Algo más que palabras
La apuesta por un líder que aglutine corazones
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Es hora de que los gobiernos del mundo fomenten la cultura
del encuentro y practiquen menos el cinismo, con el reconstituyente de
conciliar abecedarios y propiciar otros ambientes más armónicos, más justos,
más de todos en el deber responsable, para que podamos llegar a una sintonía
común dentro de la familia de las naciones. La crónica de los tiempos actuales
nos demuestra que cada día somos más ingobernables, en parte por nuestra
carencia afectiva para poder enfrentarnos a problemas complejos. La necedad nos
domina, y así es muy complicado poder allanar el camino de las sendas
negociadoras. Deberíamos escucharnos más todos, intentar comprendernos, pues el
mayor catalizador de progresos sociales ya no es el crecimiento económico, sino
el desarrollo como especie conjunta. Sin duda, necesitamos espacios de
participación, sentirnos protagonistas de un mundo más habitable, con el
vínculo de la solidaridad como actitud moral que mejor responde a la toma de conciencia
de nuestra época.
Lo importante no es tanto el orden, como la avenencia entre
culturas. De ahí, que subraye una vez más el requerimiento de un mundializado
gobierno, más poético que político, con el fin de que actúe como salvavidas de
la humanidad. Subrayo el término paradisíaco de esta tutela en favor del
linaje, porque ha de hacer frente a mil amenazas sin precedentes, y en ese
combate la autoridad de gobierno, aparte de estar siempre en guardia como los
verdaderos poetas, ha de germinar del amor a sus análogos y de la humildad de
sentirse parte de un todo. Nos merecemos otras expectativas, pues a pesar de
tantas cumbres, falta a veces voluntad humana para llevar a buen término, lo
que verdaderamente suele quedar en un sueño. O nos dignificamos como seres
humanos y protegemos nuestro hábitat, de manera vinculada entre todos, o el
caos más destructor nos lo serviremos nosotros mismos en bandeja.
La apuesta por ese mundializado gobierno tiene que
sustentarse en el permanente diálogo y en la continua escucha. Ha llegado el
momento de que nos tenemos que entender. Las armas no sirven. Pues a desarmarse
toca. Lo que vale es la mano tendida, el consuelo de unos para con otros. La
beneficencia, sin duda, puede aliviar los peores efectos de las crisis humanitarias,
complementar los servicios públicos de atención de la salud, la educación, la
vivienda y la protección de la infancia. De esto, la Madre Teresa de Calcuta es
un referente y una referencia, por su labor para superar la pobreza y tantas
debilidades que tenemos los humanos. Más que agendas, por tanto, necesitamos
líderes entregados a edificar nuevas sociedades menos competitivas, y más
hermanadas. Requerimos, por consiguiente, avanzar hacia el futuro con
esperanza. Pero, para este florecimiento humanitario, tenemos que estar unidos,
no fragmentados. El sufrimiento se lleva mejor compartido, no cabe duda. Cuando
falta ese abrazo en común, todo se vuelve desesperante, confuso, deprimente.
Ante este cúmulo de contrariedades nos conviene recapacitar;
reflexionar sobre la valoración moral de cada acto humano y madurar nuestra
manera de gobernarnos en este caminar por la existencia. El mundo se ha quedado
chico a nuestros ojos; sin embargo, cada día estamos más recluidos en nosotros,
cuando debiéramos estar más abiertos al mundo para consensuar objetivos
comunes, ya que resulta cada vez más evidente la creciente interdependencia de
la humanidad y de los mismos Estados entre sí. En efecto, la universalidad
llama a la puerta de todos los moradores del planeta.
En 1945, las naciones estaban en ruinas. La Segunda Guerra
Mundial había terminado y el mundo quería la paz. En 2016, el mundo sigue
siendo nuestro, de toda la humanidad; pero ésta ni se humaniza, ni se
compenetra. No pasamos de los buenos deseos. De promover más bien nada y de
asistir más bien poco. Nos falta, a mi juicio, ese gobierno mundial que no sólo
defienda el derecho internacional, sepa también protegerlo y defenderlo con
devoción y acción, así como vivirlo y renacerlo con valentía y constancia.
Quizás ahora entiendan lo de poético, o sea perpetuo, en conservación siempre,
para que persista el ser humano. No sólo hay que trabajar juntos para combatir
agobios, también hay que activar el pensamiento, para que entusiasmados,
gobernemos gracias al amor y no gracias al odio o la venganza.
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