El gozo deriva del amor que se ofrece
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Se dice que nuestro planeta requiere de "un nuevo
paradigma económico", que reconozca "la paridad de los tres pilares
del desarrollo sostenible": el social, el económico y el medioambiental;
porque, como ha destacado el Secretario General ( Ban Ki-moon): "juntos
definen nuestra felicidad global". Esta contundente afirmación, y a mi
manera de ver acertada aseveración, fue realizada durante los encuentros que se
llevaron a cabo en la Asamblea General, por iniciativa de Bután, un país que
reconoce la supremacía de la felicidad nacional por encima de los ingresos
nacionales desde principios de los setenta, cuando adoptó el concepto de un
Índice de Felicidad Nacional Bruta para sustituir al más tradicional Producto
Interior Bruto (PIB). En cualquier caso, la Asamblea General de Naciones
Unidas, el 12 de julio de 2012, decretó el 20 de marzo, Día Internacional de la
Felicidad, para reconocer la relevancia de ésta y el bienestar como
aspiraciones universales de los seres humanos y la importancia de su inclusión
en las políticas de gobierno. También quien suscribe, aprovechando la
onomástica, y dado que no es fácil caminar hacia la felicidad plena, apuesta
por una mayor concienciación, a través de actividades educativas, para poder
acrecentar nuestra humanidad mediante un amor incondicional, más puro y
desprendido, observando que cuanto más se da, más le queda a uno.
Ciertamente, vivimos en un mundo cada día más deshumanizado,
y por ende más infeliz, pues hemos de saber que el gozo deriva de nuestra
generosidad. Muchas personas se pierden las pequeñas alegrías que la vida nos
depara cada día, mientras aguardan la gran felicidad que nunca llega como la
esperan. Otras buscan la felicidad fuera de sí, como si la placidez estuviera
fuera de nosotros, con la consabida frustración que esto conlleva. Tantas veces
se nos olvida que la vida es para vivirla a corazón abierto, que en lugar de ir
tirando, debemos ir viviendo, o sea creciendo, para conquistar en efecto la
felicidad que constituye el anhelo y, asimismo, el tormento de todo ser humano.
De ahí deriva la satisfacción de poder experimentar un modo menos egoísta de
vivir. Es muy triste ver a una juventud deprimida, harta de vivir, debilitada.
También es muy melancólico ver a unos niños sin infancia, o a unos abuelos sin
el cariño de nadie. Por desgracia, esta cultura inhumana nos ha atrofiado
nuestras venas más sensibles, y apenas tenemos tiempo para sentir nuestros
propios latidos que son, en definitiva, los que
nos permiten afrontar los grandes desafíos de nuestra propia existencia.
Posiblemente deberíamos buscar otras esencias que mejorasen nuestro estilo de
vida, más del alma que del cuerpo, más del espíritu, el cual necesita bien poco
para digerir los abecedarios del amor. Al fin y al cabo, algo tan humano como
amar, conlleva la sencillez de hallar en el bienestar del otro tu oportuna
armonía.
Lo armónico es lo que en verdad nos hace sentirnos bien. A
mi juicio, tenemos que rescatar el valor de ser felices. Nos lo merecemos, por
el simple hecho de vivir. Tal vez, por ello, tengamos que despojarnos de
aparentar lo que no somos, y mostrarnos como sí somos. La autenticidad siempre
regenera. Tenemos que aprender a ser nosotros mismos. Por cierto, me viene a la
memoria la respuesta que dio el Papa Francisco, cuándo le preguntaron si era
feliz, y por qué era feliz. La contestación merece, cuando menos ser
considerada, para que cada cual reflexione a su modo: "Absolutamente, soy absolutamente feliz.
Y soy feliz porque…, no sé por qué… Quizá porque tengo un trabajo, no soy un
desempleado, tengo un trabajo, un trabajo de pastor. Soy feliz porque he
encontrado mi camino en la vida, y recorrer este camino me hace feliz. Y
también es una felicidad tranquila, porque a esta edad no es la misma felicidad
de un joven, hay una diferencia. Cierta paz interior, una paz grande, una
felicidad que también viene con la edad. Es también un camino que ha tenido
siempre problemas; también ahora hay problemas, pero esta felicidad no
desaparece con los problemas, no. Ve los problemas, los sufre y después sigue
adelante; hace algo para resolverlos, y después avanza a pesar de... los
pesares. Pero en lo profundo del corazón reinan esta paz y esta felicidad.
Efectivamente, para mí es una gracia de Dios. Es una gran gracia. No es mérito
mío". Cuánta verdad en lo que dice y en cómo lo dice. Deberíamos meditar
sobre ello. No olvidemos que, cuando todo nace porque sí, también el sueño del
amor nos pone en pie y nos invita a ser más de los demás que de nosotros
mismos. Con razón se dice que no está la felicidad en vivir, sino en saber
amar.
Conscientes, por tanto, de que la búsqueda de la felicidad
es un objetivo humano fundamental, como señala la Resolución aprobada por la
Asamblea General de Naciones Unidas, el 28 de junio de 2012, y reconociendo la
pertenencia de este gozo y del bienestar como objetivos y aspiraciones
universales en la vida de los seres humanos
de todo el mundo; sin duda, hoy es más necesario que nunca aplicar al
crecimiento económico un enfoque más inclusivo, equitativo y equilibrado, para
que pueda promoverse verdaderamente el ansiado desarrollo sostenible, la
erradicación de la pobreza y el bienestar de todos los pueblos. Hasta ahora no
hemos pasado de las buenas intenciones. Si en verdad fuésemos más compasivos y
deseáramos la felicidad de los demás como algo propio, estoy convencido que
hubiéramos apostado por la felicidad del amor, que es tanto como decir:
ocuparse y preocuparse por el otro; pues la prosperidad que suele comprarse,
apenas dura nada y se esfuma en un instante, y no en el preciso momento.
Indudablemente, el gozo deriva del amor que se ofrece,
máxime en un mundo en el que las crisis humanitarias arrebatan una cantidad
cada vez mayor de recursos a las economías, las comunidades y los individuos.
Por cada persona que muere en un desastre hay centenares que sufren las
consecuencias cuyas necesidades primarias básicas inmediatas es preciso cubrir,
tales como alimento, agua, albergue, saneamiento o atención de salud. Sería, en
consecuencia, un buen propósito que todos los seres humanos pudieran ser
felices, conocieran la alegría de vivir en paz, y que todos pudiéramos, sin
exclusión alguna, sentirnos parte de la familia humana. Esta aspiración gozosa
viene de lejos, ya figuraba implícitamente en el compromiso asumido en la Carta
de las Naciones Unidas de promover la concordia, la justicia, los derechos
humanos, el progreso social y un mejor nivel de vida.
Ahora es el momento de propiciar buenas gobernanzas para que
se haga realidad el bienestar de toda la familia humana, y no el de unos pocos
privilegiados. Hemos de obrar por ese bien colectivo, sabiendo que el efectivo
altruismo fomenta la dicha y nos ayudará a construir el futuro que queremos
para todos. En todo caso, jamás nos perdamos.
Yo para no perderse, sí me lo permite el lector, recomiendo beber a diario la cita del filósofo francés, Auguste Comte,
de que "vivir para los demás no es solamente una ley de deber, sino
también una ley de felicidad". No se abandone, pues, a otras fisionomías
que no injertan tranquilidad. Seamos ejemplo para el mundo con nuestras
actitudes de coherencia, que no es otra que un acto constante de amor, que
tiene un modelo; la de servir a todo ser humano, como un poeta en guardia
permanente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario