Volver a las raíces de lo auténtico
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Volvamos a las raíces. Somos hijos de la música del tiempo.
Herederos de un universo que habla de nosotros. Ciertamente tenemos que
armonizar sintonías. Rehacer nuestro propio arraigo con el entorno. Inventarnos
lenguajes más armónicos. Abandonar lo que nos destruye como personas. Hay un
mundo interior desconocido. Una atmósfera que va más allá de las palabras. Una
mística que tiene su propia liturgia ajena a todo sentimiento de superioridad o
de dominio. Todos, en el fondo, tenemos una misión que cumplir. No lo podemos
hacer en solitario. Busquemos puntos de referencia, referentes, para recomponer
tantas unidades rotas, destrozadas, hundidas. Indudablemente, hemos de volver
al corazón de las cosas, a dejarnos sorprender por su poesía. Este es el
auténtico desvelo que debemos avivar, y no el de la acumulación de las riquezas
en manos de unos pocos. Me niego a que me impongan el yugo de la esclavitud.
Reflexionemos. Sé que no es fácil determinar los derechos y las obligaciones de
cada cual, de los que aportan el capital y de lo que ponen el trabajo, máxime
en un mundo tan complejo. Por eso, hoy más que nunca la ciudadanía demanda con
toda razón que los derechos humanos se apliquen en todo el mundo, frente a
cualquier otro interés de poder.
La corrupción desde siempre ha estado al alcance de la mano.
Hay una podredumbre que todo lo corrompe. ¿Quién no se ha sentido Dios alguna
vez?. Si tomásemos las raíces de nuestra existencia primera, tomaríamos con más
ilusión el ayudar a los demás, en lugar de servirnos de su miseria. Necesitamos
transformarnos, recuperar la conciencia solidaria, el carácter humano y universal
de lo creado, salir al encuentro del despojado, hacer memoria de la vida
pasada, crecer hasta convertirse en una verdadera luz. Cualquier ser humano se
merece un horizonte por el que caminar sin desesperación. Tenemos que dejarnos
conducir menos por el poder y más por la brisa suave de nuestras habitaciones
interiores. Es saludable escucharse para poder tomar el camino acertado.
Busquemos el silencio como un proceso creativo. En un asunto de discernimiento,
hasta la soledad deseada es la mejor compañía. Desde luego, necesitamos volver
a empezar en tantas cosas. La originalidad consiste en volver al comienzo, a la
simplicidad de las primeras soluciones. No olvidemos que pasamos de lo dicho a
lo contradicho con una facilidad prodigiosa, y aunque lo que ha sido, hoy ya no
es, vale la pena persistir, reanudar, emprender. No vayamos al mar sin estrella
que nos oriente, ni por la tierra caminemos sin libro que nos cautive.
Ahora que el mundo de la cultura llora la pérdida de quien
fue creadora de un universo mágico, la novelista española Ana María Matute
(Premio Cervantes 2010), precisamente, llevaba consigo esta consigna: "el
que no inventa, no vive". Efectivamente, necesitamos reinventarnos a
nosotros mismos, para hacernos las mismas preguntas que nuestros antepasados.
¿Realmente quién soy yo? Necesitamos retomar la autenticidad para ser creíbles,
para poder aproximarnos unos a otros con esa palabra verdadera que Matute
sembró con verdadera lucidez. Sabemos que el faro salvador de muchas de sus
tormentas fue la literatura, una verdadera expedición de búsqueda hacia la
verdad. Lo hizo con arte, con el arte de la palabra. Ella, la gran heroína de
la fantasía, siempre se hizo cargo de sí misma. Acaba de legarnos su última
lección a los quedamos por estos rincones visibles, el reflejo de una plenitud
personal. Cada vez que las facultades humanas alcanzan esa integridad, tanto en
el hacer como en el decir, algo que Ana María Matute irradiaba a través sus
fascinantes historias, todo se convierte en inspiración, en algo perenne, del
tiempo y para todo tiempo. Seamos, pues, pacientes a la hora de entroncarnos a
las raíces, y hagámoslo con el amor suficiente para no marchitar ninguna rama
del árbol de la especie humana. Todas son necesarias para iluminar la vida.