Frente a un mundo que tortura; la prohibición más absoluta
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Nos encadenan tantos martirios que a veces nos quedamos sin
aliento y se nos escapa el presente. Casi todos los días se infligen
intencionadamente torturas y malos tratos de carácter mental y físico a
ciudadanos de todas la regiones a instancias de funcionarios públicos, que son
precisamente las personas que más deberían respetar el estado de derecho y
proteger los derechos humanos. Hoy mismo Naciones Unidas, en su quinto informe
ante el Consejo de Derechos Humanos, aborda el fracaso de las leyes internacionales
para proteger a las minorías de la tortura y otros actos crueles e inhumanos,
que nos degradan como especie. El mundo debería recapacitar sobre esto, máxime
en un planeta globalizado como el actual, pluralista, multicultural y
universal, que ha de cuidar y proteger los valores esenciales que nos
dignifican como ciudadanos pensantes.
Sin duda, hoy más que nunca, todos estamos obligados a
comprometernos en la abolición de la tortura, entendida ésta, como todo acto
por el cual se inflija intencionadamente a una persona dolores o sufrimientos
graves, ya sean físicos o mentales, con el fin de obtener de ella o de un
tercero información o una confesión, de castigarla por un acto que haya
cometido, o se sospeche que ha cometido, o de intimidar o coaccionar a esa
persona o a otras, o por cualquier razón basada en cualquier tipo de
discriminación, cuando dichos dolores o sufrimientos sean infligidos por un
funcionario público u otra persona en el ejercicio de funciones públicas, a
instigación suya, o con su consentimiento o aquiescencia. Indudablemente, no
serán torturas: los dolores o sufrimientos que sean consecuencia únicamente de
sanciones legítimas, o que sean inherentes o incidentales a éstas.
Con el auge del extremismo violento y el nivel sin precedentes
de desplazamientos forzosos, en demasiadas ocasiones se destruye la propia
personalidad de ciertos seres humanos. Esto es indigno. Ya sabemos que la
tortura se considera un crimen en el derecho internacional, pero es preciso
tener todos los instrumentos necesarios para que estos actos jamás se
produzcan. El uso de la tortura no tiene justificación alguna, ni para luchar
contra el terrorismo porque, de hecho, la persecución aterroriza. Por si fuera
poco este suplicio, la Organizaciones de las Naciones Unidas para la
Alimentación y la Agricultura (FAO), acaba de advertirnos que crece el hambre
en zonas de conflicto pese a proyecciones positivas para cosechas a nivel
global. Muchas veces, además, se mantiene una cultura de impunidad que nos deja
sin verbo.
Junto a esta prohibición más absoluta, el mundo entero tiene
la obligación no sólo de evitar la tortura, también de rehabilitarles, con una
reparación pronta y eficaz. El hoy es nuestro y no podemos caminar a la deriva,
dejándonos atormentar, sin poder vivir. Aliviemos el sufrimiento de tantas
víctimas presas de la persecución más leonífera, hagamos familia frente a
prácticas que todo lo pervierten. Siempre es un buen momento de expresar
nuestra solidaridad con las personas torturadas. Más que nunca hace falta amor,
hay un hambre profunda de cariño, de consideración, a pesar de que se nos llene
la boca de humanidad. Ante estos repetitivos sucesos inhumanos, convendría que
nos preguntáramos como, en otro tiempo, hizo el científico alemán nacionalizado
Albert Einstein: "Tengo una pregunta que a veces me tortura: estoy loco yo
o los locos son los demás". Ya está bien de que cada cual consigo, sea su
peor enemigo. ¡Pregúnteselo!.
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