El gran sueño de la nostalgia
“Imaginar es empezar a hacer realidad el sueño”
De entrada, cualquier ser humano en su sano juicio, sueña
cada amanecer por un mundo más justo y solidario, en la que sus moradores
posean un trabajo digno y decente, que hagan armoniosas las relaciones entre
las culturas y los pueblos. Por desgracia, la realidad está llena de
obstáculos, incertidumbres y dificultades de todo tipo, que llegan incluso a
oprimirnos, máxime si no actuamos mancomunadamente. Desde luego, nuestra
prioridad ha de ser la unidad y la unión entre todos. Precisamente, en la
mística de la Navidad, lo que se revive es el reencuentro de un niño, que
resultó ser Dios, como uno más entre nosotros, dispuesto a llenarnos de gozo y
entusiasmo. Por eso, jamás debemos sentirnos solos, hemos de mantener ese
raciocinio cooperante, cuando menos para luchar contra la indecisión e
inseguridad que persiste por todo el planeta. No podemos desistir.
Precisamente, el adviento es la preparación a ese corazón sensible, que ha de
hacerse poesía ante un alma brotando, para glorificarse con el mejor de los
objetivos, la entrega a los que se hallen sin luz para hacer el camino de la
vida.
En este sueño de anhelos, la disponibilidad de cada cual ha
de estar presente siempre, alimentándonos de fortaleza, bajo la comunión de
latidos sinceros, que son los que nos hacen más humanos con nuestros análogos.
Al calor de la expectativa, hemos de ponernos en camino siempre, ahora para
derrotar la pandemia en todos los lugares del globo. De entrada, tenemos que
eliminar totalmente las restricciones comerciales a los productos y servicios
médicos, incluidas las relativas a las vacunas. Hoy más que nunca, ese espíritu
responsable y coparticipe, significa aguante y vida, supervivencia y luz; ante
un entorno que palpita y late constantemente. Nuestra personal historia sobre
la tierra madurará en la medida que sepamos transitar fusionados, interpretando
los sentimientos comunes, poniéndonos bajo la protección del auxilio permanente
entre semejantes, con la oratoria del amor efectivo y mediante la levadura
inspirada por el soplo conciliador del corazón, vivificada por la alegría
mística celestial.
Sin duda, el gran sueño de la nostalgia, en este mundo
visible, nos hace volver a reencontrarnos misteriosamente con el niño que
fuimos, con ese mundo interior revivido, que radica en continuar con las
mimbres de proyección naciente, las del amor, hasta el punto de que nada es
posible sin esta realización de lucha por lo auténtico, que es lo que
verdaderamente nos trasforma en gentes de bien; claridad que necesitamos para
sobrevivir, sobre todo lo demás. Tanto es así, que está bien que demos un
impulso sincronizado a la inversión una vez que la pandemia esté mejor
controlada, que evitemos la retirada prematura de las políticas de apoyo, pero
la cuestión de fondo es hacernos mejores personas, mejores ciudadanos, mejores
amantes de la naturaleza. Seguramente, entonces, nuestra propia fragilidad se
robustecerá. Lo cruel es el abandono de uno mismo; lo sorprendente, la visión
de familia haciendo linaje por siempre. Pensemos que, mientras que nuestro
interior tiene deseos de abrazar, la fantasía que llevamos consigo conserva la virtud
del anhelo.
Imaginar es empezar a
hacer realidad el sueño. Hay que reforzarse de esa estética de llama
viva, que nos insta a que los dominadores nos dejen meditar, que es un modo de
continuar activo, de planear nuevos horizontes sobre uno mismo, tras someternos a otras atmósferas
ausentes de veneno. Desde luego, no es fácil trabajar para sí, lo reconozco,
pero tampoco podemos rendirnos a esta destrucción interesada del ambiente
humano por parte de ese hálito corrupto, que nos está dejando sin humanidad
alguna. Ojalá aprendamos a reprendernos, a ser persona equilibrada, generosa,
comprensiva, superada de toda maldad y egoísmo. En consecuencia, más allá de
este clima de tensiones y de la falta de iniciativa global entre equivalentes
para reactivar otra época, quizás se nos requiera escucharnos más. Será un buen
modo de fondear en nosotros otras aspiraciones carentes de mercantilismo y más
donantes.
Puede ser buen momento, ahora que la añoranza regresa por la
Epifanía, la de imprimirse un nuevo nacer para asumir totalmente las
responsabilidades propias inmersas en los derechos humanos, que son una
dimensión esencial de convivencia, por su buen obrar y decir, ante la falta de
consideración hacia toda vida, la tendencia desenfrenada a la violencia, a la
destrucción y a la siembra de crueldades que nos desbordan. Pensemos en esa
Inmaculada Concepción, como primer signo y, a la vez, anuncio de tiempo nuevo.
O en aquellas palabras realmente inspiradas de San Anselmo: “Dios es el Padre
de las cosas creadas;/ y María es la Madre de las cosas recreadas, / Dios es el
Padre a quien se debe la constitución del mundo; / y María es la Madre a quien
se debe su restauración”. En efecto, de esta concepción inmaculada tomó origen
el gran sueño, la obra de la renovación del ser oprimido por la heredad del
primer Adán. Que sea Ella, por consiguiente, la estrella de nuestro regreso al
verso y la palabra, nuestra mejor esperanza.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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