Sé que cohabito en perpetuidad trascendiendo
I.- RECORDAR
Desearía ser ángel y no demonio.
Desearía hallarme conmigo y contigo.
Volver a ser la poesía que fui, el verso que soy.
Me pueden tantas desolaciones, que muero cada noche.
Es tan honda la pena que nada es en mi vida.
Ayer quería poseerte, hoy quiero olvidarte.
Mañana quizás no te recuerde.
Sé que no existo para ti.
Me has matado, lo sé.
Ya no me vives.
Porque ya ni tú me imaginas en tus sueños,
pues qué es vivir, sino soñar en desvivirse por el otro.
II.- PERPETUAR
Venimos a la vida para perpetuarnos como especie.
Somos de la vida, el amor que todo lo enciende.
La inspiración y la espiración del Creador.
La permanente balada de Dios en nuestros días.
Por eso, cuánto más vivo, más me crezco.
Más maravilloso se vuelve vivir.
Vivir, de tal modo, que hasta sin aire camine.
Pongamos oído y dejemos hablar el corazón.
Que un corazón sin coraza, es un niño que ríe.
Eternicémonos y enternezcámonos.
Porque tras nacer de un instante preciso,
nos queda renacer, justo en el precioso momento.
III.- TRASCENDER
La vida es un ascender cada día en el amor de amar.
En el amar se conjuga la esencia del vivir.
Y en el vivir la manera de no apagarse.
Pues somos la idea de superación o superioridad de Dios.
Su referencia y su referente.
Necesitamos tenerle, somos parte de sí.
Por eso le invocamos, hemos de sentirnos sus hijos.
En comunión con el Padre, hermanados porque sí.
Enhebrados a un sublime contacto, el tacto con la cruz.
Traspasados por el penitente llanto y el gozo redentor.
Porque con Jesús, uno siente tal magnetismo,
que no siendo nadie, lo es todo para sí y los demás.
Víctor Corcoba Herrero
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