Algo más que palabras
ESPÍRITUS ENSANGRENTADOS
“Lo fundamental es que cada cual sienta el deber moral de
adoptar medidas concretas para activar la comprensión entre culturas y
existencias”.
El mundo arde en lágrimas y sollozos. Los moradores de un
lado y los del otro, en lugar de entenderse, se enfrentan, utilizan lenguajes
que hieren los corazones y acaban matando ilusiones. Así, mientras los
poderosos temen perder poder, los indigentes y excluidos socialmente piden
acogida y encuentran todas las puertas cerradas. A poco que bajemos a ese mundo
de la marginalidad, nos daremos cuenta que la solidaridad no existe como tal,
salvo en momentos puntuales, como tampoco se encuentra justicia alguna para
reinsertarles dignamente. Todo es de boquilla. Incluso, apenas soltamos un
suspiro por nadie. Urge, por tanto, cambiar actitudes, modos de vida, modelos
de producción y de consumo, estructuras egoístas que rigen hoy la sociedad. Los
hechos están ahí. Cada amanecer hallamos más espíritus ensangrentados por el
dolor, sin consuelo alguno, totalmente desesperados. El tanto tienes, tanto
vales, es más real que nunca. Escasean valores que nos fraternicen y valías que
nos proyecten hacia otros caminos más equitativos; sin embargo, nos sobra
pasividad y gentes corruptas, sin conciencia alguna, que constantemente juegan
con la mentira activando la célula de las habladurías, realidad construida por
oportunistas que se dedican a criticar y a destruir, convirtiendo el planeta en
un río de llantos como jamás ha sucedido en nuestra historia reciente.
Este coro de lamentos vertidos por doquier, nos enseña a
toda la especie una gran verdad, que el camino por el que transitamos
actualmente no es el correcto, puesto que favorece a algunos privilegiados y
perjudica totalmente a los menos aventajados. No se pueden concebir estas
desigualdades tan tremendas en espacios globalizados. El amor por el análogo es
un valor a cultivar, pero sin restricciones hacia lo diverso, antes que los
sueños se desvanezcan. Por desgracia, cohabitamos entre el rencor y las
consecuencias de tantas contiendas inútiles, es menester afrontar otros
horizontes menos bélicos, que valoren realmente la vida de todo ser humano.
Tenemos que despertar y ser más armónicos con nosotros mismos. Se me ocurre
pensar en esas representaciones teatrales participativas que están teniendo
lugar en el Líbano, en las que combinan actuación y marionetas, y que sirven a
mujeres y hombres para alzar la voz, reclamar sus derechos y, en algunos casos,
llegar a impulsar la movilización comunitaria. Está bien eso de cerrar las
heridas de la violencia a través del teatro. Podría servir cualquier otra
representación artística, deportiva o científica. Lo fundamental es que cada cual
sienta el deber moral de adoptar medidas concretas para impulsar la comprensión
entre culturas y existencias.
Sea como fuere, ya está bien de hacernos gemir entre
nosotros. Desterremos las venganzas. “Ninguna persona merece tus lágrimas, y
quien se las merezca no te hará llorar”, decía el inolvidable escritor
colombiano Gabriel García Márquez. ¡Cuánta razón hay en sus palabras! A
propósito, hace tiempo que determinados ciudadanos, de los cuales algunos son
líderes políticos, han vociferado el deseo de construir la civilización del
amor, pero esta no llega, porque fallan principios tan básicos como el respeto
y la comprensión. Por otra parte, hay que pasar página, y no hay otra senda que
la del perdón y la reconciliación entre linajes. En efecto, hay que despojarse
de armas, y ver más con el alma y sentir más con el espíritu. Nos hace falta.
Desde luego que sí, cuando menos para rehacer la originaria unidad de la
familia humana, que tiene su manantial
en el amor desinteresado y en la propia vida conjunta. No se puede
transitar con una coraza, hay que hacerlo con el corazón, que es donde se
originan los deseos y las decisiones más profundas, huir de la falsedad y
alejarse de pensamientos interesados y vacíos.
En cualquier caso, tenemos que aprender a cohesionarnos, a
ir creciendo en humanidad y en alianza. Pongamos como referencia la Unión
Europea. Desde su fundación en 1957, ha crecido de seis países miembros a
veintiocho. Son estas pequeñas cosas las que nos hacen grandes. Cualquier país
europeo que acate los principios de libertad, democracia, se someta a los
derechos humanos, libertades fundamentales y el Estado de derecho puede
solicitar ser miembro. Lo importante es la esperanza, el anhelo de integración,
la consideración como experiencia universal. Esto debería entusiasmarnos y
alentarnos a cada uno para darlo todo, para crecer hacia ese proyecto colectivo
solidariamente auténtico que favorece la concordia; sabiendo que, de hacerlo en
familia, cualquier conflicto se achica y cesa.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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