Algo más que palabras
Por las obras nos reconocen, por los pasos nos conocen
“Hay que unirse para
ser más fructíferos y reunirse para trabajar mejor”
Cada día estoy más convencido que hay que salir al
encuentro, y para ello, antes hay que brotar de uno mismo para poder verse en
los demás, y conjugar estilos consensuados de vida en común. En efecto, estamos
llamados a entendernos, a cultivar el diálogo sincero y a rescatar los latidos
del alma, que es lo que realmente nos une como especie. Únicamente bajo el
intercambio de experiencias, aportando, compartiendo y usando recursos
cooperantes, nos engrandeceremos como linaje, generando un conocimiento más
universalista; y, por ende, también más inclusivo. El mundo no puede continuar
fracturado. Los modelos económicos, igualmente, han de poner en el centro a la
persona humana y sus derechos. También los modelos sociales y políticos, han de
conjugar otras sensibilidades más orientadas al servicio de la humanidad y a la
protección de nuestro planeta.
Sea como fuere, no podemos permanecer en silencio ante tanto
dolor sembrado, nos hace falta otro espíritu más conciliador, pero asimismo más
sosegado, pues con la violencia no se logra nada. Naturalmente, por las obras
nos reconocen, pero de igual forma por nuestros pasos mediadores se conoce al
caminante. Ciertamente, podemos tener la fuerza del trabajo, la disponibilidad
y las ganas, pero es menester contar con el respaldo de nuestros análogos. Sin
duda, es desde esa conjunción de impulsos y pujanzas como se puede llegar a
buen término. El momento no es fácil. Nuestra historia humana puede ayudarnos a
ver otros horizontes más nítidos, con menos egoísmos y más desprendimiento.
Ojalá aprendamos a desarmarnos y a ser más camino de continuidad. A propósito,
nos llega una esperanzadora noticia: “Japón y la ONU, listos para apoyar la
desnuclearización en Corea del Norte”. Por algo se empieza. En esto también se
requiere el trabajo conjunto para activar medidas progresivas de desarme en la
dimensión nuclear, así como de armas químicas y biológicas. Al fin y al cabo,
todas las armas son demoledoras.
Tenemos que negarnos a convivir con realidades ilícitas y
crueles. Hay que saltar de esta atmósfera de apariencias y volver a las
entrañas del ser, a ese donarse y perdonarse a fin de mejorar esa amistad
cercana que todos nos merecemos para fraternizarnos como familia, a esa hondura
de energía clemente que es donde radica el verdadero sello de la savia. Vale la
pena, desde luego que sí, propiciar agendas conjuntas y reorganizadas, el
esfuerzo de reunirse y unirse por un mundo más justo, más seguro, con menos
barreras y más horizontes, sabiendo que las represalias no son buenas para
nadie. El mundo del intelecto, también la inteligencia artificial generada por
nosotros, han de ponerse a obrar con ejemplaridad en la construcción de ese
bien colectivo mundializado, en el que imperen los valores morales, que es lo
que hace que uno se sienta bien. No olvidemos que el éxito de nuestra secuencia
va a ser colectiva, pero antes hay que combatir el dominio de la injusticia y
escuchar más el lenguaje de la naturaleza, teniendo en cuenta que por sí mismos
nada somos, por muy endiosados que nos hallemos.
Por tanto, como tantas veces me digo, tenemos que cambiar de
entretelas, no permanecer indiferentes, y estar alerta en salvar vidas.
Precisamente, Matteo de Bellis, investigador de Amnistía Internacional sobre
asilo y migración, nos acaba de llamar la atención, con este objetivo dato: “El
número de muertes en el mar ha crecido, aunque el dato sea insignificante
respecto al número de personas que han intentado cruzar el Mediterráneo en
meses recientes. La responsabilidad de este aumento en el número de muertos
recae directamente en unos gobiernos europeos más preocupados por mantener a la
gente fuera de su territorio que en salvar vidas”. Sería bueno, en
consecuencia, que nuestros pasos fuesen más de acogida que de rechazo, más de
reinserción que de exclusión, más de vida que de muerte. El mundo migrante es
un mundo nuestro, y esa cultura del hermanamiento debe despertarnos, cuando
menos nos exige que por motivos humanitarios les ayudemos a vivir, de acuerdo
con la suprema e innata fe de vida, pues tan solo vivimos cuando amamos.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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