lunes, 8 de marzo de 2021

Compartiendo diálogos conmigo mismo

Ritual sobre el enigma viviente

 

(Todo está dirigido a Dios Padre, digerido por medio de Jesucristo y vivido en el Espíritu Santo)

 

 

 

I.- DESDE AQUÍ; ANUNCIAMOS TU MUERTE

 

 

El anuncio nos hace recordar la hora suprema, el momento preciso de la muerte,

el instante en el que Cristo, Jesús, acepta la expiración como exigencia natural, 

como parte ineludible del transitar de todo humano por los caminos de la tierra,

pues lo crucial es despojarse del vicio hasta vaciarse de las miserias de aquí abajo,

vencer la imperfección, convencernos de hacerlo, para conciliar lo irreconciliable.

 

Jesucristo aceptó el paso de la muerte con el caminar del sacrificio permanente,

con la esperanza de sobreponerse cada día y con la confianza de regresar al ser,

de retornar a la fortaleza del habitar  y así poder entrar en la mística liberadora,

mediante un espíritu generoso, dispuesto a reencontrarse con su celeste Padre,

para que toda la humanidad acoja la señal y recoja la verdad de su gran bondad.

 

Justo, Él, que  es el rey del bien e inspirador de la mística gracia del amor fraterno,

que fue cautivo injustamente, degradado y estuvo indefenso ante un mortal juez,

que hizo silencio y tomó a soledad para recluirse y defender a los más indefensos, 

en cada amanecer hoy reaparece para darnos tiempo a limpiar nuestros mil andares,

pues todo sendero terrenal se convierte en un itinerario de purga en el moverse.

 

 

II.- JUNTO A TI; PROCLAMAMOS TU RESURRECCIÓN

 

 

Toda luminaria está centrada y concentrada en el espíritu del poema y no de la pena,

también toda historia versátil y bíblica está unida y reunida en torno a la renovación. 

No hay palpitación que no se mueva y se conmueva ante la certeza de los mil clavos

firmes, puestos sin clemencia sobre el costado herido del verbo de la vida resurgido,

pues el sentir que esto engendra, deja una huella eterna que nos glorifica y eterniza.

 

Con nuestro Redentor todo cambia, nada permanece, tampoco la tristeza se ubica,

brota la savia poética y toma cauce, haciendo florecer los abecedarios más sublimes,

aquellos que nos dan la emoción vertida en la Cruz, junto a la mirada de su Madre,

siempre presente, en un recogimiento sosegado, suplicando la compasión de todos,

en plegaria incesante por el regocijo del camino, por la dulce palpitación del alma.

 

No hay mayor proclama, que pregonar y propagar la victoria del Cristo Resucitado,

el único remedio contra el cuerpo repelente del odio y la gran venganza mundana.

Su testimonio nos pone membranas y nos permite volar con el entusiasmo de crecer,

en virtud de esa nívea inmortalidad que nos ennoblece al tiempo que nos sobrecoge,

fruto de esa irradiación purificadora que nos injertó el Señor al entregarnos su cuerpo.

 

 

III.- VEN SEÑOR; JESÚS, ¡SOCÓRRENOS!

 

 

Jesús ven en auxilio, únete y reúnete junto a esta humilde morada en la que peno,

por la que vivo y me desvivo en sueño, buscando y rebuscando tu aliento divino,

aquel que mueve el universo que verso, pues aunque a diario me afano y me desvelo

por el vate que llevo, reconozco, con la mirada caída, que aún no pude cimentar

esa gran estrofa gloriosa, que sirva de consuelo y valga como acompañamiento.

 

Vuelve a nosotros Jesús mío, perdón Jesús de todos, se nuestro acompañante,

me inquieta no hallarte o no encontrar la orientación debida para sentir tu amor.

Tengo el alma hambrienta de quietud, esto me desespera a raudales y entristece,

necesito sentir esa sabiduría que proviene de la unción contemplativa del poeta,

quiero serlo a tiempo completo para ahuyentar el rencor y que habite el amor.

 

A tus pies me postro, ¡oh Jesús de Vida!, animoso de tomar el tono de tu timbre

para sentir esa familiaridad con la que tú has crecido y practicado mar adentro,

pues aunque estamos más contiguos que nunca, el corazón no se ha hermanado,

nos falta esa comunión espiritual que nos haga sentir un solo pulso en el andar,

para vencer a esos ídolos que sólo vierten desolación, dependencia y desconfianza.

 

Víctor CORCOBA HERRERO

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