Días para la acción y la reconciliación
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
El mundo necesita respuestas urgentes a los muchos problemas
que poseemos. Estamos en un punto crítico. Tenemos el mayor sufrimiento humano
de la última época. No es tiempo de reflexión o de dejar hacer. Ese momento ya
se nos ha pasado. Al presente todos hemos de implicarnos, cada cual desde su
conocimiento y valía, pero como personas de acción, como seres vivos pensantes,
como ciudadanos comprometidos con la vida. Mayo puede ser un buen tiempo para
renacer y reconciliarse con uno mismo. Seamos agentes de luz. Naciones Unidas
acaba de pedir a Europa que esté a la altura de sus principios en materia
migratoria. Precisamente, los días 23 y 24 de mayo, Estambul; una de las
ciudades más bellas del mundo por su espléndido valor artístico y su ubicación
en Bósforo, se convertirá en un foro de esperanza, al menos así lo deseamos con
todas las delegaciones que acudan a la primera Cumbre Mundial Humanitaria.
Desde luego, no podemos permanecer pasivos ante una multitud de personas
desesperadas que buscan salvar su vida. Y esta Cumbre, sin duda, es una puerta
a la ilusión. El peor infierno, ya se sabe, es cuando ni esperas aliento
alguno. A veces pensamos que mediamos ofreciendo unas migajas. Pues no, hemos
de ser más activos para verdaderamente poder cambiar la vida de algunos
ciudadanos, que podíamos haber sido nosotros mismos.
Hay que eliminar la necesidad, la huida, el desplazamiento
forzado, y esto sólo se consigue con una mayor conciencia de fraternización.
Las condiciones degradantes en las que muchos migrantes tienen que vivir son
verdaderamente intolerables. No podemos abandonar nuestras obligaciones, la de
tender la mano a nuestro análogo en dificultades, pues aunque los derechos
humanos y la protección humanitaria está ahí, en letra impresa y sumamente vociferada
por todos nosotros, sobre todo por parte de los privilegiados de la tierra, lo
cierto es que tenemos la mayor crisis migratoria en Europa desde la Segunda
Guerra Mundial, las mayores formas contemporáneas de esclavitud por todos los
continentes, como el trabajo forzoso y la servidumbre doméstica, e inclusive un incremento de sembradores del
terror que nos dejan una sensación planetaria de vivir una permanente guerra
psicológica en cualquier rincón del orbe.
Yo pienso que hay demasiado odio entre nosotros, multitud de
envidias nos acorralan, porque el propio sistema de supervivencia alienta hasta
el insulto a uno mismo, por eso es necesario hacer todo lo posible por eliminar
las causas de esta bochornosa situación. No podemos convivir negando bienes primarios
como son una vivienda digna, asistencia sanitaria, educación y trabajo,
mientras otros dilapidan recursos y bienes sin consideración alguna. Si en
verdad queremos la paz, ya no es cuestión de voz, es asunto de humanidad. De
tomar acción, y aunque hemos de destacar los progresos que se han hecho desde
que finalizó la última guerra mundial en lo que respecta a corregir sus
secuelas, así como en materia de reconciliación, cooperación y promoción de los
valores democráticos, ahora es el momento del ejercicio de la regeneración, de
las políticas universales, de ponernos en actitud de servicio, sin hacer alarde
ni agrandarse, con total donación de sí.
Sentirnos humanos no es un privilegio de unos pocos, todos
nosotros tenemos el vínculo del hermanamiento, el tronco común de la especie,
que nos insta a reconciliarnos unos con otros.
Los que nada tienen no quieren limosnas, desean un trabajo decente para
desarrollarse por sí mismos. Los refugiados quieren hogares, no casas de
campaña. Ellos quieren un corazón que les consuele, una bandera que ondee por
sus derechos. Por tanto, considero un acto de gran expectativa para el mundo,
el que inspirado por su propia experiencia en la guerra y consciente de que los
retos de hoy traspasan las fronteras y rebasan las capacidades individuales de
respuesta de países y organizaciones, que el Secretario General de Naciones
Unidas, Ban ki-moon, haya convocado para este mes de mayo una Cumbre
Humanitaria Mundial, que cuando menos ha de hacernos recapacitar a todos, pues
si importantes son los días del recuerdo y la reconciliación, más sustanciales
han de ser aquellos que conjuntan y armonizan acciones desde diversas culturas,
impulsando la confluencia de pensamientos e inspirando nuevos entendimientos,
desde el estimulo de la concordia; contribuyendo, de este modo, a realzar la
conciliación y, por ende, la seguridad internacional.
Estoy convencido que la Cumbre supondrá un antes y un
después en la forma que tiene la comunidad internacional de evitar la angustia
humana; no en vano, el llamamiento al cambio realizado por el Secretario
General de Naciones Unidas parte de un proceso de consulta de tres años de
duración que alcanzó a más de 23.000 personas de 153 países. Lo que le ha
servido para pedir a los líderes mundiales de todos los sectores del gobierno y
la sociedad que asuman cinco responsabilidades fundamentales: Prevenir los
conflictos y ponerles fin, respetar las normas de la guerra, no dejar a nadie
atrás, trabajar de manera diferente para poner fin a las necesidades e invertir
en humanidad. En consecuencia, los líderes mundiales han de reafirmar sus
compromisos para con los moradores del planeta, implicándose a llevar a buen
término esta guía de ruta, esta agenda humanitaria.
A través de esta sensata campaña mundial de la Cumbre, ya
inminente, la ciudadanía como colectivo va a tener también la oportunidad de
colaborar y mostrar así su respaldo. El lema no puede ser más sugerente:
"Una humanidad: nuestra responsabilidad compartida". De esta manera,
cualquier ser humano, desde el lugar que habite, podrá pedir que se adopten
medidas exigiendo a sus líderes que asistan a la Cumbre y aprueben compromisos
audaces en favor de la Agenda para la Humanidad. Por otra parte, la plataforma
de compromisos de la Cumbre Humanitaria Mundial es una herramienta de promoción
orientada a impulsar la participación significativa de los principales agentes
y partes interesadas. Tales agentes pueden registrar antes de la Cumbre sus
compromisos, que deben tener unos resultados mesurables. Sin duda, nadie podrá
decir, que va a quedar excluido de la acción.
Hoy más que nunca es preciso emprender acciones decisivas y
colectivas para reafirmar nuestra responsabilidad compartida de salvar vidas y
permitir que las personas caminen o vivan con dignidad. Más allá de las buenas
intenciones se precisan labores concluyentes, prepararnos para las crisis y
responder ante ellas, tener resultados y poder ofrecer realidades que nos
esperancen. Habrá tiempo de comentar con el informe final del Secretario General
de Naciones Unidas su cumplimiento, pero
lo cierto es que hoy millones de personas, la mitad de los cuales son niños, se
han visto obligados a abandonar sus hogares debido a los conflictos y la
violencia. Por si fuera poco, también el costo humano y económico de los
desastres producidos por los peligros naturales también se han intensificado.
En suma, que estamos obligados a coaligarnos todos con todos y a entendernos
reconciliándonos con la escucha, cada cual consigo y con todos. Abandonemos,
pues, las luchas que embisten a veces todos los campos de la vida individual,
familiar, social, nacional e internacional; y gastemos, nuestra propia energía,
en avivar acciones sencillas, donde la ostentación sea nula, pero el
cumplimiento auténticamente solidario. Al fin y al cabo, son las pequeñas
acciones las que nos cambian, tras interrogarnos libremente, las que nos hacen
ser mejores ciudadanos, óptimas personas, ¡un corazón andante!.
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