jueves, 11 de octubre de 2018

Columna


Algo más que palabras

Me afligen los martirios

 “Hay que ser como esas campesinas, que a pesar de hallarse en peores condiciones que los hombres del campo y que las mujeres urbanas, no desfallecen y echan la red ante los ojos de los que tienen sueños”.
               
Al destierro la amargura. Sí, lo sé, que cada día tenemos más fronteras y más frentes abiertos, pero querer es poder, y a pesar de tantas contrariedades, nada es imposible. Ciertamente, tampoco es cuestión de enjuiciamos sin cesar, de creemos con el derecho de pisotearnos sin clemencia alguna, sino más bien de repensar caminos nuevos, verdaderamente auténticos, y para eso hace falta estar en guardia con las lámparas encendidas. Personalmente, no me gusta este mundo gobernado por intereses mundanos, que no tiene otro objetivo que el de enfermarnos aislándonos al margen de nuestros análogos, atormentándonos en combates absurdos, envenenados por el odio y la venganza, por multitud de vicios y envidas, por el desamor y el inútil afán dominador que nos corrompe. No es bueno caer en la autosatisfacción del endiosado, en el espectáculo de algunos políticos, donde todo parece lícito, hasta lo más mezquino.

Que la libertad no sea para soñarla, sino para vivirla. Ya está bien de tantos martirios y de charlatanes con pedestal en plaza, haciendo de la política el mayor negocio. Reconozco que, hoy por hoy, me dejan sin voz tantos tormentos que, verdaderamente, me atormentan, que yo mismo requiero dejarme oír para proseguir camino que me alegre los andares. En palabras de Magda Alberto: “La idea de una sociedad más justa y democrática... viene de la mano con la igualdad para las mujeres”.  Por cierto, y considerando que el Día Internacional de las Mujeres Rurales se celebra el 15 de octubre, sabiendo que representan más de un tercio de la población mundial y el 43 por ciento de la mano de obra agrícola, de que labran la tierra y plantan las semillas que alimentan naciones enteras; además de garantizar la seguridad alimentaria de sus comunidades y de ayudar a preparar a esas comunidades frente al cambio climático; de verdad, seamos justos y humanitarios con ellas. Me niego, por tanto, a ser un prisionero más de nuestras irresponsabilidades, sobre todo en un planeta con tanto predicador de libertad.

Donde hay más debilidad, allí es más fuerte el tormento. Con frecuencia olvidamos como señala ONU Mujeres, que las campesinas sufren de manera desproporcionada los múltiples aspectos de la pobreza y pese a ser tan productivas y buenas gestoras como sus homólogos masculinos, no disponen del mismo acceso a la tierra, créditos, materiales agrícolas, mercados o cadenas de productos cultivados de alto valor. Tampoco disfrutan de un acceso equitativo a servicios públicos, como la educación y la asistencia sanitaria, ni a infraestructuras, como el agua y saneamiento. Son los efectos de una ciudadanía mundializada, injusta a más no poder, donde cada cual cultiva el reino del orgullo y de la vanidad, del egoísmo y de la exclusión, sin miramiento alguno, creyendo que es posible encubrir esta triste realidad de absurdos que nos inventamos unos contra otros, sin apenas soltar lágrima ninguna. Sea como fuere, hemos de cortar estas cadenas que nos petrifican, aunque sean de oro puro, puesto que nos adormecen. Hay que ser como esas campesinas, que a pesar de hallarse en peores condiciones que los hombres del campo y que las mujeres urbanas, no desfallecen y echan la red ante los ojos de los que tienen sueños.

Soñar es una estética antigua, igual que la de saber llorar con los demás, es un acto humano que verdaderamente nos debe hacer reflexionar, y cambiar de rumbo, máxime en un momento en el que se registran un aumento de necesidades en todos los países del mundo. Se comenta que no hay dinero suficiente para cubrir la ayuda de los 68 millones de refugiados; sin embargo, no se dice nada del derroche de ese mundo privilegiado, verdaderamente saciado, pero insaciable a la hora de repartirse la torta de la vida. En una sociedad así, siempre dispuesta al enfrentamiento en lugar de propiciar el encuentro, se vuelve complicado hacer justicia, ya que las mismas tramas políticas ideológicas nos mutilan el corazón dividiéndonos. Ojalá despertemos a tiempo, y en medio de esta vorágine actual,  el sentido humano vuelva a resonar en nosotros para ofrecernos un estilo existencial distinto, cuando menos más equitativo y libre. En su tiempo, ya Voltaire, proclamo en voz alta la libertad de pensamiento, pues al presente, yo también pregono la liberación del ser. Con aguante, paciencia y serenidad, estoy convencido de que lo vamos a conseguir.

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor

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