Balances y propósitos
En la década de la acción
“Es un chocante designio buscar el tener y abandonar la
voluntad”.
Víctor CORCOBA HERRERO/ Escritor
Es tiempo de hacer análisis y de abordar, con otros
principios más del espíritu y de la vida, esas pequeñas cosas que nos hacen
grandes, pues lo substancial es enmendar tiempos perdidos, no perder segundos
en luchas innecesarias, activando compartimientos más pacientes, mansos y
humildes. Me niego a tener que acostumbrarme al aire de los conflictos, cuando
en realidad estamos llamados a construir la gran familia humana, a encontrar
los acuerdos de paz necesarios y a reinventar mejores atmósferas de
convivencia. No pongamos distancias entre nosotros, tampoco levantemos muros
que nos separen, seamos capaces de tender la mano, de practicar la concordia a
pesar de la diversidad de ideas. Necesitamos que lo armónico forme parte de
nuestro diario existencial; y, así, poder consolidar la unidad entre todos los
moradores. Sin duda, hemos de trabajar para lograr consensos y conquistar
ilusiones, en esta década de reacciones y acciones encaminadas a un lozano
renacer de la especie, con erradicación de la pobreza y el hambre, garantizando
un buen vivir para todos, a través del fomento de sociedades libres de miedo y
violencia, protegiéndonos además contra la degradación, mediante la urgente acción
sobre el cambio climático.
Hay que prevenir el viento de las maldades, jamás estimulará
a nadie al bien. Nuestro linaje no puede proseguir deshumanizándose, requiere
de otros planes más fraternizados y universales, que fomenten ese soplo global
de esperanza, asegurando en todo momento el flujo de ayuda humanitaria a
quienes la necesitan. Pongámonos en faena, nuestra mirada tiene que ser
integral, compasiva y dispuesta a servir. Activemos gobernanzas democráticas,
movilicemos corazones, impulsemos el cumplimiento de los derechos humanos por
todo el planeta, agilicemos las misiones conciliadoras, propiciando la cultura
del abrazo, asegurando la cercanía entre culturas, elevando a la realidad ese
compromiso reconciliador entre naciones. Un buen plan, efectivamente, es volver
amigos a los enemigos.
La sociedad tampoco se puede rendir a ser más justa y
humana, es algo inherente a nuestra concepción pensante; y, como tal, nos
merecemos otra atmósfera menos inmoral y más ética consigo mismo y con los
demás. No podemos cavar nuestras propias tumbas, sepultar vidas en vivo por
nuestros odios, ocultar nuestras indiferencias hacia un futuro inclusivo y
pacífico. En verdad que nos merecemos responsabilidades más auténticas,
genialidades de diálogo más verdadero, y hasta otra lucidez de comprensión para
entenderse. Estoy convencido de que no podemos avanzar sino aplacamos
tensiones, mejoramos existencias, cuidamos nuestra casa común, y para ello,
hemos de aprender de las enseñanzas de nuestros predecesores. Pensemos en
aquellos ancestrales gobiernos que tuvieron su origen en el propósito de hallar
una forma de asociación protectora con la fuerza común de todos. Ya lo decía el
proverbio africano de que “la unión en el rebaño obliga al león a acostarse con
hambre”. Cuánta verdad en ello.
Sucede lo mismo con la alianza de las palabras. Por sí
mismas pueden decir poco, juntas forman algo así como una contemplativa, que
pueden llegar a emocionarnos. La mística nos sobrecoge, pero la acción es una
necesidad. El letargo anuncia la defunción. Hemos de despertar, al menos para
vociferar ¡nunca más! a tantas atrocidades vertidas en nuestra historia.
Precisamente, por nuestras endiosadas andanzas, estamos predestinados a caminar
próximos, a no ensombrecer más el cielo con nuestras absurdas venganzas, a
limpiar los horizontes con abecedarios de confianza, a retirar el rugido de las
armas y a ser más alma en suma. ¡Dejemos de esparcir el sufrimiento!
Abandonemos nuestras miserias, y en todo caso, pongámonos en disposición de
alcanzar la grandeza de aquellos que luchan corresponsablemente por el bien
colectivo, por un futuro común, donde nadie sea más que nadie y todos podamos
ser algo.
El poder, de ciertos modelos obsoletos, nos está arruinando
la misma coexistencia entre humanos. A mi juicio, es un chocante designio
buscar el tener y abandonar la voluntad. Sin duda, hacen falta otros liderazgos
que sepan hermanarnos, protegernos, que estén en guardia permanente, en
perpetuo quehacer, pues la quietud requiere de un laboreo constante, de un
cultivo diario, pues nada nace porque sí, todo requiere desarrollo, naturalidad
y justo tesón. Ahora bien, tampoco se puede caer en el desánimo, por ello
también será vital que las políticas apunten decisivamente a disipar las
tensiones comerciales, reimpulsando la cooperación multilateral, brindando de
este modo a la actividad económica un respaldo oportuno en los casos en que sea
necesario.
Desde luego, un objetivo principal ha de ser garantizar
mejores perspectivas económicas para todos, promoviendo el trabajo decente e
impulsando la justicia social. A propósito, el comunicado conjunto, firmado por
el Ministro de Trabajo francés y los jefes de la OIT, el Fondo Monetario
Internacional y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos,
establece algo que conviene recordar, sobre todo a raíz del aumento de las
desigualdades dentro de los países, pues plantea riesgos para el crecimiento
inclusivo, la estabilidad económica y la cohesión social, tanto en las
economías avanzadas como en los países en desarrollo. Son, justamente, estos
desajustes la cepa de muchos males sociales, que han de interpelarnos sin cesar
y que deben ser objeto por parte de todos de una atención particular. De ahí,
lo importante que es el aliento solidario, cooperante siempre, en la búsqueda
continua de nuevas formas de bienestar, cuando menos guiados por una conciencia
que dignifique a toda vida, que es lo verdaderamente significativo, no el ídolo
del dinero, que todo lo corrompe y desvirtúa.
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