Asistir es un deber humanitario
La identidad humana halla su pujanza en el testimonio, en el
quehacer diario que nos trasforma y ensancha el corazón, en la vida misma que
nos hace crecer y resistir a las muchas cruces que nos sembramos unos hacia
otros, para desgracia de todos. En efecto, son muchos los conflictos que se
cobran la existencia de muchas personas en todo el planeta. Cada amanecer son
más los niños que dejan la escuela, las familias que abandonan sus hogares, los
seres humanos que huyen desesperadamente. Deberíamos detener este sufrimiento,
con más asistencia humanitaria, con más corazón para aislar a los que no tienen
alma, pues son puro veneno destructor. Por eso, tan importante como llamar a la
calma es abordar sus causas subyacentes de manera irrevocable. Necesitamos, por
tanto, una fuerza internacional que nos aglutine a todos, y proporcione los
apoyos necesarios para poner fin a estos lobos con fisionomía de persona. Es
hora de trabajar conjuntamente, de salir de uno mismo para llevar algo de
bondad a los demás, ante la multitud de itinerarios que nos atrofian, ya que lo
más empalagoso del mal es que a uno lo adiestra, en lugar de hacernos huir del
malvado. Así, hemos de decir ¡basta!, para superar esta forma de vida voraz.
Estamos hechos para vivir, no para matarnos en inútiles guerras, por muy
creciente que sea el número de malhechores.
Hay que iluminar la oscuridad del mundo. Se requiere una
legión de ciudadanos dispuestos a ejemplarizar esta atmósfera perversa que
proviene del hombre mismo. Alcemos nuestras voces para defender a tantos
inocentes. Es una pena que los trabajadores sanitarios y humanitarios, que
ponen sus vidas en permanente peligro para atender a las víctimas de la
violencia, se conviertan cada vez más en objetivo de los ataques. Ellos son
nuestro referente y nuestra referencia, ejemplo de coraje y donación. Su
valiente heroicidad sí que ha de fraternizarnos. Precisamente, el Consejo de
Seguridad de Naciones Unidas, acaba de expresar su profunda preocupación por el
nivel de necesidades humanitarias sin precedentes y la amenaza de hambruna que
enfrentan más de veinte millones de personas en Yemen, Somalia, Sudán del Sur y
el Noreste de Nigeria. La declaración fue leída por el Representante Permanente
de Egipto ante la ONU, Amr Abdellatif Aboulatta, quien preside el Consejo el
mes de agosto. El Consejo deploró que, en algunas zonas, no se logre garantizar
el acceso de los equipos humanitarios y pidió, a las partes, acabar con los
obstáculos para servir asistencia vital a los civiles. Asimismo, elogió los esfuerzos
realizados por los donantes internacionales para contrarrestar la crisis en
esos países y solicitó el desembolso inmediato de los fondos prometidos en las
conferencias internacionales celebradas en Oslo, Ginebra y Londres, como
financiación multianual y sin asignar a fines específicos.
De manera concluyente, deseo subrayar, que si importante es
reducir el riesgo de desastres naturales que obstaculizan el desarrollo, no
menos significativa es la labor de una ciudadanía solidaria, preparada a
cooperar entre sí, por propia conciencia humanitaria, más allá de cualquier
frontera o frente que se le presente. Estamos corriendo el grave riesgo de
globalizar los enfrentamientos, en vez de mundializar aquello que nos humaniza.
No olvidemos que el mundo está en guerra, esencialmente, por aquellos que
permiten que la maldad nos gobierne. Es necesario, por consiguiente, hacer un
examen interior para hacer frente a este viento alocado que todo lo trastoca.
No hay que crecer destruyendo, sino construyendo. Sea como fuere, no podemos
continuar sin sentir dolor por el calvario que viven algunos de nuestros
análogos. La humanidad tiene necesidad de otros líderes que activen la
reconciliación. Quizás tengamos que soltar muchas más lágrimas, puede que sea
la hora del llanto, pero tras de sí, estoy convencido, que volverá a
resplandecer lo armónico, una vez despojados de la ambición de poder, de la
avaricia e intolerancia. Una vez más, propongo firmemente, cerrar la industria
armamentista y abrir la industria del verso y la palabra, de los jardines abiertos al diálogo, lo que
nos exigirá pedir perdón, tener más compasión, y gemir hasta que florezcan de
poesía los caminos del alma. Subsiguientemente, cada paso que demos debe
caracterizarse por una actitud de entrega desinteresada, incluidas las más
distantes a nosotros y desconocidas por nosotros. Sólo así, conseguiremos
hermanarnos, y edificar la concordia que las gentes de bien tanto anhelamos.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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