Ante las mil pesadillas y los millones de atropellos
Es hora de levantarse y actuar. No podemos quedar
paralizados por el recelo a lo que nos pueda pasar, tampoco por el miedo a ser
aprisionados, necesitamos activar el coraje e impulsar el intelecto con
tenacidad, pero sin fanatismos; con entusiasmo, pero sin rudeza; sabiendo que
todo se forma de la unión y de la unidad, de caminar juntos y de hacer piña
para aliviar las necesidades humanitarias. Son tantas las pesadillas que nos circundan,
que hemos de reaccionar siempre con sentido de humanidad, máxime en un momento
de tantas hostilidades, donde nadie respeta a nadie, ni a las propias leyes
internacionales.
Por otra parte, cada jornada son más los países mudos, en el que los ciudadanos no pueden hacer oír
sus voces porque afrontan riesgos graves, gravísimos, lo que dificulta la
convivencia en un planeta cada vez más deshumanizado, desquiciado por mil
patologías y desmembrado por la mentira, ante los mil atropellos que continuamente
se suceden. Ciertamente, ante esta bochornosa situación, cada aurora cuesta más
vivir y, sobre todo, vivir dignamente; usurpadas las raíces, desmemoriados y
desplumados de la conciencia colectiva de la continuidad histórica del linaje,
del modo de pensar y de sentir, de la manera de hacer cultura y de cultivarse.
Está visto que esta era del conocimiento nos deja sin tiempo
para la reflexión. Todo es doctrina interesada y excluyente. Esta putrefacta
atmósfera nos mata. Apenas podemos caminar libremente, ya que se impone la ley del más fuerte. Además,
llegado al atardecer de la existencia, cuando no eres productivo te eliminan
como si uno fuese un mero producto más de mercado. A este calvario, hay que
sumarle el fenómeno de la explotación y de la opresión, empujado por una
economía insensible que reduce al ser humano a un objeto más, sin voluntad
alguna. Los efectos de este desorden son bien palpables. Hay un vacío que nos
confunde a más no poder y nos deja sin aliento.
En consecuencia, el abuso está a la orden del día, pues todo
se relativiza al dinero y al poder, lo demás se degrada y se devalúa. Junto a
este clima de arbitrariedades, más tarde o más temprano provocará su estampida,
su descarga en forma de agresión y de contienda. En este sentido, también viene
aumentando el riesgo de una carrera armamentística. Con razón el Consejo de
Seguridad de Naciones Unidas acaba de llamar una vez más a aplicar con rigor
las sanciones a Corea del Norte tras sus continuos lanzamientos de misiles.
Como advirtió el presidente del Consejo,
en declaraciones recientes: "Estas actividades contribuyen al desarrollo
de sistemas de lanzamiento de armas nucleares, incrementan las tensiones en la
región y más allá de ella, aumentando el riesgo a rearmarnos". Qué pena,
que en lugar de desterrar las armas, continuemos probando las barbaries.
Por si fuera poco todo este mundo de pesadillas y
atropellos, nuestra generación anda tan desorientada por envidias y celos, que
estamos alimentando un espíritu interno verdaderamente devorador unos de otros.
Países que retornan a viejas divisiones que se creían ya superadas, gentes sin
escrúpulos que todo lo embadurnan de odios en lugar de avivar una cultura de
cooperación y colaboración. Así no podemos avanzar. Hoy más que nunca vivimos
esa falsa paz, ese aparente sosiego de una minoría privilegiada, ese espíritu
mundano que no le interesa hacer justicia justa, sino fingida o figurada en la
retórica. En algún momento deberíamos repensar como especie y ver que la
realidad nos supera para mal. Cada instante somos más lobos, menos precisos y
menos preciosos también. De ahí la urgente necesidad de un pacto de especie por
la concordia, por el sentimiento colectivo, por la creación de tribunas para la
convivencia.
La familia humana no se entiende de otra manera, requiere de
armonía como de pan, de tranquilidad, pues lo importante es no caminar solos.
Por desgracia, muchas gentes son el blanco del comercio, viven prácticamente en
condiciones de esclavitud, en un mundo globalizado, pero sin corazón. Ojalá las
nuevas generaciones movilicen una solidaridad desinteresada. Para eso, hacen
falta lideres de amplios horizontes y de coherentes actuaciones. Precisamente,
a mi juicio, el problema actual del planeta es la falta de liderazgo mundial.
Necesitamos gentes de bien y bondad, capaces de aglutinar y no discriminar, de
poner orden y de realzar políticas respetuosas con todos. Claro, por
consiguiente, es necesario una educación que nos universalice en el pensamiento
crítico y que ofrezca un pasaje de maduración en conciencia, en valores y
principios de verdad. Progreso sin compasión no es más que una ruina del alma
que, agotada, lleva en su culpa la pena.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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