EL ESPÍRITU MATERNO DE LA EXPRESIÓN HUMANA
“Tenemos derecho a que nuestro árbol genealógico se articule
en esa pluralidad exclusiva de emociones materno-filiales, que hemos heredado,
y que nos sirve de sustento”.
Infinidad de maravillosas rítmicas, entroncadas a sus pausas
y sus pulsos, hay sembradas armónicamente por el universo. No le pongamos
grilletes a estos bucólicos amaneceres. Es algo que se siente a poco que nos
paremos a mirar y ver, a sentir y a disfrutar de la creación, desde un espíritu
materno y bajo el soplo creativo que todos llevamos interiormente en el alma.
Ojalá aprendamos a coexistir entre latidos y a invocar ese vínculo lingüístico
interno, deseoso de que los seres humanos de todas las lenguas, de todos los
lugares, de todas las naciones en definitiva, experimentemos el respeto y la
consideración por nuestros análogos, y así, poder compartir riquezas
culturales, a fin de construir juntos otra humanidad más crecida en la poesía
que en estos actuales poderes mundanos. En ocasiones, debido a los galopantes
procesos de globalización, pesa sobre las diversas expresiones humanas una
amenaza cada vez más real de obscurecimiento. Según Naciones Unidas, al menos
el 43% de las seis mil lenguas que se estima que se hablan en el mundo, están
en peligro de extinción.
Indudablemente, el uso de las lenguas maternas en el marco
de un enfoque plurilingüe es un componente esencial de la educación de calidad,
que es la base para empoderar a las mujeres y a los hombres y a sus sociedades.
De ahí, la importancia de reconocer y promover este potencial expresivo para no
dejar a nadie rezagado y construir un futuro donde impere la comprensión; y,
por ende, todo sea más justo y sostenible, tanto humanamente como
colectivamente. En consecuencia, la diversidad cultural y el diálogo
intercultural, el fomento de la educación para todos y la creación de las
sociedades del conocimiento son factores fundamentales para la labor de la
UNESCO. Pero esos cometidos no son posibles sin un amplio compromiso
internacional orientado a promover el plurilingüismo y la diversidad
idiomática, lo que incluye la preservación de las lenguas en peligro de
desaparición, y que personalmente quiero reivindicar de modo firme entre todos
los moradores. Confieso que siempre me entristece la caída de cualquier voz
lingüística, puesto que las modalidades de concebirse y expresarse, son el
pedigrí de los pueblos. Y nosotros, los
pobladores, tenemos derecho a que nuestro árbol genealógico se articule
en esa pluralidad exclusiva de emociones materno-filiales, que hemos heredado,
y que nos sirve de sustento.
Sea como fuere, no podemos permitirnos que cada dos semanas
desaparezca una lengua, llevando consigo todo un horizonte cultural e
intelectual que nos enriquece y contribuye a la fraternización del mundo, pues
cada locución humana es un pensamiento mismo. Los similares sentimientos del
alma, aquellos por los que cada cual vive, siente y recapacita, necesita de esa
reserva y de ese vínculo naciente, hasta para rehacerse de un mínimo tropiezo.
No olvidemos que nos reconocemos por lo vivido, por nuestras propias raíces,
que siempre parten de la multitud sencilla, del habla de la gente natural y franca.
Y en este sentido, el corazón por sí mismo, también conversa con una métrica
que entienden todas las naciones. Lo más importante, pues, es escucharnos unos
a otros. Por eso, sólo una formación permanente y respetuosa de mente y
voluntad puede realmente crear unión y unidad entre moradores. Quizás lo
trascendente sea dejarnos entender para poder transmitir libremente lo que
hemos madurado; algo primordial en la inserción de ese gran “nosotros”, sin
exclusión alguna.
Dejemos, por tanto, que las diversas lenguas partan de sus
orígenes y puedan desarrollarse en su esencia, como espíritu materno de concordia e identidad, de
tradición y de memoria. Todo ser humano ha de poder exponerse con su manera de
ser, con su dicción, y ha de colaborar de este modo a engrandecernos como
linaje. Teniendo esto en cuenta, las Naciones Unidas, con muy buen criterio a
mi juicio, han declarado el 2019 como el Año Internacional de las Lenguas
Indígenas; cuestión que debe hacernos meditar a todos, no sólo para beneficiar
a las personas que hablan estas lenguas, sino también para que otros aprecien
la importante contribución que hacen a la rica diversidad cultural de nuestro
mundo. Mal que nos pese, son estas pasiones las que nos hermanan, las que nos
hacen avanzar en sabiduría y bondad, que es lo verdaderamente fructífero. Desde
luego, nos deben interesar todas las actitudes humanas, también aquellos
vocablos que van más allá del verbo, como puede ser el entusiasmo, el deseo
permanente de búsqueda, el ansia por reconocerse parte de la vida. Por ejemplo,
más allá de un lenguaje corriente, permanecen los gestos, tales como un abrazo,
extender la mano en auxilio, o una simple sonrisa de acompañamiento, semblante
que revela el auténtico ser que somos. ¡Basta de soledades y silencios!
¡Pongamos voz a los sin voz! ¡Hagámoslo con cien mil lenguas!; porque, por
haber callado, ¡hemos otorgado podredumbre!
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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