Francisco Velasco Zapata
Dice el Presidente Calderón que “hablar mal de México se ha convertido en un esfuerzo cotidiano del cual muchos hasta de eso viven”. Como su expresión es ambigua no podemos estar seguros a qué se refiere. No sabemos si habla de este o aquellos que dentro o fuera de México hablan mal del país por el tema de la influenza o de la grave crisis de seguridad que enfrenta el país, o respecto a los riesgos que corren los capitales instalados en nuestro territorio por la guerra contra el crimen organizado, además del riesgo de ser secuestrado, levantado o asesinado. Lamentablemente el gobierno del Presidente Calderón tiene la más alta responsabilidad de la mala imagen de México y, más aún de su gobierno, porque usan cuantiosas partidas presupuestales para formación de su imagen personal y no del país. Además para nadie es ajeno, ni nuevo, que desde hace mucho tiempo el gobierno insiste en afirmar que en México ¡no pasa nada! Su política de comunicación está orientada a insistir que ¡nunca pasa nada! Y los críticos, lamentablemente para ellos, siempre estamos atentos a como se conduce el país, sea en lo social, económico o político, ya que una y otra vez que vivimos en México crisis económica, de gobernabilidad, o de representatividad se dice por todo tipo de medios de comunicación que ¡no pasa nada! y lo malo es que tan poco hacen nada para que las cosas mejoren.
¡No pasa nada! es la clásica respuesta del gobierno -en turno- cuando por todos lados se avizoran señales de descomposición económica -crisis- para nuestro país y el mundo. En México no pasa nada, pero “la crisis de nunca acabar” azota a las generaciones más jóvenes y sus progenitores desde 1976, 1982, 1987; 1994-1995, 2002, y ahora desde el 2008 a la fecha, y quien sabe cuando acabe. Estas crisis económicas, financieras y de gobernabilidad se volvieron repetitivas y han resurgido como consecuencia de los desbarajustes económicos que ha generado el modelo económico neoliberal. En México no pasa nada pero cada crisis ha impactado de forma irreversible en el futuro de millones de mexicanos que sólo han visto como con cada cambio económico operado por el gobierno crece la desigualdad social. Todo a consecuencia de alta inflación, déficit en la balanza de pagos, devaluación, fuga de capitales, desempleo galopante, declinante poder adquisitivo y pésima calidad de vida para las grandes mayorías. Nadie está por el regreso del proteccionismo de Estado en la competencia externa e interna; no esperamos subsidios indiscriminados a la producción y al consumo; en cambio estamos porque haya verdaderamente un esfuerzo presupuestal en pro de la investigación y desarrollo económico, político y social del país; porque haya auténticas innovaciones tecnológicas, así como políticas de gobierno acertadas, eficaces, eficientes y oportunas.. Pero de eso hemos visto muy poco o nada.
Para salir de los problemas el gobierno ha aplicado rigurosamente las recetas que tanto el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo han exigido: reorganización económica, apertura del mercado nacional, eliminación de barreras comerciales, eliminación de controles de precios y subsidios, privatización de 937 de las 1,115 empresas públicas propiedad del Estado que implicó la transferencia de las mismas a privilegiados grupos financieros que sostenían y sostienen vínculos “patrimonialistas” con la “tecnoburocracia”, reducciones al gasto de las políticas sociales, libre cambio de la moneda, así como amplias reformas políticas y una cada vez más relativa modernización administrativa. Todo para adelgazar al Estado de Bienestar, el de la economía mixta que durante una larga etapa de la historia del país permitió el crecimiento sostenido del producto del ingreso del país y del ingreso por habitante. Todo cambió para que siguiera quedando igual: Gobierno débil, un selecto grupo de empresarios muy ricos y poderosos, la clase media en una posición patética y un pueblo con más y más sed de justicia, con hambre y tentado frecuentemente por el diablo al estallido social. Pero lo más lamentable de las crisis es que cuando se presume emergemos de las mismas, los “super millonarios”, terminan con más dinero y poder. Mientras, la gran masa popular del pueblo mexicano -casi setenta millones- está cada vez más en pobreza extrema porque no hay crecimiento económico y la distribución de la riqueza en el país es prácticamente inexistente, de burla. Entre mayores ingresos se generan y más grande es el PIB del país, más se agranda la brecha entre muy ricos y muy pobres.
No pasa nada, nos dicen, pero seguimos tan estancados como en el último cuarto de siglo XX o peor, como al principio del mismo. En México, según los responsables de la economía nacional estamos mejor preparados en lo económico que en el pasado y “no pasará nada”, por lo cual -nos dicen- no hay nada que temer, pues, nada va a pasar. El Presidente ha de considerar que criticar su gobierno es "criticar a México", deslizando ese comentario insidioso como un preludio de represión abierta contra la prensa y todos aquellos medios que no piensan como él. En lugar de defenderse de las críticas con discursos fatuos debería asumir que quien prometió ser el “presidente del empleo” fue él, pero no ha cumplido y no se ve que pueda cumplir. En lugar de molestarse por las críticas debería preparar sus respuestas respecto a qué ha pasado y que se ha hecho para remediar el despilfarro -a la fecha- del 30% de nuestras gigantescas reservas, acumuladas durante el auge petrolero y que sólo ha proveído abundantes dólares a los especuladores. Él que encabeza el gobierno federal debería hacer algo para sancionar ejemplarmente a quienes han convertido la verdadera democracia en un circo mediático y mercado callejero, auspiciando la generación de insaciables burocracias electorales protervamente llamadas "ciudadanas". Deberían hacer algo para trascender a la lamentable criminalización de la sociedad, violando garantías de ciudadanos inocentes, mientras el crimen organizado es protegido y custodiado. Deberían dejar de jugar al patriota y dejar de atacar a los que abogamos por cambios de fondo que incluyan a toda la población en vez de arrojarla a los brazos de la delincuencia, porque a los ojos de todos los mexicanos, con lamentables excepciones, el país se les está desmoronando en las manos. ¿Y usted, cómo la ve?
Politólogo.
Dice el Presidente Calderón que “hablar mal de México se ha convertido en un esfuerzo cotidiano del cual muchos hasta de eso viven”. Como su expresión es ambigua no podemos estar seguros a qué se refiere. No sabemos si habla de este o aquellos que dentro o fuera de México hablan mal del país por el tema de la influenza o de la grave crisis de seguridad que enfrenta el país, o respecto a los riesgos que corren los capitales instalados en nuestro territorio por la guerra contra el crimen organizado, además del riesgo de ser secuestrado, levantado o asesinado. Lamentablemente el gobierno del Presidente Calderón tiene la más alta responsabilidad de la mala imagen de México y, más aún de su gobierno, porque usan cuantiosas partidas presupuestales para formación de su imagen personal y no del país. Además para nadie es ajeno, ni nuevo, que desde hace mucho tiempo el gobierno insiste en afirmar que en México ¡no pasa nada! Su política de comunicación está orientada a insistir que ¡nunca pasa nada! Y los críticos, lamentablemente para ellos, siempre estamos atentos a como se conduce el país, sea en lo social, económico o político, ya que una y otra vez que vivimos en México crisis económica, de gobernabilidad, o de representatividad se dice por todo tipo de medios de comunicación que ¡no pasa nada! y lo malo es que tan poco hacen nada para que las cosas mejoren.
¡No pasa nada! es la clásica respuesta del gobierno -en turno- cuando por todos lados se avizoran señales de descomposición económica -crisis- para nuestro país y el mundo. En México no pasa nada, pero “la crisis de nunca acabar” azota a las generaciones más jóvenes y sus progenitores desde 1976, 1982, 1987; 1994-1995, 2002, y ahora desde el 2008 a la fecha, y quien sabe cuando acabe. Estas crisis económicas, financieras y de gobernabilidad se volvieron repetitivas y han resurgido como consecuencia de los desbarajustes económicos que ha generado el modelo económico neoliberal. En México no pasa nada pero cada crisis ha impactado de forma irreversible en el futuro de millones de mexicanos que sólo han visto como con cada cambio económico operado por el gobierno crece la desigualdad social. Todo a consecuencia de alta inflación, déficit en la balanza de pagos, devaluación, fuga de capitales, desempleo galopante, declinante poder adquisitivo y pésima calidad de vida para las grandes mayorías. Nadie está por el regreso del proteccionismo de Estado en la competencia externa e interna; no esperamos subsidios indiscriminados a la producción y al consumo; en cambio estamos porque haya verdaderamente un esfuerzo presupuestal en pro de la investigación y desarrollo económico, político y social del país; porque haya auténticas innovaciones tecnológicas, así como políticas de gobierno acertadas, eficaces, eficientes y oportunas.. Pero de eso hemos visto muy poco o nada.
Para salir de los problemas el gobierno ha aplicado rigurosamente las recetas que tanto el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo han exigido: reorganización económica, apertura del mercado nacional, eliminación de barreras comerciales, eliminación de controles de precios y subsidios, privatización de 937 de las 1,115 empresas públicas propiedad del Estado que implicó la transferencia de las mismas a privilegiados grupos financieros que sostenían y sostienen vínculos “patrimonialistas” con la “tecnoburocracia”, reducciones al gasto de las políticas sociales, libre cambio de la moneda, así como amplias reformas políticas y una cada vez más relativa modernización administrativa. Todo para adelgazar al Estado de Bienestar, el de la economía mixta que durante una larga etapa de la historia del país permitió el crecimiento sostenido del producto del ingreso del país y del ingreso por habitante. Todo cambió para que siguiera quedando igual: Gobierno débil, un selecto grupo de empresarios muy ricos y poderosos, la clase media en una posición patética y un pueblo con más y más sed de justicia, con hambre y tentado frecuentemente por el diablo al estallido social. Pero lo más lamentable de las crisis es que cuando se presume emergemos de las mismas, los “super millonarios”, terminan con más dinero y poder. Mientras, la gran masa popular del pueblo mexicano -casi setenta millones- está cada vez más en pobreza extrema porque no hay crecimiento económico y la distribución de la riqueza en el país es prácticamente inexistente, de burla. Entre mayores ingresos se generan y más grande es el PIB del país, más se agranda la brecha entre muy ricos y muy pobres.
No pasa nada, nos dicen, pero seguimos tan estancados como en el último cuarto de siglo XX o peor, como al principio del mismo. En México, según los responsables de la economía nacional estamos mejor preparados en lo económico que en el pasado y “no pasará nada”, por lo cual -nos dicen- no hay nada que temer, pues, nada va a pasar. El Presidente ha de considerar que criticar su gobierno es "criticar a México", deslizando ese comentario insidioso como un preludio de represión abierta contra la prensa y todos aquellos medios que no piensan como él. En lugar de defenderse de las críticas con discursos fatuos debería asumir que quien prometió ser el “presidente del empleo” fue él, pero no ha cumplido y no se ve que pueda cumplir. En lugar de molestarse por las críticas debería preparar sus respuestas respecto a qué ha pasado y que se ha hecho para remediar el despilfarro -a la fecha- del 30% de nuestras gigantescas reservas, acumuladas durante el auge petrolero y que sólo ha proveído abundantes dólares a los especuladores. Él que encabeza el gobierno federal debería hacer algo para sancionar ejemplarmente a quienes han convertido la verdadera democracia en un circo mediático y mercado callejero, auspiciando la generación de insaciables burocracias electorales protervamente llamadas "ciudadanas". Deberían hacer algo para trascender a la lamentable criminalización de la sociedad, violando garantías de ciudadanos inocentes, mientras el crimen organizado es protegido y custodiado. Deberían dejar de jugar al patriota y dejar de atacar a los que abogamos por cambios de fondo que incluyan a toda la población en vez de arrojarla a los brazos de la delincuencia, porque a los ojos de todos los mexicanos, con lamentables excepciones, el país se les está desmoronando en las manos. ¿Y usted, cómo la ve?
Politólogo.
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