Sueños posibles
“Déjennos soñar sin imperativos, amar sin imposiciones y
cohabitar sin avasalladores”.
Todos tenemos un horizonte que abrazar, un camino que
recorrer, con una visión de unidad y de respeto entre todos. Para empezar, es
difícil hacer el bien sin amarnos. Por desgracia, somos una sociedad
contaminada por la mentira, que ha perdido el corazón y se ha deshumanizado.
Los aires de la hipocresía nos han dejado sin alma. Así no podemos mejorar
humanamente. Necesitamos reunirnos para relanzar el bien colectivo, también
reanimarnos como especie dispuesta a fomentar modelos de crecimiento basados en
la equidad social, que nos dignifiquen e ilusionen, además de liberarnos de
estos ritmos frenéticos productivos, totalmente inhumanos que nos roban hasta
nuestro privativo tiempo de descanso, para poder proseguir andares más
solidarios, pues al fin todos hemos de contar en esas frías estadísticas de
hoy, dependientes más de los índices poderosos bursátiles que de los latidos
interiores del ser humano como tal. Déjennos soñar sin imperativos, amar sin
imposiciones y cohabitar sin avasalladores.
Ciertamente, todo parece estar enfermo, mientras gran parte
de la ciudadanía permanece callada, sin inmutarse, y esto no es bueno, nos hace
falta como sociedad activar otros sueños más ambiciosos, capaces de rescatarnos de nuestras miserias.
Nunca es tarde para modificar el rumbo. Sabemos que no podemos seguir
destruyendo la biodiversidad. La responsabilidad es de todos. Nadie se libra de
este compromiso. Hace unos días,
precisamente, me hablaba un hombre sencillo, apicultor, de la Alpujarra
granadina, sobre la necesidad de las abejas y de otros polinizadores como las
mariposas, los murciélagos y los colibríes, cada vez más amenazados por
nuestras propias actividades, y me trasladaba su anhelo para que escribiese
sobre ello, pues con lágrimas en los ojos me participaba su desvelo de cómo la
polinización es algo esencial para la supervivencia de los ecosistemas, y por
consiguiente, algo imprescindible para la producción y reproducción de muchos
cultivos y plantas silvestres.
No olvidemos que los sueños son posibles y que, tal vez
soñar, sea la acción más sublime para llevar a efecto una realidad, la de
transformar nuestra interacción con la naturaleza. Desde luego, hacen falta
mejores prácticas agrícolas y agroecológicas junto a una gestión integrada
intersectorial. De igual modo, hemos de proteger con mayor eficacia y gestionar
más eficientemente aquellas áreas clave de biodiversidad marina, reduciendo por
ende la contaminación, con una gobernanza más inclusiva en cuanto a los
recursos hídricos, así como el acrecentar los espacios verdes en áreas urbanas.
Podríamos seguir relatando nuevas tareas pendientes de realizar en el
esplendido libro de la naturaleza, pero también pienso que el mundo es más que
un problema a resolver, una apuesta responsable a vivir y dejar vivir, cada uno
desde su cultura, su vivencia, sus fantasías y sus capacidades.
En efecto, creo que no podremos subsistir por mucho tiempo,
como linaje, de proseguir con esta manera irresponsable de movernos por el
planeta. Realmente la lucha contra el calentamiento global nos pide con
urgencia una ruptura de costumbres en sectores tan vitales como el energético,
el agrícola o la industria, el de transporte y tantos otros. Los riesgos ya
están con nosotros, en nuestras existencias, personas enfermando de dolencias
relacionadas con el clima, pueblos enteros reubicándose; y, por si fueran poco
estas torturas atmosféricas, luego están los tormentos que nos lanzamos unos
contra otros. Se comenta, por cierto, que las tres cuartas partes de los
mayores conflictos tienen una dimensión cultural. Parece que tampoco tenemos
buena disposición a la hora de aprender a obrar mejor, o sea, a coexistir más
próximos con el prójimo.
Seguramente nos interese, romper cadenas, avivar lo creativo
y compartir intelectos, para que sea un hecho, ese gran deseo de que todos
seamos uno, porque esto nos hará bien a todos; opción totalmente contraria a lo
que hoy prolifera de forma violenta, irrespetuosa con el análogo, generando un
egocéntrico individualismo endiosado, con fuerte ansiedad nerviosa, que nos
deja en permanente amargura. Por eso es bueno, desterrar este tipo de
abecedarios negativos, aunque solo sea por fidelidad a uno mismo. Pensemos que el
sueño de la paz será posible en la medida que cada cual ponga su semilla
armónica entre los suyos más inmediatos y contribuya a expandirse. Al fin y al
cabo, las riquezas no te aseguran nada, en cambio el corazón se siente sazonado por lo
armónico, y por ende satisfecho, en la medida en que hagamos el bien soñando; o
como diría el inolvidable poeta español, Antonio Machado (1875-1939): “si es
bueno vivir, todavía es mejor soñar, y lo mejor de todo, despertar”.
Despertemos, de una vez por todas, y pongámonos en faena, de ser más alma que
cuerpo, más donación que pedestal, más espíritu que nada. A tomar este vivo
movimiento se aprende andando.
Víctor Corcoba
Herrero/ Escritor
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