“Nadie se vuelve retorcido repentinamente”
Ante una situación mundial, donde predomina un hálito tenso,
violento y desesperado, autodestructivo e injusto, es menester llevar a buen
término, una reflexión profunda y reivindicativa por parte de todos, a fin de
poder trabajar unidos, con disposición siempre al diálogo sincero y a la
consideración de toda existencia humana. No podemos continuar por este camino
de padecimientos, que aparte de degradarnos humanamente, nos tortura en
cualquier parte del planeta, dejándonos una huella tremenda de angustias y
miedos. Desde luego, hace tiempo que se advierte una decadencia cultural y
moral, que verdaderamente nos deja sin palabras. Sólo hay que ver la riada de
conflictos que nos sorprenden cada amanecer. Está bien movilizarnos, con vistas
a confirmar un cambio de rumbo, a dejarnos oír,
pero hagámoslo de manera pacífica, no nos pongamos a la altura de lo que
predican esas tendencias ideológicas vengativas, que manipulan las acciones,
adoctrinando a su antojo nuestra propia vida. Ha llegado el momento, por tanto,
de activar la responsabilidad, cada cual desde su morada, para que cese esta
incertidumbre que tanto nos desilusiona. Quizás tengamos que prestar más
atención unos a otros, activar el respeto en todo momento, no repelernos,
utilizar otras acciones menos intransigentes, pues lo importante tampoco es
luchar contra los individuos, sino contra la estupidez del mal que inspira sus
actuaciones.
¡Qué duros estos aconteceres! El dolor en el mundo se
acrecienta, precisamente, por esa falta de coherencia reconciliadora de algunas
personas insaciables y sin principios. Determinados poderes, además, suelen
lavarse las manos como Pilatos y no hacen justicia, pensando más en sus
intereses, o si quieren, en la ley de la fuerza que en la fuerza de la ley.
Junto a este espíritu impune, hay un impulso corrupto mundializado que nos deja
sin palabras. A propósito, puede ser un buen referente que la corrupción esté
reconocida en el Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea (TFUE) como una
de las “áreas de delitos particularmente graves con una dimensión
transfronteriza”. Desde luego, los casos ilícitos de alto perfil en los últimos
años han demostrado el daño potencial que la podredumbre puede causar a la
reputación del deporte, la política o los agentes económicos, por su integridad
y juego limpio. Por otra parte, cuesta entender que retrocedamos en el
cumplimiento de los derechos humanos, que es lo que realmente nos garantiza una
vida digna entre todos los moradores, ya sean de Oriente a Occidente, del Norte
o del Sur, del Este o del Oeste. Ante estos bochornosos contextos, hay que
levantar la voz y pedir compromisos a los que nos impiden caminar libremente.
No estamos llamados al sufrimiento, sino a una existencia en quietud, que nos
permita liberarnos de todo aquello que nos pesa e impide caminar con buen
hacer. Tenemos que superar todo este aluvión de maldades si en verdad queremos
vivir. Nadie se vuelve retorcido repentinamente.
Junto a esta atmosfera de contrariedades que no merecemos
aceptar, pues la omisión del bien no es menos culpable que la comisión del mal,
hay un sector de pobreza laboral, de mala calidad del trabajo y de persistentes
desigualdades en el mercado ocupacional que continúan siendo alarmantes,
generando un clima de preocupaciones que son ciertamente frustrantes. Cuando
tanto hablamos de mejorar en la eficiencia de los sistemas de protección
social, resulta que todo queda en palabras, los hechos están ahí: cada día más
personas se mueren desconsoladas en su tristeza; y, lo que es peor, horrendamente
solas. Al respecto, no hace mucho tiempo Naciones Unidas mostraba su
preocupación por un modelo de “estado de bienestar digital”, cuestión que va
dejando la política social en manos de fríos algoritmos. Lo que es motivo
muchas veces de acompañamiento físico, que requiere apoyo y ánimo de familia,
con lo que esto supone de entendimiento y unidad de las diferencias, resulta
que propiciamos lo contrario, el abandono más cruel. La inhumanidad es otro de
los factores que nos causan daño. Para sentirse bien hay que tener las puertas
del corazón siempre abiertas. Desde luego, esas entradas al bien colectivo han
de universalizarse, más allá de los horizontes particulares de algunos. Lo que
da cohesión y fortaleza a una especie pensante como la nuestra, es el activo de
metas comunes, los valores compartidos, los ideales que ayudan a ser piña para
poder caminar a pesar de los desalientos. Así, aunque la experiencia del
martirio sea grande, participada se sobrelleva mejor y te hace, su poética
medicina, no volver la mirada atrás. Al igual que Neruda, yo también pienso,
que “la poesía nace del dolor”, y la congoja cuando vierte sus lágrimas, nos
muestra que tras el llanto siempre uno revive con más fortaleza, como esa
planta del jardín tras la lluvia. Ojalá nos reconduzcamos hacia unos espacios
más armónicos, de justo progreso común, por el bien de toda la humanidad.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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