Un nuevo modo de proceder por la vida
“Cualquier método de supremacía es socialmente ilícito y
amenazador para la convivencia”
Cuando todo parece derrumbarse por el odio y la crueldad,
nos queda ese último anhelo, el del acuerdo conciliatorio, en miras al
acercamiento entre análogos; todo ello, mediante un nuevo proceder más
responsable y menos indiferente. Urge entonces entenderse, reavivar otras
actitudes y expresiones más afectivas. Por desgracia, se acrecientan los
discursos que matan. Vienen cargados de intolerancia, de exclusión e
indiferencia. En ocasiones, una mera voz hiere más profundamente que el acero.
Porque erosiona la esencia misma de la palabra, el cauce del corazón,
distorsionando vínculos y valores compartidos. Desde luego, debiéramos aprender
a sentir otros horizontes más sensibles en nuestros andares por la vida. El
respeto por los derechos humanos, sin discriminación por motivos de raza, sexo,
idioma o religión, tenemos que hacerlo abecedario universal en todo ámbito
viviente. Esto se logra a través de liderazgos valientes, capaces de
contrarrestar esta plaga discriminatoria que nos acorrala por cualquier rincón del
planeta.
Las corrientes alimentadas por el rencor jamás florecen ni
dan buenos frutos. Por eso, es menester apostar por un nuevo modo de obrar más
auténtico y desprendido. La ciudadanía necesita intensificar otras lenguas más
comprensivas. Ya está bien de fanatismos extremistas. Lo que se requiere son
hálitos de concordia para defender la estética que nos une a una sola familia
humana. No podemos ser islas. Necesitamos unir latidos para reunir fuerzas y
trabajar juntos en un flamante resurgir, donde nadie domine sobre nadie; y, sin
embargo, coopere de forma activa en la apertura de ese mundo nuevo, en el que
sus moradores trabajen conjuntamente
para que se haga realidad, de una vez y para siempre, ese espíritu reconciliador,
amable y ético. La superioridad no es de ningún ser humano. Quizás nos convenga
recordar, que todas las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos.
Por tanto, cualquier método de supremacía es socialmente ilícito y amenazador
para la convivencia.
Por consiguiente, no podemos continuar deshumanizándonos,
encendiendo el fuego de la brutalidad o acelerando lenguajes que nos repelen,
en lugar de aproximarnos unos a otros. Tampoco hemos de proseguir pasivos y no
abordar la profundización de esta inhumanidad que nos acorrala, a la que hay
que sumarle con la crisis del COVID-19, la polarización social y las tremendas
desigualdades generadas, que de no aminorarse desembocarán en más conflictos y
en inútiles batallas. Sea como fuere, nunca es tarde para renacer de las
cenizas, de esta situación de muerte y
enfrentamientos, incluso por muy
animosas que sean las habladurías, las calumnias o la difamación. Hace tiempo
que debimos comprometernos, con haber roto las cadenas malévolas que reproducen
más venganza, o las de la violencia que igualmente generan más choque de rabia.
En cualquier caso, todos estamos obligados a dejar un cosmos más habitable que
el recibido. De no hacerlo, las injusticias continuaran corriendo por el astro;
y, las huellas dejadas por las lágrimas, acabarán ahogándonos el propio latir
que todos portamos.
El porvenir es nuestro. De ahí, lo fundamental que es
intensificar un nuevo modo de
comportarse, diciendo no a la desesperanza y sí al deber de construir un hogar
único, que sepa mirar al pasado, para poder reconstruir un futuro más armónico.
Ojalá no caigamos en el vacío y tomemos las riendas de un hacer más consciente
y responsable. Únicamente nos queda tomar la orientación adecuada y hacerlo en
corporación. Sin duda, no hay mejor alimento que dar aliento permanente, que
atenuar el sufrimiento de los demás, que dignificar a nuestros semejantes, que
forjar un nuevo sentimiento que de sentido a nuestro paso, certeza a ese pulso
que nos hace ser más del sol que de los nubarrones. Desde luego, nuestro orbe
interconectado no sólo por las redes sociales, sino también por una tierra
habitable, tampoco podemos abandonarla a la barbarie del resentimiento, reclama
más que en otras épocas la colaboración de todos para garantizar cuando menos
esa quietud que el cuerpo nos pide y que el alma añora. Seamos, pues,
instrumentos de paz; ¡nunca de guerra! Esta nos destroza la esperanza y además
nos consume toda la energía vital del ensueño. Mejoremos, en consecuencia, la
historia del linaje. A todos nos corresponde contribuir en la hazaña, pongamos
amor en ello.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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