Gabriel García Márquez en el recuerdo
A veces pienso que sólo nos crecemos mediante el recuerdo.
Personalmente, suelo acudir con frecuencia al místico perfume del paraíso del
alma a saborear lo vivido, quizás para adentrarme con nuevo empuje en lo que me
queda por vivir. En esa memoria de añoranzas, servidor también tiene prendida
la luz en los abecedarios de un cultivador de verbos, que son auténticas
lámparas para el momento presente. Lo fundamental es renacerse cada día. Lo
decía muy claro, este clarividente escritor, de nombre García Márquez:
"los seres humanos no nacen para siempre el día en que sus madres los
alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra
vez".
Ciertamente, precisamos adaptarnos a los cambios y adoptar
la manera de asimilar estas mutaciones inherentes al tiempo, lejos de doquier
incivil contienda, poniendo como referencia situaciones injustas que viven
diversos personajes de sus relatos o historias de amor cuyos protagonistas son
viejos, haciendo crítica de este modo a la idea expandida por la sociedad de
que los mayores no pueden amar. Desde luego, el amor no conoce edades, es lo
sublime que hay, y es lo único por lo
que vale la pena vivir. El mundo, sin embargo, camina por otros derroteros, por
el del triunfo a cualquier precio, por la ambición de poseer más, olvidándose
que por mucho que uno trepe al final todo se derrumba, menos el amor que nos
hemos dado y el que hemos donado sin intereses.
En este sentido, el iluminado García Márquez, fue un
personaje de hondura, que describió la naturaleza corrupta como pocos, el
contexto de los hechos violentos, los rasgos culturales de la especie, hasta
inventarse la aldea de Macondo condicionada a diversas circunstancias como
resultado del lenguaje ó del mismo nudo de la soledad que impregna la totalidad
de su obra, que nos vuelve irreconocibles y solitarios. Son este cúmulo de
sensaciones el material imprescindible para confabular narraciones
verdaderamente fructíferas. La respuesta para el intelectual no es la vida,
sino lo que acontece en la vida. La multitud de atropellos, de
sinsentidos, y abusos. Considero, pues,
que sus palabras tienen especial significado hoy para los ciudadanos de todo el
mundo. Por eso, aplaudo, que Naciones Unidas le rinda tributo (5 de junio) a un
hombre de pensamiento claro, que no sólo supo hablar hondo, también descifró
los tiempos venideros, sabiendo injertar literariamente la emoción del cambio.
Debido a lo mucho que nos une, pero también hay mucho que
nos separa, tiene que fortalecerse y revivirse el hermanamiento cada día,
aunque sólo sea para conocerse mejor y así poder respetarnos más. Sin duda, la
perdurable obra de García Márquez, nos insta a profundizar en las múltiples
situaciones a través del mágico diálogo de la palabra, para reencontrarnos con
la misteriosa existencia en sus afanes y desvelos, con personajes sacados de la
vida misma o imaginarios, pero siempre dispuestos a dejarnos interpelar, porque
para él lo fundamental de una novela es "que mueva al lector por su
contenido político y social, y al mismo tiempo por su poder para penetrar en la
realidad y exponer su otra cara".
Indudablemente, la imaginación que jamás puede ser
aprisionada, como el ensueño de nuestros interiores que todos llevamos consigo,
es lo que nos permite caminar. García Márquez pensaba en una "nueva y
arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la
forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y
donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para
siempre una segunda oportunidad sobre la tierra". Realmente, pienso, que
tenemos que obligarnos para poder abrazar ese horizonte utópico, donde el
ambiente armónico perdure para todos, como también va a permanecer el deletreo
de historias como las del novelista, homenajeado asimismo en la 73 edición de
la Feria del libro de Madrid, de la mejor manera que se puede hacer, leyendo
sus "Cien años de soledad" (8 de junio), una ficción de una familia a
lo largo de varias generaciones en el pueblo ficticio de Macondo.
A lo largo de la novela, todos sus personajes están
predestinados a sufrir, como una losa, la soledad en carne propia, el
aislamiento y el olvido como si derivase de la naturaleza misma del ser humano,
una visión subjetiva en ocasiones que le llevará al autoconocimiento. A mi
entender, su literatura recrea como ninguna un fluir de evocaciones y de
saberes que nos dejan verdaderamente encandilados a este transcurrir de los
tiempos, en los que se funde el afecto de la pasión con la irrealidad, la
incomunicación con la muerte, el honor con la venganza, el tiempo con la
historia, la pasión con el entusiasmo, el humor
con el poder; en definitiva, todo aquello que sucede en el propio curso
de la vida.
García Márquez se ha ido de este cauce visible, pero el recuerdo
lo ha inmortalizado. Sus historias son tan actuales, que llegan a confundirse
con las mejores crónicas escritas recientemente, cautivadas con la claridad de
un privilegiado poeta fascinado por la palabra. Ha sido un expedicionario de la
veracidad, con él la literatura trazó mundos posibles, rutas apasionantes, yo
mismo lo descubrí como un sueño y lo digerí como un referente. También aprendí
de su obra la capacidad de síntesis sobre los acontecimientos de la vida,
sabiendo que la poesía se realza con la palabra exacta y con la humildad del
obrero. Y llegué a reconocerme, junto a su nítido lenguaje, que no es posible
vivir sin historias. Él creó y recreó la vida a su modo y manera. Llegó al
corazón de las gentes, al corazón de las culturas, y hasta, en ocasiones, asumo
que escribió para no morir. Pues ha ganado la batalla de escribir, tal vez para
acompasar (y acompañar) la soledad que le pesaba muy adentro, y en esto se
marchó. Casi sin decir nada. O diciéndolo todo, porque el silencio también nos
habla de otra forma.
Los genios siempre nos sorprenden con célebres frases, como
ésta, que no puedo por menos que injertarla a este insignificante desahogo:
"el mundo habrá acabado de joderse el día en que los hombres viajen en
primera clase y la literatura en el vagón de carga". A mí, que tantas
veces me ha enseñado a dialogar con él a través de sus obras, me parece que
está más vivo que nunca, y que la literatura con su recuerdo, acrecienta el
espacio que todos buscamos.
Para Gabo (déjenme llamarle como lo hacen sus amigos, aunque
yo fuese sólo un lector anónimo) hay una
cuestión de honor intelectual para sobrellevar el ayer: "La memoria del
corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese
artificio, logramos sobrellevar el pasado". Efectivamente, en el prólogo
de ese remoto literario está el futuro que nos espera. Releerlo siempre es
saludable, sobre todo para otro mañana que tiene mucho que ver con el deseo del
autor de "Cien años de soledad", capaz de proyectar lúcidamente un mundo
diverso, bajo la sombra de un realismo mágico.