Apuesta por una cultura de alianzas
Frente a tantas divisiones absurdas se requiere el respaldo
de una auténtica alianza mundial, que hasta ahora no hemos podido llevar a buen
término de manera efectiva, al menos para ayudar a la gente a superar la
pobreza, el hambre y las enfermedades. Seríamos injustos, si no reconociéramos
ciertos avances, que ponen al fin en el centro a la persona y al planeta,
plasmados en los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que indudablemente
constituyen un gran avance en la inclusión del mundo y sus gentes. De una vez
por todas, la especie humana ha de dignificarse, fraternizándonos y
protegiéndonos. Esta es la cuestión de fondo, pues la solidaridad no es una
actitud más, tampoco una limosna social, es una necesidad y un valor a
socializar. Es público y notorio de que todos necesitamos de todos en algún
momento de nuestra existencia. Por ello, debemos volver a una visión más humana
en nuestra actividad diaria, más ética. Con urgencia, hemos de salir de esta
atmósfera insensible que nos acorrala. Téngase en cuenta, que una sociedad
desmoralizada difícilmente puede avanzar integralmente, mientras no se renueve
en hondura, en el sentir y en el obrar, en el reconocimiento del innato derecho
natural y en la reafirmación de comportamientos generosos.
Una
generosidad que hemos de restablecer y fortalecer con empeño cada día, sobre
todo para avivar esa alianza mundial que debemos propiciar como sociedad, para
que cualquier ciudadano del mundo pueda vivir en libertad y en conformidad con
la justicia. Por desgracia, en el mundo de hoy, abundan irresponsables
desgobiernos, sumidos en la ambición del lucro y el poder, que nos están
llevando a la mayor exclusión de vidas humanas que jamás hemos conocido como
linaje. Ya está bien de tantos muros, de tantas promesas incumplidas, de tantas
tensiones sembradas. Hagamos realidad
aquello que nos une. Nos merecemos otras sintonías, otros abecedarios más
auténticos, también otras mediaciones más reales con otros diálogos más
verdaderos. Sin embargo, también nos alegra saber que, en diversos pueblos de
la tierra, aún perduran esas relaciones de fraternidad y cooperación. Lo que
nos indica que todo no está perdido. Que tenemos que retomar ese espíritu
comunitario y volver a hacer familia, a crecer como estirpe humanamente.
Nunca es a destiempo para recomenzar. Ahora sabemos que los
crímenes en la ex Yugoslavia fueron perpetrados mayoritariamente por políticos
y militares, no por naciones y poblados. De ahí la importancia de que los
liderazgos se basen siempre en la mano extendida para desplegar abrazos, en la
humildad permanente para poder unir los sueños en comunidad, así como en el
incondicional servicio de cercanía, escucha y auxilio. Realmente cuesta
entender ese afán de oportunismo democrático que todo lo divide y lo embadurna
de mentiras, como es el caso de los secesionistas catalanes en España, con
sucias inventivas contra todo lo español. La ciudadanía debe estar bien atenta
a sus liderazgos y saber el enorme riesgo que supone el independentismo en un
mundo global, ya no solo de fractura y de crisis económica, también de espíritu
armónico.
Por la
armonía todo se construye, algo que debe conquistarse cada día. Estamos
llamados a aprender unos de otros, aceptando las diferencias y compartiendo las
experiencias diversas. Sólo así podremos enriquecernos, desde esa libertad de
pensar y desde esa comprensión hacia lo diferente. Por otra parte, hay que
aunar esfuerzos entre todos para poder rectificar. La opulencia de algunos,
frente a la intolerable pobreza de ajenos, es algo verdaderamente cruel, en la
medida en que no se respeta la dignidad a la que todo ser humano tenemos
derecho. Ojalá aprendamos a coaligarnos, a hacer unidad, a compartir la cultura
de la unión, a vivir la alianza del amor en definitiva. Desde luego, en un
mundo corporativo como el actual, hay que tomar conciencia de que lo global nos
exige también soluciones globales; algo propio de aquellos que cultivan una
mente abierta, con espíritu conciliador, puesto que obsesionarse con heridas
del pasado, suele impedir que veamos nuevos horizontes. Por consiguiente, mi
apuesta por una cultura de concordia, libre de venganzas, conlleva la pacífica
evolución de las gentes en la consideración de los derechos del prójimo,
incluso cuando esto nos exige a nosotros ceder en algunas cuestiones. Lo
fundamental, no nos equivoquemos, es tender al unísono hacia ese bien colectivo
social y a la dignificación de sus moradores. Es nuestro deber.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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