jueves, 17 de septiembre de 2009

Conmemoración de los triunfos ¿Y las derrotas?

“Entre la debilidad y el poder, el desierto”
Sebastián Lerdo de Tejada

Francisco Velasco Zapata

La noche del 15 de septiembre de cada año se conmemora en México la que también algunos historiadores denominan la “fiesta de fiestas” del calendario cívico mexicano: “el Grito de Independencia”. La fecha no es exacta, pues, obedece a que Porfirio Díaz conmemoraba su onomástico el 15 de septiembre -día de San Porfirio- y como le tocó organizar el “primer centenario de la independencia” aprovechó para festejar su cumpleaños; sin embargo, fue en la madrugada del domingo 16 de septiembre de 1810, mientras las tropas de Napoleón ocupaban España y el Rey Fernando VII permanecía en cautiverio, cuando el sacerdote católico Miguel Hidalgo y Costilla arengó a sus fieles en el hoy Municipio de Dolores, Guanajuato, para defender con “todas las armas a su alcance” la religión amenazada por los heréticos franceses que desde 1808 se habían apoderado de España y ello implicaba que no tardarían en llegar a tierras americanas.

La arenga del cura Hidalgo fue un grito que se expresó en contra de la esclavitud, para que muriera el mal gobierno; fue contra los gachupines “que por trescientos años han abusado del caudal de los mexicanos con la mayor injusticia”; en los hechos, sin que se lo hubiera propuesto, el grito de Hidalgo fue en favor de la libertad y la independencia de México respecto a la corona española y, en su caso, del imperio napoleónico.

Lamentablemente, poco tiempo después de haber conseguido la independencia mexicana en 1821, y la del resto de las actuales naciones latinoamericanas en diferentes fechas, nuestro País enfrentó en 1836 el apoyo de los norteamericanos para la secesión de Texas y su posterior anexión a ese país en 1846, asimismo, la guerra contra México a partir del año siguiente. El 16 de septiembre de 1847, festividad de la independencia de México, ondeaba la bandera de los Estados Unidos de Norteamérica en “Palacio Nacional” -aunque pocos lo tengan presente-. En 1848, mientras en California crecía la “fiebre del oro”, México cedía a los estadounidenses la mitad de su territorio más rico en recursos naturales, aunque vale la pena recordar que se trataba de territorios semi poblados y abandonados por el gobierno mexicano que no tenía la capacidad de defensa eficaz de su soberanía territorial.

Pero la guerra con los Estados Unidos no paró ahí. En pleno enfrentamiento entre conservadores y liberales -“la guerra de reforma”- el gobierno norteamericano de Buchanan estuvo a un paso de convertir a México en protectorado de los Estados Unidos, lo cual, sólo pudo ser evitado porque el acuerdo formal para dar ese paso -“el tristemente célebre Tratado de Mc Lane-Ocampo- se frustró por varias circunstancias fortuitas como que el Senado norteamericano votó en contra y la guerra civil, cuyo efecto en cuanto a nuestro país fue la reorientación de las relaciones bilaterales México-Estados Unidos y ello propició la penetración económica estadounidense -y de las demás potencias económicas del mundo- en lugar de la anexión territorial. Desde entonces las “inversiones económicas” han sustituido a las invasiones: minas, ferrocarriles, bancos, petróleo, industria, agricultura, educación, etc., etc. Por ello, la próxima conmemoración del segundo bicentenario de la independencia de México y de la mayor parte de las naciones latinoamericanas será una estupenda oportunidad para hacer un balance de cómo está nuestro país a casi doscientos años de vida -¿Independiente?-; una oportunidad para reflexionar como estamos respecto a los países más industrializados, a los más democráticos, respecto a los países capitalistas más avanzados; será una nueva oportunidad para hacer un balance entre triunfos y derrotas, entre experiencias y esperanzas ¿No cree usted?
Politólogo.

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