Apuesta por una cultura del abrazo
Es tiempo de activar los buenos propósitos. De ponerse en
camino. De hacer camino. De sentirse camino. De caminar con la compasión como
apoyo. Hay que dejarse cultivar para poder crecer en nuevos horizontes,
mediante el redescubrimiento de cada cual colectivamente. Tenemos que
hermanarnos. Por ello, hace falta desterrar de nuestros abecedarios cualquier
muestra de indiferencia o pasividad. Para empezar, quizás debamos bajar de los
pedestales para propiciar lenguajes conciliadores y verdaderamente auténticos.
No podemos seguir desvirtuándolo todo. Ya está bien de tanta farsa, de tanto
sufrimiento injusto, en contextos sociales hipócritas, que todo lo relativizan,
hasta la propia verdad, unas veces desentendiéndose de ella, otra rechazándola.
En consecuencia, es el momento de hablar profundo y claro, de ejercer la
moderación y de evitar el aumento de tensiones, más allá de todas las heridas y
de nuestras discordias. Nos hace falta confluir armónicamente, los unos en los
otros, y así poder avanzar hacia otras atmósferas de alcance más universal
entre saberes y operatividad. Por otra parte, no se debe dificultar con muros, ni tampoco con armas, el andar de tantas
mujeres y hombres valientes que arriesgan a diario sus vidas alrededor del
mundo por la paz y la protección de vidas. Respetémonos como ciudadanos, como
hombres del planeta, como humanidad en definitiva.
Venga a nosotros, a todas las lenguas y razas, la cultura
del abrazo. Vociferémosla y empleémonos a fondo en ella. Son tantas las
personas necesitadas de ayuda humanitaria que, hasta una simple caricia, nos
ayuda a disminuir las hostilidades que, entre todos, nos hemos generado. Es una
lástima que los seres más indefensos, como pueden ser los niños, se conviertan
en objetivo de conflictos, sin piedad alguna. Esta brutalidad no puede
normalizarse. Estamos obligados a intervenir y a comprometernos por otro cosmos
más habitable, o sí quieren, más de todos y de nadie. Salgamos de este estado
salvaje y no activemos relaciones de conveniencia, sino de convivencia con la
fuerza del amor. Seamos responsables y que, lo que cuente para nosotros, sea el
ser humano sobre todo lo demás. Para desgracia nuestra, nos hemos dejado
adoctrinar por intereses mundanos, y así no podemos establecer alianzas, que
conllevan ser un todo y para todos. A veces nos movemos tan endiosados que
olvidamos que nos necesitamos y que requerimos de la cooperación colectiva. Por
eso, es saludable siempre reflexionar, reunirse y unirse alrededor de
colectivos en los que impere la justicia y la coherencia de planteamientos. Ahí
están los ejemplarizantes setenta años de contribuciones al desarrollo económico
y social de América Latina y el Caribe, toda una escuela de pensamiento
especializada en el examen de las tendencias económicas y sociales a mediano y
largo plazo, siguiendo los cambios de la realidad económica, social y política,
regional y mundial.
Desde luego, en esa cultura del abrazo que hemos de activar
a todas horas de nuestra vida, el mundializado planeta requiere de moradores y
líderes capaces de superar las diferencias, junto a sistemas educativos que den
prioridad a las personas como agentes de paz. Sin duda, el poder transformador
de la educación es vital, sólo hay que ver, como día tras día, cambia la suerte
de muchas personas gracias a las oportunidades que ofrece el aprendizaje. Desde
luego, si en verdad queremos cambiar las mentalidades y progresar, hay que
trabajar en este sentido socializador. Nadie se puede quedar en las barreras de
la ignorancia. Será discriminatorio y desprovisto de moral. Nos conviene, por
tanto, esforzarnos en proyectos reintegradores, pues todos hemos de planificar
conjuntamente el futuro, bajo una estética colaboración solidaria. Esto nos
exige que revisemos seriamente nuestro estilo de vida, que ha de ser cuando
menos más de genuina donación, tanto hacia la naturaleza como hacia nuestro
espíritu de relación. Precisamente, una de las pobrezas más hondas que
sufrimos, es la falta de vínculos para poder hermanarnos en esa gran familia
humana que todos demandamos por innata necesidad. No olvidemos que nada somos
sin los demás. Pensemos que no hay avance pleno sin esa concordia de aportes
generosos en favor del desarrollo de todas las culturas y de todos los cultos.
¡Abracémonos hasta transformarnos en alma! Seguramente sea cuando el mundo
cambie, porque será cuando bajaremos a la realidad que nos circunda; la de nuestra
propia conciencia, que es aquello por lo que vivimos, pensamos y sentimos.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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