Uniendo fuerzas para respetar derechos
“Fuerte colonización ideológica”
El inolvidable filósofo y escritor español Miguel de Unamuno
(1864-1936), apostaba por el anhelo de “vivir y morir en el ejército de los
humildes”; conocedor de que las personas se degradan sin llaneza y sencillez.
Desde luego, no hay mayor pujanza que activar un proyecto que nos haga
resistentes, aunque cuando todo parece acabado, surgen nuevos motores, señal de
que uno vive, y por nacer y renacer, ha de hacerlo con los mismos derechos. A
propósito, Naciones Unidas, a mi juicio con buen criterio, acaba de lanzar un
plan de acción para fortalecer los derechos humanos ante la erosión del Estado
de derecho. Sin duda, nunca es tarde para volver a empezar de nuevo, uniendo
fuerzas y activando la esperanza, por mucho que nos desborde la tristeza, los
rencores, las incertidumbres, las dudas o los fracasos. Pueden crecer los
temores, pero hay que ponerse en combate, conciliando y reconciliando
pareceres, al menos para eliminar la discriminación y aminorar tantas
desigualdades entre análogos. En este sentido, las leyes deben de proteger, no
perjudicar. Por consiguiente, todos los países han de examinar detenidamente
sus políticas y el estado normativo, a fin de garantizar legislaciones
coherentes con el tiempo que vivimos y justas, que protejan a las personas, sin
importar género o cualquier otra situación indigna, máxime en un momento de
fuerte colonización ideológica que daña en especial a los jóvenes.
Está bien ayudar a la gente a salir de la pobreza, pero
deberíamos también reflexionar, sobre los motivos, ¿el por qué coexiste esta penuria? Algo
falla, quizás el acceso a las oportunidades y a las opciones de aprecio que
todo ser humano se merece. Son, precisamente, estas brechas las que nos vician
y empeoran. Por si fuera poco el resquicio dejado, se ha impuesto una
aritmética operativa perversa: dividir a la gente para multiplicar contiendas y
afianzar votos. Muchos líderes políticos se aprovechan del desconsuelo de la
gente, sobre todo de esa que queda rezagada y sin aliento, y lo único que
ofrecen son mentiras y migajas putrefactas. De ahí, lo trascendente que es
unirse (y reunirse como una piña), pues aunque sea fuerte la crisis, de todo se
sale con tesón y firmeza, sobre todo fortaleciendo nuestra propia restauración
interior, para tener paz en el corazón y poder sanar el peso de nuestros
propios errores cometidos. Por desgracia, solemos batirnos más por nuestros
intereses que por nuestros derechos; obviando el deber de respetar los derechos
de los demás, manteniendo además los propios. Sin duda, la crisis climática es
la mayor amenaza para la supervivencia de nuestra especie, poniendo en peligro
los derechos humanos en todo el mundo y la continuidad existencial de algunos
Estados, especialmente las pequeñas naciones insulares en desarrollo.
Precisamente, a través de esa proyección de fuerzas
ensambladas es como se consigue preparar un mañana más fraterno, la cuestión es
saber abrir los ojos y detenerse a observar para vivir plenamente y con
gratitud cada pequeño momento de la vida. Lo nefasto de la situación actual que
vivimos es la proliferación de algo tan destructor de vínculos como la
enemistad. Somos incapaces de entendernos y de atendernos, de ampararnos y de
pararnos a reflexionar para luego compartirlo y ofrecerlo al mundo. Convendría
que lleváramos en mente un proverbio africano que dice: “Si quieres andar
rápido, camina solo; pero si quieres llegar lejos, camina con los otros”.
Impidamos que nos roben ese espíritu innato fraternal. Lo fundamental es
enraizarse, dejándose acompañar de su propia historia, y agarrado a lo vivido
es como se pueden experimentar nuevos horizontes. Tal vez hoy más que nunca
debamos reivindicar nuestra participación en ese espacio cívico que entre todos
construimos; y, por ello, esa acción colectiva ha de enmarcarse en un contexto
en el que los derechos humanos están en el núcleo de la alianza para
enfrentarnos a las crisis actuales. Sin duda, el apoyo de las Naciones Unidas a
los Estados miembros para que creen y fortalezcan sus instituciones de derechos
humanos y mecanismos de rendición de cuentas, es cardinal e imprescindible.
Teniendo en cuenta, lo que ya en su tiempo indicaba el
escritor, orador y político romano, Cicerón (106 AC-43 AC), de que “no hay cosa
que los humanos traten de conservar tanto, ni que administren tan mal, como su
propia vida”, me da la sensación de que aún no hemos aprendido la lección, pues
aunque las nuevas tecnologías ofrecen oportunidades para la humanidad en
términos de bienestar, conocimiento y descubrimiento, con demasiada frecuencia
las utilizamos para violar los derechos humanos y la privacidad, mediante la
vigilancia, la represión o el acosos y el discurso del odio en línea. Junto a
estos aconteceres tan absurdos, verdaderamente dominadores, ningún país está
protegiendo adecuadamente la salud de los niños ni su medio ambiente y su
futuro, según un informe histórico publicado recientemente por una Comisión de
más de cuarenta expertos en salud de los niños y los adolescentes de todo el
mundo. Lo peor que podemos hacer ante
esta angustiosa realidad es dejar pasar, aplicando la receta de la anestesia
con otras distracciones banales. No cabe duda, que los moradores no nos
sentiremos libres, si no respetamos los derechos de todos, y las leyes, por
consiguiente, son justas. La fuerza de esa unión desde luego pasa por la
consideración al derecho ajeno, que es lo que nos hace verdaderamente
armónicos.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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