Detengamos las amenazas
Es tiempo de remontar obstáculos, de poner sabiduría en
todas las acciones, de actuar conjuntamente por todos y para todos. No podemos
continuar haciéndonos más daño. Ya está bien de tantas violencias que no
conducen a ninguna parte, de tantas desigualdades sembradas y no corregidas, de
tanta precariedad en el empleo, de tanto comercio absurdo en definitiva. Ojalá
fuéramos la era del conocimiento para aprender a reprendernos a nosotros
mismos, a ser más honestos y coherentes entre lo que decimos y realmente
hacemos. Así, el cambio climático avanza porque no hay voluntad política para
rectificar. Los procesos de paz no llegan porque faltan manos tendidas para
crear condiciones de entendimiento. Por otra parte, no se puede reanudar nada
armónico sino somos justos y responsables. La ley internacional humanitaria y
los derechos humanos están para cumplirse. Pongamos espíritu transparente en la
concordia, y retornemos al abrazo comprensivo de la verdad. Reactivemos los
pactos con programas auténticos, que son los que únicamente, pueden cerrar
heridas. Luego, pasemos página sin levantar muros. Detengamos las amenazas.
Hagamos justicia, que no está tanto en la palabrería, como en la renovación del
corazón. Quizás será bueno que nos escuchemos más y dejemos hablar el alma más
noble que llevamos consigo. Marchemos de esta atmósfera de apariencias.
Ciertamente, la realidad se ve mejor desde el interior de la
persona, máxime en un momento de tantas falsedades, en el que andamos
desbordados por el aluvión de contrariedades, de ahí la necesidad de detenernos
en estos tiempos azarosos para buscar puntos de encuentro. De este modo,
podremos abandonar este clima de violencias que nos asolan. No me cansaré de
repetir en todas mis columnas periodísticas, que el fruto de la paz llega
cuando evidentemente colaboramos en la rectitud, de manera conciliadora, pues
no olvidemos que tenemos una dimensión esencialmente social. Nada somos por sí
mismos. A propósito, los líderes de todos los campos (económico, político,
judicial, religioso, cultural…) tienen un compromiso específico, el de
colaborar y cooperar en favor de la dignidad de todo ser humano, activando todo
tipo de diálogo por ínfimo que nos parezca, mediante la clemente pedagogía de
la reinserción. Ha de movernos, por tanto, a que ese bien que todos
deseamos, junto al de la sociedad, vaya a la par. Por eso, es fundamental
impulsar una verdadera revolución solidaria y global. Nadie puede quedar en las
orillas, entre chantajes, coacciones, encerronas, y otras miserias humanas. El
camino para construir un mundo habitable, una Comunidad mundial fraternizada,
nos exige una confianza recíproca, que ha de apoyarse principalmente en los
ciudadanos más frágiles, a fin de que no se queden marginados y puedan
desarrollar plenamente sus propias actitudes y potencialidades.
La debilidad humana es grande, en parte por la forma
superficial de considerar la vida. Da constancia de ello, nuestra propia
historia. Aunque también es cierto que tras esta fuente de inquietud por el
futuro de la especie, hay también un gigantesco empuje dentro de la misma
familia humana que nos injerta coraje y esperanza. Frente a tantos sembradores
de envidias, celos y ansias de poder, hay un sector importante de la humanidad
sumamente implicado en iniciativas de acción en el compromiso colectivo,
incluso mediante la diplomacia bilateral entre naciones, fortaleciendo alianzas
con pueblos e instituciones. Se me ocurre pensar en la incondicional labor del
Servicio de las Naciones Unidas de Actividades Relativas a las Minas (UNMAS),
centrado en las necesidades de las personas afectadas, ante los peligros
causados por los artefactos explosivos a los que se exponen los civiles, el
personal de mantenimiento de la paz y los mismos trabajadores humanitarios.
De igual modo, también las estructuras económicas han de
ajustarse a la decencia del ser humano. En este sentido, nos consta que con la
ocasión de las Reuniones de Primavera del Fondo Monetario Internacional (FMI),
se pondrá empeño en una perspectiva económica mundial más ética, más
contundente con la erradicación de la pobreza, el desarrollo económico y la
eficacia de la ayuda. Algo esencial de acuerdo con las exigencias del bien
común, al que con frecuencia solemos acudir, más bien con palabras que con
hechos. En cualquier caso, las estadísticas son fiel reflejo de unos datos que
nos dejan sin aliento. Según las Naciones Unidas, en 2018 necesitarán ayuda
humanitaria 136 millones de personas. Indudablemente, entre las crisis más
profundas, se incluyen las provocadas por los conflictos de: Siria, Yemen,
Sudán del Sur y la República Democrática del Congo. Sea como fuere, en un mundo
donde casi veinte personas se ven obligadas a desplazarse cada minuto a causa
de conflictos, amenazas o persecuciones, el trabajo generoso y solidario es más
primordial que nunca. No fracasemos en el auxilio, pero tampoco en conciliar la
justicia y la libertad, y aún menos, en perdernos el respeto mutuo. Al fin y al
cabo, nuestra mejor herencia cultural será la de aprender a convivir con ese gran
instrumento que es la consideración y el razonamiento. Pongámonos en servicio.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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