Un caminante sin amor es como un rio sin agua
Desde que Machado dijese aquello de: “caminante no hay
camino, se hace camino al andar”; multitud de seres humanos solemos evocarlo,
no así viviéndolo, con la asiduidad que hemos de hacerlo. La situación es bien
palpable, a poco que nos miremos y veamos. El hambre de amor es debido,
precisamente, a ese espíritu que únicamente lo injerta la lengua del alma.
Buceamos por los exteriores, pero sin adentrarnos en las causas y motivos por
las que suceden las cosas. Somos gente de palabra fácil, aunque el compromiso fiel lo solemos dejar en el
tintero.
Las últimas estadísticas nos dicen, que más de veinticuatro
millones de personas en todo el mundo, se ven desplazadas a causa de los
desastres. En realidad todos somos transeúntes, es por eso que tenemos que trabajar
con más amor, cuando menos para sentirnos acompañados y acompasados, todos con
todos. Esta debe ser la primera lección que hemos de aprender. Necesitamos el
aliento cooperante y coordinado para que nadie se sienta sin hogar. El cauce de
un río siempre necesita el agua para seguir siendo cauce. No lo olvidemos. Por
tanto, tan importante como redoblar los esfuerzos en asegurar mejores
condiciones de vida, será también la de movernos corazón a corazón. El éxito de
la humanidad no viene de unas políticas aplicadas, sino de esos pulsos
conciliadores en los que ningún andar se queda en la zanja.
Naciones Unidas de manera continua suele llamarnos para
fortalecer esa respuesta humanitaria, porque imperecederamente hemos de hacer
camino y hemos de estar en ese andar de auxilio permanente. Chile es uno de los
últimos países en recibir refugiados sirios. Treinta y dos niños, dieciséis
mujeres y dieciocho hombres llegaron hace pocos días desde Líbano, en el marco
del Programa de Reasentamiento de Refugiados, liderado por el gobierno con el
apoyo de la agencia de la ONU para este menester. Verdaderamente, cuando se
producen estos escenarios, de extender una mano solidaria, como fue el caso de
la sociedad chilena, uno no puede por menos que esperanzarse y crecer como ser
humano, poniéndolos de referente y como referencia. Ojalá prosiga este ejemplo
y dejemos de ser piedras en el camino.
El amor cuando es de verdad todo lo resuelve. Bien lo
sabemos, pues pongámoslo en práctica. Hay que volver a las entrañas de uno mismo
y ver que los moradores tenemos que cambiar. No podemos seguir en este
escándalo moral en la que millones de personas aún vivan en la extrema pobreza,
máxime en una tierra caracterizada por un nivel sin precedentes de desarrollo
económico, medios tecnológicos y recursos financieros. La marginalidad de
algunas gentes debemos dejar de observarla exclusivamente como una falta de
ingresos. Se trata de ver el fondo de la cuestión. Mientras unos lo tienen
todo, otros no tienen nada. Sin duda, la indigencia es más un problema de alma
que de cuerpo, si quieren de derechos humanos, pero siempre de ausencia de amor
hacia el otro, hacia nuestro análogo en la senda del tiempo.
Por desgracia, vivimos en la necedad y en el engaño, en lo
políticamente correcto como es el arte de agradar, en vez de descubrir la
multitud de estafas indecentes y proponernos hacer justicia. Ya está bien de
taparle el rostro a tanto rastro de mentiras para que parezcan verdad. No se
pueden disfrazar los horizontes. Tenemos lo que tenemos para transitar y no
podemos seguir segando existencias porque sí. Volvamos al ser humano
responsable, despojado de intereses mundanos, para acrecentar otros andares
menos trepa y más solidarios, más en familia
y mucho más en comunidad.
Déjennos hablar de estos problemas. No levanten muros. Ni
nos mantengan entretenidos con falsedades. Gobiernen los que han de gobernar
pero con ética. No nos desorienten, ni nos mercantilicen, y lo que es peor, no
nos enfrenten por favor. Pongan humildad y mucha ración de amor en todo aquello
que predican, y si no lo hacen, porque no quieren o no pueden, ¡váyanse!, dejen
el camino abierto a otros.
El planeta está llamado a ser un corazón, o si desean, una
morada en la que se puedan cobijar todos los caminantes, sin distinción alguna.
Llegado a este punto, yo siempre me digo, cuando al anochecer me invade el
desaliento: retornemos a lo de siempre, a lo que no cuesta y cuesta la vida
muchas veces, a la autenticidad del amor para poder superar las injusticias e
incomprensiones. Convencido de que sólo así se puede construir un orbe más
cielo que infierno, más de todos que de nadie en particular, más de la poesía
que de la política. Está visto que la mayor penuria que tenemos ya no es la
material, sino el egoísmo, que nos absorbe el corazón y nos dificulta a la hora
de custodiar y conducir a las personas, a las familias y comunidades. Nunca es
tarde para ponerse en el camino, de un legítimo movernos todos a una, para
poder hermanarnos y reconstruirnos desde lo armónico, a través de un espacio
que a todos nos abrace y a ninguno nos abrase.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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