El retorno a uno mismo para hallarse con la verdad
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Hace tiempo que me niego a ver la vida pasar desde el balcón
de los sueños, en parte porque al abrir y cerrar de ojos se nos va y uno
necesita vivirlo a pie de obra, implicándose, como tantas generaciones que nos
precedieron dispuestos a no ceder al espíritu mundano, tan deseoso de
acorralarnos con la usurpación de la libertad. Los vientos actuales no pueden
ser más frustrantes. La decepción es tan profunda en ocasiones que nos deja
muertos. Es el momento, por ello, de activar la defensa de todo ser humano, la
lucha en favor de su dignidad y de tantos valores humanos perdidos. Siempre es
saludable ser una fuente de inspiración, como ahora lo está siendo el pueblo
colombiano al ratificar en el Congreso el Acuerdo de Paz entre el Gobierno y
las Fuerzas Armadas Revolucionarias de ese país. Como también es vigoroso que
el ser humano escuche la llamada a corresponder con todo su ser, sin que nada
de él quede excluido, en auxilio de quien pide ayuda. En efecto, si no tenemos
sosiego dentro de nosotros, difícilmente vamos a donar concordia alguna a
nuestro alrededor y aún menos prestar apoyo.
Para desgracia de todos, el mundo es cada día más inseguro,
más violento. La tasa de criminalidad en el mundo nos desborda. Drogas, armas y
falta de expectativas forman parte de este desconcierto. Precisamente, en medio
de este caos, conviene que recapacitemos sobre el sentido de lo armónico y
apostemos por menos enfrentamientos y más unidad. Al respecto, pienso que son
un acierto los objetivos de España al
presidir el Consejo de Seguridad. Cuando menos su trazabilidad resulta bien
clarividente: un debate de alto nivel sobre cooperación judicial y terrorismo,
la revisión de la resolución 1540 sobre la no proliferación de armas nucleares,
químicas y biológicas para evitar que se adquieran armas de destrucción masiva,
y abordar el fenómeno de la trata derivados de una situación de conflicto. Uno
de los objetivos de la resolución en proceso de negociación es que las víctimas
de tráfico de seres humanos sean consideradas víctimas de terrorismo y también
incluye una serie de medidas un poco más agresivas que están siendo debatidas
por miembros del Consejo de Seguridad. Sea como fuere, el mundo al que debemos
aspirar es un mundo en el que todos se sienten responsables de todos, del bien
de todos. Vale la pena esta apuesta y el retorno a uno mismo para hallarse con
la verdad.
Lastima que hayamos perdido de vista el horizonte de belleza
y de bondad, encerrándonos en nuestro propio egoísmo. Hoy sabemos que las
montañas cubren el 22 por ciento de la superficie terrestre del mundo y son el
hogar de 915 millones de personas aproximadamente, representando el 13 por
ciento de la población mundial. Sin embargo, uno de cada tres habitantes de las
montañas en los países en desarrollo es vulnerable a la inseguridad
alimentaria, y se enfrenta a la pobreza y al aislamiento. También somos
conscientes que el 50% de la población mundial vive hoy en día en las ciudades.
El éxodo rural hacia las grandes metrópolis nos consta que aumenta
exponencialmente cada año, con lo que esto conlleva de la pérdida del arraigo y
la adaptación a nuevos entornos. Por tanto, deberíamos ser más acogedores, ya
que el futuro, por decirlo así, está contenido en el presente o, mejor aún, en
el acompañamiento de cada cual con los demás.
La creatividad, la lucidez para reorientarse, es algo que
pertenece a la esencia humana. Estoy convencido, en consecuencia, que el mundo
a pesar de sus divisiones y de multitud de enfrentamientos, finalmente se reencontrará con esa ciudadanía
solidaria dispuesta a renacer como familia de naciones. La coyuntura contemporánea nos dice que no es suficiente
con una integración geográfica, el reto es generar un fuerte vínculo cultural,
hasta fusionarse en un autentico diálogo, que no oprima ni desconozca a nadie.
