Retorne por siempre la luz del diálogo
“Seamos humanos, ¿o queremos ser lobos?”.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Vuelva la luz a los caminos de la vida, jamás la violencia,
entronquemos el mundo de color transparente, sin muros que nos ensombrezcan y
sin espacios que nos esclavicen. Quizás, por ello, necesitemos gobiernos que
activen naciones más acogedoras e inclusivas. Pongamos corazón en cada paso que
demos. Coexistamos en referencia para
que nuestros hijos, y también los descendientes de nuestra prole, vean en
nosotros ese legado de concordia que nos fraternice, y nos haga sentirnos parte
de ese corazón humano, que es lo que realmente nos da quietud. No hay mejor
lección que la de aprenderse a donarse y a revivirse, a dar vida y entusiasmo a
ese encuentro y acompañamiento de unos hacia otros. Resulta absurdo actuar por
interés egoísta, por despecho, hay otros modos de actuación y de pensar que
pueden hacernos cambiar de rumbo. Seamos humanos, ¿o queremos ser lobos? Quizás
deberíamos preguntárnoslo. Lo armónico es una sensatez que sustenta el
movimiento, desplegando constantes energías confluentes entre la acción y la
reacción, entre la fortaleza de un espíritu inteligente y la constancia
reiterativa del ser.
Por eso, a punto de finalizar el 2019, vuelvo a decir una
vez más, que contra el resentimiento que envenena la atmosfera, el antídoto del
aguante. La resistencia del corazón nos hace persistir en la búsqueda de nuevos
caminos, cuyas dificultades a menudo se ven agrandadas por las condiciones de
marginalidad e inestabilidad social, por la propaganda ideológica y doctrinaria
del odio que nos vuelve tan intolerantes como necios. Sin duda, es fundamental
reflexionar sobre lo vivido, rectificar en aquello que nos hubiésemos
confundido, perseverando en el buen obrar y transformando esa hipocresía que
nos domina, en una naciente claridad de sentimientos, que nos hagan trabajar al
servicio de la gente. Por tanto, más que declarar estados de emergencia, nos
conviene evaluar situaciones y restablecer los derechos humanos siempre. La
cuestión, en ocasiones, no es tanto la de sumarse a las protestas, alzar barricadas
y enhebrar venganzas inútiles, como ir a la raíz del problema para poder
solventarlo. Y si el asunto de la contrariedad radica en abordar el tema de las
desigualdades y los factores sociales, económicos y ambientales que los
alientan y alimentan, no hay más remedio que impulsar valores de justicia y
remover los corazones para ponernos en la situación de nuestro análogo, que sin
duda necesitará de otro espíritu también más compasivo, por parte de sus
semejantes.
En cualquier caso, a los sembradores de cizaña por las redes
sociales, yo les diría, que la siembra del terror no corrige nada el mal, lo que hace es
derrotarnos y degradarnos como seres pensantes. No seamos antisociales, sino
gentes con otro espíritu más humano. Tampoco deformemos la realidad y
fomentemos revueltas que nos restan
libertad y nos apartan de esa atmósfera racional que da subsistencia al
diálogo. Opongámonos por principio a toda contienda. Las cosas no se resuelven
así, sino con otro entusiasmo que nos dignifique a los de un lado y otro.
Incrementando la lucha todo el mundo perdemos. Se destruyen bienes que son
colectivos, en vez de construir espacios de coloquio, que nos afanen en
restablecer los derechos humanos. Utilizar el uso excesivo de la fuerza acaba
por torturarnos universalmente. Sin embargo, considero vital la importancia de
la mediación en conflictos, para que los gobiernos, cuando menos protejan a las
personas, contra actos fanáticos. Quizás, la ciudadanía en su conjunto, deba
escuchar las protestas; pero los violentos, esa misma ciudadanía, tiene que
aislarlos. Es una contradicción entre lo que se dice y se hace. Por medios
pacíficos se puede y se debe reivindicar, ya sea cada cual consigo o en masa.
Además, las diferentes representaciones del mundo, han de asegurar la
integridad de las personas que protestan.
Lo importante de esa vitalista aurora, que uno por uno nos
merecemos, consiste en desactivar tensiones, en ser más cooperantes y
colaboradores, ajustándonos a las circunstancias de cada país, pues lo
transcendente es el capital humano más allá de cualquier frontera o frente.
Indudablemente, son los esfuerzos conjuntos, los que han logrado y seguirán
haciéndolo, que todas las personas puedan crecer humanamente. A propósito,
siempre he admirado el compromiso de aquellos seres humanos, dispuestos a
tender su mano, a consensuar posturas desde el enriquecimiento de la
diversidad, sabiendo que nada es imposible, que el cambio es imparable, y que
únicamente entre todos los moradores es cómo podemos construir un entorno más
justo, fortaleciendo esa innata conexión moral entre las políticas y las
personas. Por cierto, los líderes democráticos suelen reafirmarse en la
participación política, en ese espacio cívico de diálogo social que
personalmente reivindico a todas horas; aunque a veces, esas idénticas
gobernaciones, establecen una brecha entre lo que se dice y lo que se aplica.
Tal vez sea un buen momento, dada la cantidad de hostilidades que nos abordan y
no se resuelven, de instarles a que no queden impunes las injusticias, puesto
que reducen horizontes de quietud y nos hacen perder la confianza en las
instituciones. La fortaleza de la sociedad civil, apiñada alrededor del estado
de Derecho, con liderazgos éticos, siempre va a caminar por sí misma, porque
lleva consigo la voz de la ciudadanía, permitiéndole participar en sus avances,
en la creación de ese fraterno mundo que por propia naturaleza deseamos, sin
exclusiones y con ademán tolerante.
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