entrega, porque es servir pacientemente al bien colectivo, sin exclusiones ni
etiquetas. Por ello, también la ciudadanía en su conjunto, no puede lavarse las
manos y cada ciudadano debe hacer algo, en la medida de sus posibilidades, para
favorecer la comprensión y el
entendimiento social. En consecuencia, pienso que los que gobiernan han
de hacerlo con menos tácticas partidistas, con más respeto y fidelidad a la
ciudadanía que representan; mientras, los gobernados, deben propiciar la
participación y la colaboración requerida.
Evidentemente, cada cual tenemos nuestra parcela de
asistencia para que los organismos no se resientan. En relación a este auxilio
y, a pesar de la dificultosa situación política española, hemos de reconocer
que el Rey como Jefe del Estado ha seguido, al menos hasta ahora, una exquisita
neutralidad constitucional, pues con gran ejemplaridad viene arbitrando y
moderando el funcionamiento regular de las instituciones. Subrayo, no obstante,
lo de deplorable realidad política española, ya que mientras que la ciudadanía
ha pedido con sus votos una forma nueva de gobierno, mediante diálogo y
consenso, resulta que nuestros gobernantes no saben o no quieren dialogar para
consensuar posturas. Algo tremendo en una democracia. Estos nuevos líderes
sociales, aparte de omitir la ética de las responsabilidades en su hoja de ruta
de servicio social, parece que tienen más interés por el poder que por servir a
la ciudadanía. A mi juicio les falta perspectiva de Estado. Debieran volver a
lo que fue la ejemplaridad de la transición española. De lo contrario, cada
pueblo tiene el gobierno que se merece. Desde luego, yo estoy a favor de que la
fuerza más votada, aunque no tenga los apoyos suficientes, ejerza su
responsabilidad constitucional de someterse a la votación de investidura. En
todo caso, no se puede retroceder, hay que avanzar siempre hacia la
gobernabilidad, tendiendo puentes por difíciles que nos parezcan.
El dialogo, cuando se sustenta en sólidos principios éticos,
sin duda facilita la resolución y el acercamiento de unos y otros. Por lo cual,
los que ejercen el poder no lo hacen como cosa propia, sino como mandato
constitucional, lo que exige también escuchar mucho. Sin embargo, como decía
Platón (427 AC-347 AC, Filósofo griego), allí donde el mando es codiciado y
disputado no puede haber buen gobierno ni reinará la concordia. Naturalmente,
tiene bien poco sentido mostrar actitudes prepotentes cuando todos hemos de
marchar por el mismo camino, el de garantizar la convivencia democrática dentro
de la Constitución, que nos hemos trazado en el 78 todos los españoles,
consolidando de este modo un Estado de Derecho que asegura el imperio de la ley
como expresión de la voluntad popular. Es verdad que esto no significa que
hemos de estar plenamente de acuerdo en todo, si así fuera puedo asegurar que
alguno piensa por ambos, lo que es menester portar altura de miras, en favor de
la búsqueda de entendimientos, para facilitar gobiernos que gobiernen para toda
la ciudadanía en su conjunto; y, sobre todo, para conseguir que se injerte
confianza a sus electores, a los inversores y a la misma Unión Europea. No
olvidemos que somos europeístas, queramos o no, y este nefasto clima de
inestabilidad política lo único que fomenta es incertidumbre, con el consabido
incremento de la prima de riesgo española y otras regresiones inversoras.
A mi juicio, no sería recomendable, por tanto, devolver la
pelota a los votantes y tener que convocar nuevas elecciones generales; con lo
que esto supone de alargar la inestabilidad, en un momento crucial para la
economía española. Hasta el momento presente, tenemos que decir que esta
bochornosa realidad española, lejos de decrecer se ha acrecentado debido, en
parte, a que los elegidos para representar al pueblo español, en vez de
intentar entenderse, lo que han pretendido es mercadear con los votos, obviando
por qué quieren gobernar y para qué quieren gobernar. Es verdad que no hace
falta un gobierno perfecto, pero si se necesita uno que al menos los bolsillos
de sus gobernantes sean de textura cristalina. Personalmente creo que no es
digno de mandar en otros ciudadanos, aquel que no es mejor que ellos.
En cualquier caso, considero que aún es tiempo de
enmendarse, de que los partidos políticos constitucionalistas con más votos,
ejerzan la ética de la responsabilidad y presenten conjuntamente sus proyectos
de gobierno. Es hora de sumar y no de restar, y en este sentido nuestra
Constitución, verdadero baluarte de una sociedad democrática avanzada, que protege
a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de los derechos
humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones, lo único que hace
es propiciar un clima en el que es posible concertar voluntades que aviven más
y mejor democracia, fundada sobre los principios inmutables de la ley natural y
los derechos humanos, y que será resueltamente inverso a aquella corrupción que
atribuye a la legislación del Estado un poder sin frenos y sin límites, y que
hace también del régimen democrático, a pesar de las apariencias paradójicas,
pero vacías, puro y simple sistema de absolutismo.
Ciertamente, la sociedad civil es el sustento democrático;
y, bajo estos parámetros, las políticas tienen que contribuir a formar
sociedades democráticas mejores y más fuertes; y a su vez, los políticos, han
de trabajar más unidos para que ningún pueblo sea ingobernable. Esto se
consigue no dejando a nadie atrás, con ganas de hacer cosas por los demás, con
la creatividad del pensamiento, o el intelecto colectivo, y el espíritu de la
unión, no de la uniformidad, sino con el deseo de activar gobiernos
responsables y receptivos. Por desgracia, ahí está la fractura que nunca se
debió producir, entre catalanes. Hoy mismo, varios miles de personas se han
concentrado en la plaza Santa Jaume, frente al Palau de la Generalitat, para
expresar su disconformidad con el programa independentista del gobierno
catalán. Sí elementos como la transparencia, la rendición de cuentas y una
gobernanza receptiva son esenciales para que las democracias avancen, no menos
importante es que el orden constitucional se cumpla y, en verdad, se trabaje
por el bien colectivo.
Reconozcamos, pues, que el diálogo es básico entre
políticos, pero sobre la base de principios universales, o como en el caso
español de su Constitución, y así poder evolucionar con políticas
fundamentadas, coherentes y congruentes con la ley de leyes. Ya está bien de
juegos interesados. Pongamos la ética
como abecedario, para que las formas democráticas de gobierno funcionen
debidamente, y, a buen seguro, de este modo se intensifiquen los encuentros
para propiciar la salida del laberinto de este caos, donde todo se mezcla en un
estado de confusión permanente, cuando de lo que se trata es de proponer un
candidato a la Presidencia del Gobierno, por parte del Monarca. ¡Cuántos
guiones y que poca capacidad de generosidad! Se me ocurre pensar: que quizás
falten hombres de Estado y sobren Parlamentarios.
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