Algo más que palabras
MENOSPRECIO HACIA LA VIDA DE ALGUNOS
“Todos nos merecemos vivir para poder obrar y dejar
constancia de lo que uno hace”.
La tolerancia es la mejor virtud, todo lo disculpa y todo lo
repara, puesto que soy imperfecto y necesito de la compañía del similar. Con lo
placentero que sería cultivar ese espíritu cercano, solidario entre sí, siempre
dispuesto a acompañarnos. Sin embargo, la sensación es otra. A veces cuesta
admitir que el extremismo y el radicalismo se impongan violentamente por
doquier, en un mundo cada vez más avanzado, que dice reconocer (más de boquilla
que de hechos) los derechos humanos y las libertades, pero que falla en
cuestiones tan básicas, como hacer realidad lo que es un deber moral, el
aprecio y la consideración por el ser humano. Hay un menosprecio hacia lo
diverso, verdaderamente preocupante, fruto de nuestra intolerancia y de nuestro
espíritu discriminatorio, lo que nos exige una toma de conciencia social más
respetuosa y tolerante. Desde luego, la mejor manera de combatir esta absurda
locura, pasa por repensar la incongruencia de esos rechazos y ver el modo de
convivir todos con todos, desde la autenticidad de lo que somos y a través de
la naturalidad del hallarse bien que da sentirnos comprendidos. Indudablemente
es necesario educar sobre el tema y enseñar a convivir. La solución está en
nuestras manos, en la de cada ciudadano, en su forma de ser y de actuar,
siempre sumando entendimientos para vivir unidos con dignidad y quietud.
A mi juicio nuestra gran asignatura pendiente, es aprender a
vivir con los demás, con los diferentes a nosotros. No se puede depreciar
ninguna vida. Todos nos merecemos vivir para poder obrar y dejar constancia de
lo que uno hace; por nacer a la vida cada día, acompasado por los semejantes y
acompañado por el instante preciso. Por eso es importante compartir horizontes,
hacerse piña, calmar ánimos, aminorar tensiones y conflictos locales, ensanchar
vínculos, cohesionarnos como humanidad. Ya está bien de destruirnos a nosotros
mismos. Hace falta salir de nuestros interiores, de nuestras clausuras
mentales, y abrirnos a lo armónico, para poder contagiarnos de ilusión, de la alegría
de cohabitar, del gozo de sentirnos útiles en sociedad, sin distinción alguna.
El camino no es fácil, se requiere que seamos familia, poseer activa la
confianza en cada cual, esperanzarse con respuestas y decisiones audaces, sin
obviar esa actitud de escucha que es lo que nos enriquece como linaje. En
consecuencia, nada de lo que le ocurra a un individuo, por lejano que esté de
nosotros, debe resultarnos ajeno. No olvidemos que todos vamos en el mismo
barco, en caminos diferentes, pero que hemos de reencontrarnos en la
continuidad del tiempo, con el verso de la inmortalidad, aunque todos somos
mortales en caparazón.
Por consiguiente, no es suficiente estar conectados, hace
falta despojarse de cualquier indiferencia, mostrándose flexible sobre todo a
la hora del diálogo, que ha de ser sincero y veraz. Lo importante es que
cambiemos de mentalidad y pongamos el respeto en toda conversación humana.
Ojalá aprendamos a abrirnos colectivamente,
a mundializarnos humanamente, a través de ese lenguaje del corazón, a
ser más claros y más profundos, más conscientes de nuestro paso por esta
existencia en la que todo se conjuga con el abecedario del amor más níveo. Sin
duda, en ese equipo conjunto, nadie puede quedar atrás, todos somos necesarios
e imprescindibles en la cancha de la vida. En este sentido, me parece una gran
oportunidad para hacer posible el cambio, cualquier desafío, o actos como el
propiciado por Naciones Unidas y los organizadores de los Juegos Olímpicos y
Paralímpicos de Tokio 2020, de firmar un acuerdo para poner de relieve la
importante contribución del deporte en la consecución de los Objetivos de
Desarrollo Sostenible para el año 2030. Pequeñas acciones cotidianas son las
que hacen un mundo más habitable, más de todos y de nadie en particular, más
fraterno en suma. Ojalá aprendamos a reconocernos más hermanos unos de otros,
más vida unos en otros, más poesía que poder en disposición de entrega, siempre
hacia los que nadie considera, ni ama. En ese vivir de mundo nuevo, con el que
sueño, entiendo que las palabras son caricias. Han dejado de ser espadas.
Difícil explicarlo, pero así ha de ser.
Víctor Corcoba
Herrero/ Escritor
No hay comentarios:
Publicar un comentario