Sin duda, este duodécimo mes del año es un tiempo propicio para la reflexión.
Reflexionar siempre nos enriquece. La muerte únicamente tiene importancia en la
medida en que nos hace meditar sobre lo que somos, sobre el valor de nuestra
existencia. Tanto es así, que siempre necesitamos impulso, pero también pausa;
cuerpo, pero también corazón, por muy evidentes que sean las cosas. Ya lo
decía, en su época, el inolvidable poeta latino, Ovidio: "El alma descansa
cuando echa sus lágrimas; y el dolor se satisface con su llanto".
Indudablemente, nadie puede sentirse bien si todo gravita en el desencuentro
permanente. No olvidemos, que la paz comienza con la autosatisfacción de cada
ser humano, por ínfimo que nos parezca. De ahí, que todos estemos llamados a
ser constructores de alianzas.
Durante este mes, con el que finaliza el año 2016,
recibiremos un montón de buenos deseos y, también, algún que otro
requerimiento. Para empezar, el Día de los Derechos Humanos (10 de diciembre)
es una llamada a todos para defender los derechos del otro. O sea, del análogo
a nosotros, de aquel que hace camino con ( y como ) nosotros. Por consiguiente,
es natural que cada cual tome una posición. Está obligado, por propia
naturaleza humana, a involucrarse y a sentir que este mundo es de todos y de
nadie en particular. En conjunto hemos de dar un paso adelante y defender los
derechos de un refugiado o migrante, una persona con discapacidad, una persona
LGBT (es la sigla que representa a las personas "lesbianas, gay,
bisexuales y transgénero"), una mujer, un indígena, un niño, un
afrodescendiente, o cualquier otra persona en riesgo de ser discriminada o
sufrir algún acto violento. Un día antes, concretamente el 9 de diciembre,
asimismo se nos invita a romper las cadenas del pan sucio de la corrupción, la
escandalosa concentración de la riqueza global en manos de unos seres sin
escrúpulo. Además, en el mundo cristiano, se está en una etapa de esperanza, y
esto es bueno; la realidad del Adviento,
expresada, entre otras, en las palabras siguientes de San Pablo: “Dios... quiere
que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Tim
2, 4). En esa autenticidad, desde luego, no puede haber matices, ni engaños,
pues el orden vigente en toda sociedad humana es todo él de naturaleza poética
(versátil y fraterna), con lo que esto significa de amor verdadero, respetando
enteramente la libertad inherente a todo individuo.
Detrás de toda esta atmósfera putrefacta de falsedades,
cohabitará la evidencia aunque el mundo perezca. Lo cruel es que no vayamos en
asistencia de ese mundo que se desmorona. Por eso cuesta entender el creciente
aumento de la penalización de la migración, lo que agranda la vulnerabilidad de
millones de personas que huyen de los conflictos. De igual modo, es difícil de
digerir la intensificación de tantos discursos de odio sembrados por el mundo.
Desde que Abu Mohamed al Adnani, el número dos del ISIS, muerto en septiembre
de 2016, proclamó: “Aplastadle la cabeza (al enemigo occidental) a pedradas,
matadlo con un cuchillo, atropelladlo con vuestro coche, arrojadlo al vacío,
asfixiadlo o envenenadlo”, la tesis del lobo solitario está totalmente
acreditada para infortunio de todo el linaje. Con urgencia, tenemos que
despojarnos de todos estos malestares. Cuando ignoramos los gritos de tantas
gentes desesperadas, también contribuimos a que el sufrimiento se expanda.
Quizás nuestro gran reto actual sea dar compañía a tantos olvidados con un
cambio de corazón más genuino, sufriendo con ellos y por ellos, las injusticias
que podemos recibir cualquiera de nosotros, en cualquier lugar y en cualquier
instante de nuestra vida. Sólo en soledad se siente la sed de sociedad.
Probémosla. Al fin y al cabo, no hay que salir fuera, hay que entrar en
nosotros para divisar la legítima realidad.
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