Francisco Velasco Zapata
Dice el párvulo Germán Martínez Cazares que la anulación del voto sería una especie de movimiento para debilitar el poder del Congreso y que ello a nadie le conviene. Permítame señor Martínez disentir de sus apresuradas palabras en entrevista de banqueta. Lo que realmente hace débil al Congreso de la Unión no es la acción acertada o equivocada de la ciudadanía cansada, harta de tanta corrupción, ineficacia, impunidad, nepotismo, parsimonia y sobre todo, falta de sentido social de los gobernantes. Lo que realmente ha debilitado al Congreso de la Unión es el abandono de los “representantes populares” de su papel de garantes del equilibrio de los poderes que integran el “Estado Mexicano”. Eso es lo que ha pasado en las últimas décadas de neoliberalismo y de ello los ciudadanos más preparados nos queremos deshacer. Desde luego, no espero que lo acepten, pero sí que haya registro de la coyuntura histórica del denominado voto blanco. Que quede claro, hagan lo que hagan, este movimiento ya triunfó y en lo sucesivo puede ser el inicio de una gran revolución ciudadana, la revolución de los hombres libres, la de los sin partido, la de quienes aspiramos a un México mejor.
No debemos soslayar que la teoría política acerca de la división de poderes afirma que su misión busca, ante todo, lograr que el poder del Estado esté lo suficientemente dividido en lo horizontal -ejecutivo, legislativo y judicial- y en lo vertical -Federación, Estados y Municipios- a fin de que ninguna persona, partido político, grupos, nadie, abuse de la concentración del poder. Por lo tanto, desde sus inicios, el diseño teórico de la división de poderes apuntaba a la existencia de un Congreso de la Unión donde los administradores de los bienes del país (que son muchos y, algunos, de una riqueza incalculable como lo es la soberanía sobre las Islas del País: por ejemplo la desaparecida Isla Bermeja o, más recientemente, la isla “La Palma” que se dice está en vía de privatización, y que se ubica cerca de Lázaro Cárdenas Michoacán) cometan excesos que puedan traer como consecuencia la pérdida de gobernabilidad, soberanía en su sentido más amplio, territorio, espacio aéreo internacional, o que la administración de las finanzas públicas pueda ser pervertida de su sentido legal o aprovechada para fines políticos que minen, deterioren o destruyan la estructura de las instituciones nominalmente democráticas del país.
No obstante lo anterior, en la práctica, lo que vemos cada tres años o seis -según corresponda- es la integración de cámaras legislativas supeditadas a la disciplina partidista impuesta, generalmente, por un coordinador parlamentario que no es electo por sus pares -compañeros diputados o senadores- sino por los presidentes de los partidos políticos o bajo los efectos de la influencia que ejercen los denominados poderes fácticos: económicos, políticos, religiosos y, en un futuro no muy lejano, quien sabe, puede que hasta criminales. Esto genera una sumisión que coarta, desestimula y anula la de por sí débil personalidad de quienes son electos para esos cargos. Genera legislaturas integradas por levanta dedos -muchos de ellos muertos de hambre- y que a cambio de un banal plato de lentejas aprueban todo lo que les sugieran sus coordinadores, no importa si con ello se llevan entre los pies el futuro de sus propias familias. Este tipo de perfil del legislador es lo que ha ido degradando a la política. Pareciera que entre menos preparado, in experto o insensible a las cuestiones sociales hay más oportunidad de que alguien sea propuesto por un partido a un cargo de elección popular. Ese tipo de razones son las que hacen más parecidos a los legisladores con una tortuga arriba de un poste de alambrado haciendo equilibrio. Por eso es que mucha gente se pregunta ¿Cómo llegó ahí?, la gente tampoco puede creer que diputados como los descritos estén ahí; la gente no puede creer que por méritos propios hallan subido a su puesto, solitos; la gente afirma con certeza y precisión que no deberían estar allí; lo más importante es que la gente termina segura de que ninguno va a hacer nada útil mientras este allí.
A la fecha no se entiende por qué los privilegiados legisladores no hacen nada que se les pueda reconocer para trascender, de fondo, a la lamentable crisis económica, a la crisis de nunca acabar. Y eso que son más de seiscientos -628 federales- y a ninguno se le ocurre nada y lo peor es que no tienen capacidad para ello. En estos momentos lo importante es: ¿Cómo está su bolsillo con el presente gobierno? ¿Su vida ha mejorado? ¿Cree que ya falta poco para que salgamos de la crisis económica mundial? ¿El gobierno en turno ha cumplido con sus promesas de campaña? ¿Cómo logra un jefe de familia mantenerla con el salario mínimo? Estas son las verdaderas preocupaciones en los hogares mexicanos y no tanto el asunto del crimen organizado, el cual, promocionado por los medios, principalmente electrónicos, lo único que busca es desviar la atención de los electores, meterles miedo. Eso sí debilita al Congreso de la Unión, el cual se ha quedado pasmado y no cuenta con talentos para ejercer sus atribuciones legales en estos lamentables escenarios de crisis e inseguridad. Pero no engañan a nadie, ni a ellos mismos que también, al cabo de cierto tiempo se vuelven ciudadanos comunes, corrientes y, más tarde o temprano, terminaran reprochándose no haber hecho algo para mejorar las expectativas de vida de sus representados. ¿Y usted, cómo la ve? Politólogo..
