El mundo brota en cada corazón humano
Nuestra gran asignatura pendiente como civilización radica
en humanizarnos. Sólo así podremos llevar a buen término ese futuro
esperanzador que nos aglutine a todos. Por desgracia, la situación se complica,
puesto que los problemas del desempleo, la desigualdad, el trabajo en precario,
la injusticia, en lugar de aminorarse y corregirse, se agravan y nos desbordan.
Se da la circunstancia que una parte de la humanidad progresa, mientras otra
retrocede, y lo que es peor, permanece hundida y sin esperanza alguna. Desde
luego, requerimos de otras energías para salir de este bloqueo que nos impide
soñar y buscar nuevos caminos. Quizás tengamos que ser más creativos y optar
por una nueva manera de coexistir, escuchándonos todos mucho más y no
encerrándonos, para poder realizar los caminos unidos, mediante otros
abecedarios más de encuentro, sin tanta competitividad, que lo único que hace
es favorecer la conflictividad entre unos y otros. No olvidemos que el mundo
nace en el yo de cada uno, para conjugarse en todos los tiempos y edades,
poniéndonos en disposición de servirlo en esa causa colectiva que es la vida.
Es hora de salir de nuestras corazas, de borrar la palabra
enemigo de nuestro diario de subsistencia, y de contribuir a un giro histórico
en nuestra manera de movernos hasta el final. Cada cual en su posición
existencial tiene una grave responsabilidad para resolver ese desplazamiento,
hacia horizontes más armónicos y auténticos. Las heridas que viene provocando
este volcán de intereses, creados y generados por el hombre, nos está dejando
sin aliento a todos. Ya está bien de perpetuar el miedo y los enfrentamientos,
en vez de prestar otra atención más compasiva a tantos análogos nuestros
tirados en el camino. Deberíamos vivir más próximos con el prójimo, alentando
menos odio y más amor, activando nuestra lucha por la justicia social y
acompañando a los que piden nuestro auxilio, que cada día son más. Quiero
recordar que, algo tan básico como el acceso a agua potable en el hogar, el
saneamiento y la higiene en el hogar, continúa siendo un privilegio de los
ricos o de quienes viven en centros urbanos. A propósito, un reciente informe
conjunto de la Organización Mundial de Salud (OMS) y UNICEF, ratifican de que
tres de cada diez personas en el mundo, o dos mil cien millones, carecen de
dicha acogida en sus casas, además de que seis de cada diez, o cuatro mil
quinientos millones, no poseen servicios de sanidad adecuados.
Ante esta angustiosa realidad, quizás nos venga bien poner
en práctica lo que San Francisco de Asís, apuntó en cierto momento: “allí donde
haya odio, que yo ponga el amor, allí donde haya ofensa, que yo ponga el
perdón; allí donde haya discordia, que yo ponga la unión; allí donde haya
error, que yo ponga la verdad”. Indudablemente, para asegurarnos nuestra
existencia como especie no podemos quedar con los brazos cruzados, es necesario
requerir proyectos mundiales, establecer alianzas globales, injertar ilusiones
y forjar objetivos, como puede ser un trabajo decente para todos, una pobreza
cero y una realización plena de la persona. Desde luego, las transformaciones
que observamos en la actualidad nos obligan a reflexionar sobre el futuro del
trabajo a largo plazo a fin de encauzar esta evolución hacia la justicia social,
pero también nuestro mundo de relaciones nos obliga a ser más comprensivos y a
entendernos en un mundo globalizado en el cual todos somos dependientes de
todos. Por tanto, hay que pasar de esa autosuficiencia, o endiosamiento
absurdo, a otra atmósfera de más unión desde la diversidad, y así poder
afrontar los problemas de nuestros días con un verdadero espíritu generoso, lo
que nos llevará a comprender los signos y los símbolos del tiempo actual.
Hoy todos los continentes se hallan en un mundo complejo y
altamente móvil, cada vez más globalizado y, en consecuencia, también más
cercano. A esta proximidad debemos ponerle calor humano, para superar los
muchos conflictos abiertos o latentes. Nuestra historia es un encuentro
permanente. El referente, en otro tiempo, de “Juntos por Europa” es un poder
unificador con el claro objetivo de traducir los valores europeístas en
respuestas concretas a los desafíos de un continente en crisis. Ahora, cuando
tenemos una visión global del mundo, nos hace falta objetivos que den solución
a un nuevo modo de vivir, sin tantas ataduras, con más desprendimiento, para
pasar a ser unos moradores abiertos, acogedores, creando no sólo formas de
cooperación económica, sino también humanas, donde el diálogo basado en sólidas
leyes morales sea el único lenguaje común, y así poder organizar un mundo
creado para ser vivido por todos. Ojalá podamos dejar este mundo para nuestros
descendientes un poco mejor de cómo lo hemos hallado y no viceversa. Vale la
pena esta apuesta y, personalmente, detesto a resignarme de que no lo sea así.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
No hay comentarios:
Publicar un comentario