Algo más que palabras
El compromiso cívico por lo armónico
“Creado el verso a imagen del verbo, surgió el mandato de
conjugarlo,
y hubo de hacerse en justicia para armonizar el ser con el
estar”.
En un mundo cada vez más fragmentado y endiosado por
atmósferas crueles, el compromiso cívico es fundamental para enhebrar otro tipo
de comportamientos y actitudes ante la vida, cuando menos más fusionados y
solidarios en el sentir, para mejorar de este modo nuestro distintivo
sostenimiento humano. Por desgracia, hace tiempo que nos hemos dejado
abandonar, irresponsablemente, por un abecedario de intereses mercantilistas, a
través de los necios pedestales del poder, que lo único que hacen es
disgregarnos, para llegar a ese pánico visceral de enfrentamientos, donde el
odio y la venganza son munición permanente, volviéndonos inhumanos y estúpidos.
La realidad está ahí, no se puede omitir. En muchas partes
del planeta, el grado de represión es tan alto, que se está forzando al exilio
a ciudadanos, por el simple hecho de opinar diferente a su gobierno, a sus
líderes, casi siempre más preocupados por si mismos que por los demás. Desde
luego, los gobernantes que no aman su misión de servidores al bien común, que
no dan lo mejor por la causa colectiva, que no escuchan al que opina distinto,
difícilmente pueden contribuir a poner concordia en el andar. A veces también
nos llama la atención la debilidad de las reacciones internacionales, ante
hechos tan deleznables como la irracionalidad del caminante.
Lo cierto es que contamos con demasiados intereses
particulares y muy cómodamente el rendimiento económico llega a prevalecer
sobre el justo bien social, llegando a manipular la información para no ver
afectados sus proyectos. Sería bueno despojarse de ese fascinante manjar de don
dinero. Porque, ciertamente, hubo un tiempo en el que todo era poesía, y por
ende, creado el verso a imagen del verbo, surgió el mandato de conjugarlo, y
hubo de hacerse en rectitud, pues sin él es muy complicado armonizar nada,
máxime en esta época contemporánea, donde la globalización nos ha unido, pero
no hermanado. Es nuestra gran asignatura pendiente. Ojalá aprendamos a cambiar,
a movilizarnos con el corazón y no con las espadas en pie, con el fin de
modificar hasta los mismos procesos económicos y sociales, haciéndolos más
plenamente humanísticos, o sea, más poéticos. En el fondo, una balada no es
algo que cotiza, sino el sol que nos permite mirar y ver, y hasta concebir
nuestros concretos vínculos de poetas en camino.
Por eso, es a través de una justa inspiración, germinada
casi siempre después de una crisis, que es lo que sinceramente nos obliga a
revisar nuestra calzada, cómo se proyecta un modo nuevo de cohabitar. Quizás
apoyándonos en las experiencias positivas y rechazando las negativas, podamos
afrontar las dificultades con más tesón, y desplegar un planeta de mayor
convivencia, no de conveniencias, que son ventajas para unos y desdichas para
otros. Ya está bien de mercadeos, de poner armas en vez de alma en el camino.
La verdad que cuesta creer que con casi 22 años de existencia, el Tratado de
Prohibición Completa de Ensayos Nucleares
sigue esperando a que lo ratifique alguno de los ocho países con
capacidad para desarrollar armas nucleares. Tenemos que despertar de este
absurdo negocio, puesto que las tragedias humanas y ambientales, resultado de
los ensayos nucleares, son razones de peso para ese cambio de actitudes.
Puede que a muchos moradores les falte esa fuerza moral
indispensable para comprometerse, con efectiva autenticidad, en ese afán por lo
armónico, que es lo que realmente nos injerta ilusión y fortaleza; pero ha
llegado el momento de concertar unidos nuestra propia existencia. Por tanto,
hemos de considerarnos en conjunto miembros de un saber ser, pero también de un
saber estar más allá de los gestos y las palabras, con nuestra propia
conciencia de lucha acompasada y acompañada en favor de toda la humanidad,
poniendo en alza los valores de la solidaridad, la equidad, lo ético y la
libertad. Considero, en consecuencia, que somos una sociedad que necesita
esperanzarse, revivir de las cenizas injustas, para llevar por doquier, con
renovado ardor, el anuncio de caminar acorde con los designios de la paz.
Sea como fuere, el ánimo de una humanidad, que requiere
fraternizarse, se forja en muchos niveles, empezando por el ambiente familiar
que demanda respeto y unión de sus progenitores, y finalizando por el propio compromiso
de los Estados y sus gobiernos, haciendo valer los principios enraizados en el
espíritu de toda democracia. Pongamos el lunar del desarme como punto final del
poema. Y las penas váyanse, que ya no riman ni reman en tierra. Soñar también
ayuda a vivir.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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