Dice el párvulo Germán Martínez Cazares que la anulación del voto sería una especie de movimiento para debilitar el poder del Congreso y que ello a nadie le conviene. Permítame señor Martínez disentir de sus apresuradas palabras en entrevista de banqueta. Lo que realmente hace débil al Congreso de la Unión no es la acción acertada o equivocada de la ciudadanía cansada, harta de tanta corrupción, ineficacia, impunidad, nepotismo, parsimonia y sobre todo, falta de sentido social de los gobernantes. Lo que realmente ha debilitado al Congreso de la Unión es el abandono de los “representantes populares” de su papel de garantes del equilibrio de los poderes que integran el “Estado Mexicano”. Eso es lo que ha pasado en las últimas décadas de neoliberalismo y de ello los ciudadanos más preparados nos queremos deshacer. Desde luego, no espero que lo acepten, pero sí que haya registro de la coyuntura histórica del denominado voto blanco. Que quede claro, hagan lo que hagan, este movimiento ya triunfó y en lo sucesivo puede ser el inicio de una gran revolución ciudadana, la revolución de los hombres libres, la de los sin partido, la de quienes aspiramos a un México mejor.
No debemos soslayar que la teoría política acerca de la división de poderes afirma que su misión busca, ante todo, lograr que el poder del Estado esté lo suficientemente dividido en lo horizontal -ejecutivo, legislativo y judicial- y en lo vertical -Federación, Estados y Municipios- a fin de que ninguna persona, partido político, grupos, nadie, abuse de la concentración del poder. Por lo tanto, desde sus inicios, el diseño teórico de la división de poderes apuntaba a la existencia de un Congreso de la Unión donde los administradores de los bienes del país (que son muchos y, algunos, de una riqueza incalculable como lo es la soberanía sobre las Islas del País: por ejemplo la desaparecida Isla Bermeja o, más recientemente, la isla “La Palma” que se dice está en vía de privatización, y que se ubica cerca de Lázaro Cárdenas Michoacán) cometan excesos que puedan traer como consecuencia la pérdida de gobernabilidad, soberanía en su sentido más amplio, territorio, espacio aéreo internacional, o que la administración de las finanzas públicas pueda ser pervertida de su sentido legal o aprovechada para fines políticos que minen, deterioren o destruyan la estructura de las instituciones nominalmente democráticas del país.
No obstante lo anterior, en la práctica, lo que vemos cada tres años o seis -según corresponda- es la integración de cámaras legislativas supeditadas a la disciplina partidista impuesta, generalmente, por un coordinador parlamentario que no es electo por sus pares -compañeros diputados o senadores- sino por los presidentes de los partidos políticos o bajo los efectos de la influencia que ejercen los denominados poderes fácticos: económicos, políticos, religiosos y, en un futuro no muy lejano, quien sabe, puede que hasta criminales. Esto genera una sumisión que coarta, desestimula y anula la de por sí débil personalidad de quienes son electos para esos cargos. Genera legislaturas integradas por levanta dedos -muchos de ellos muertos de hambre- y que a cambio de un banal plato de lentejas aprueban todo lo que les sugieran sus coordinadores, no importa si con ello se llevan entre los pies el futuro de sus propias familias. Este tipo de perfil del legislador es lo que ha ido degradando a la política. Pareciera que entre menos preparado, in experto o insensible a las cuestiones sociales hay más oportunidad de que alguien sea propuesto por un partido a un cargo de elección popular. Ese tipo de razones son las que hacen más parecidos a los legisladores con una tortuga arriba de un poste de alambrado haciendo equilibrio. Por eso es que mucha gente se pregunta ¿Cómo llegó ahí?, la gente tampoco puede creer que diputados como los descritos estén ahí; la gente no puede creer que por méritos propios hallan subido a su puesto, solitos; la gente afirma con certeza y precisión que no deberían estar allí; lo más importante es que la gente termina segura de que ninguno va a hacer nada útil mientras este allí.
A la fecha no se entiende por qué los privilegiados legisladores no hacen nada que se les pueda reconocer para trascender, de fondo, a la lamentable crisis económica, a la crisis de nunca acabar. Y eso que son más de seiscientos -628 federales- y a ninguno se le ocurre nada y lo peor es que no tienen capacidad para ello. En estos momentos lo importante es: ¿Cómo está su bolsillo con el presente gobierno? ¿Su vida ha mejorado? ¿Cree que ya falta poco para que salgamos de la crisis económica mundial? ¿El gobierno en turno ha cumplido con sus promesas de campaña? ¿Cómo logra un jefe de familia mantenerla con el salario mínimo? Estas son las verdaderas preocupaciones en los hogares mexicanos y no tanto el asunto del crimen organizado, el cual, promocionado por los medios, principalmente electrónicos, lo único que busca es desviar la atención de los electores, meterles miedo. Eso sí debilita al Congreso de la Unión, el cual se ha quedado pasmado y no cuenta con talentos para ejercer sus atribuciones legales en estos lamentables escenarios de crisis e inseguridad. Pero no engañan a nadie, ni a ellos mismos que también, al cabo de cierto tiempo se vuelven ciudadanos comunes, corrientes y, más tarde o temprano, terminaran reprochándose no haber hecho algo para mejorar las expectativas de vida de sus representados. ¿Y usted, cómo la ve? Politólogo..
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