Ritual sobre el enigma viviente
(Todo está
dirigido a Dios Padre, digerido por medio de Jesucristo y vivido en el Espíritu
Santo)
I.- DESDE AQUÍ;
ANUNCIAMOS TU MUERTE
El anuncio nos
hace recordar la hora suprema, el momento preciso de la muerte,
el instante en
el que Cristo, Jesús, acepta la expiración como exigencia natural,
como parte
ineludible del transitar de todo humano por los caminos de la tierra,
pues lo crucial
es despojarse del vicio hasta vaciarse de las miserias de aquí abajo,
vencer la
imperfección, convencernos de hacerlo, para conciliar lo irreconciliable.
Jesucristo
aceptó el paso de la muerte con el caminar del sacrificio permanente,
con la esperanza
de sobreponerse cada día y con la confianza de regresar al ser,
de retornar a
la fortaleza del habitar y así poder
entrar en la mística liberadora,
mediante un
espíritu generoso, dispuesto a reencontrarse con su celeste Padre,
para que toda
la humanidad acoja la señal y recoja la verdad de su gran bondad.
Justo, Él,
que es el rey del bien e inspirador de
la mística gracia del amor fraterno,
que fue cautivo
injustamente, degradado y estuvo indefenso ante un mortal juez,
que hizo
silencio y tomó a soledad para recluirse y defender a los más indefensos,
en cada
amanecer hoy reaparece para darnos tiempo a limpiar nuestros mil andares,
pues todo
sendero terrenal se convierte en un itinerario de purga en el moverse.
II.- JUNTO A
TI; PROCLAMAMOS TU RESURRECCIÓN
Toda luminaria
está centrada y concentrada en el espíritu del poema y no de la pena,
también toda
historia versátil y bíblica está unida y reunida en torno a la renovación.
No hay
palpitación que no se mueva y se conmueva ante la certeza de los mil clavos
firmes, puestos
sin clemencia sobre el costado herido del verbo de la vida resurgido,
pues el sentir
que esto engendra, deja una huella eterna que nos glorifica y eterniza.
Con nuestro
Redentor todo cambia, nada permanece, tampoco la tristeza se ubica,
brota la savia
poética y toma cauce, haciendo florecer los abecedarios más sublimes,
aquellos que
nos dan la emoción vertida en la Cruz, junto a la mirada de su Madre,
siempre
presente, en un recogimiento sosegado, suplicando la compasión de todos,
en plegaria
incesante por el regocijo del camino, por la dulce palpitación del alma.
No hay mayor
proclama, que pregonar y propagar la victoria del Cristo Resucitado,
el único
remedio contra el cuerpo repelente del odio y la gran venganza mundana.
Su testimonio
nos pone membranas y nos permite volar con el entusiasmo de crecer,
en virtud de
esa nívea inmortalidad que nos ennoblece al tiempo que nos sobrecoge,
fruto de esa
irradiación purificadora que nos injertó el Señor al entregarnos su cuerpo.
III.- VEN
SEÑOR; JESÚS, ¡SOCÓRRENOS!
Jesús ven en
auxilio, únete y reúnete junto a esta humilde morada en la que peno,
por la que vivo
y me desvivo en sueño, buscando y rebuscando tu aliento divino,
aquel que mueve
el universo que verso, pues aunque a diario me afano y me desvelo
por el vate que
llevo, reconozco, con la mirada caída, que aún no pude cimentar
esa gran
estrofa gloriosa, que sirva de consuelo y valga como acompañamiento.
Vuelve a nosotros
Jesús mío, perdón Jesús de todos, se nuestro acompañante,
me inquieta no
hallarte o no encontrar la orientación debida para sentir tu amor.
Tengo el alma
hambrienta de quietud, esto me desespera a raudales y entristece,
necesito sentir
esa sabiduría que proviene de la unción contemplativa del poeta,
quiero serlo a
tiempo completo para ahuyentar el rencor y que habite el amor.
A tus pies me
postro, ¡oh Jesús de Vida!, animoso de tomar el tono de tu timbre
para sentir esa
familiaridad con la que tú has crecido y practicado mar adentro,
pues aunque
estamos más contiguos que nunca, el corazón no se ha hermanado,
nos falta esa
comunión espiritual que nos haga sentir un solo pulso en el andar,
para vencer a
esos ídolos que sólo vierten desolación, dependencia y desconfianza.
Víctor CORCOBA
HERRERO
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