Una interacción armónica
“En todos los rincones del mundo necesitamos mejorar la
convivencia”.
Hoy, cuando las verdaderas columnas de esta sociedad
diversa, se mueve aprisionada por el engaño; resulta fundamental volver a esos
rasgos distintivos espirituales y materiales, intelectuales y afectivos,
factores indispensables para garantizar
una interacción auténtica, que nos lleve a una atmósfera más armónica de la que
carecemos actualmente por el planeta. En todos los rincones del mundo
necesitamos mejorar la convivencia. Resulta asombroso que la humanidad aún no
sepa vivir en paz y tampoco tenga conciencia de la justicia. Por desgracia,
continúan los intereses económicos y comerciales, el abecedario de la
desconfianza entre nosotros y los estilos tramposos del odio y la venganza,
también se han convertido en agentes dominadores. En realidad, prolifera más el
apego a las gestas armamentísticas que los gestos de amistad. Deberíamos ser
fervientes cultivadores de la tolerancia y de la consideración hacia el
análogo. Grande es, en este punto, la función reeducativa de cada cual consigo
mismo, para reencontrar entre todos un lenguaje nuevo, más verdadero y sin
tantas retóricas e incumplimientos. Reconozco, que mi ideal más apreciado es el
de un linaje, que sepa hablarse con el corazón, para que todos podamos vivir en
quietud y con similares oportunidades.
En efecto, tenemos que fortalecer nuestros propios lazos más
próximos, hacer familia en definitiva, sobre la base del respeto a los vínculos
y a los ideales de buena vecindad. Naturalmente, hemos de intentar regenerar,
con expresiones culturales diversas, los nexos sociales, así como fortalecer
los sentimientos de pertenencia, identidad y continuidad de las comunidades.
Por consiguiente, si en verdad somos una sociedad del conocimiento, aprendamos
a reprendernos y a vivir del arte de respirar unidos y de sonreír como
hermanos. Trágicamente, hace tiempo que sufrimos el virus de la indiferencia,
de no preocuparnos por nada ni por nadie, y esto nos deja sin ánimo para que
pueda prevalecer la vía del diálogo antes que la de la fuerza. Nos interesa,
sin duda, buscar otras locuciones más interiores y verdaderas; capaces de
reconducirnos hacia otros espacios más éticos, en coherencia con nuestros
personales comportamientos. No olvidemos, que es la consideración hacia toda
vida, la que nos dignifica y fraterniza. Por otra parte, además, tenemos
derecho a disfrutar armónicamente de un ambiente seguro. Las discordancias
entre seres pensantes no tienen sentido, hay que tener voluntad del
acercamiento común entre unos y otros, conciliando y reconciliando huracanes
que nos inventamos para derrumbarnos.
Desde luego, para volver a ese original espíritu de
concordia, debe entrar en la conciencia de cada ser, por minúsculo que nos
parezca, este descubrimiento cooperante de unirse y reunirse, cuando menos para
hallarse y descubrirse en los demás, lo necesario que somos. La revelación ahí
está, en el modo en que tratamos a los niños, a los ancianos o a las personas
con dificultades. Esta sociedad insensible camina enferma y no tendrá sanación,
sino cambia de actitud. Tendrá que salir de su personal egoísmo para que pueda
entrar en ella, la donación de compenetrarse, que es lo que nos hace
verdaderamente humanos. Precisamente, cuando tanto se habla en los debates de
todo el orbe, sobre la cohesión social y el desarrollo de una economía fundada
en el saber, resulta que todavía no hemos aprendido a escucharnos interiormente
para poder distinguir. Ojalá descubramos que, en la madurez moral del
discernimiento, está la solución a muchos de los problemas actuales. Quizás
tengamos, para ello, que aprender a abrir los brazos del alma, más y mejor,
avivar la acogida con los valores de la libertad y del aprecio mutuo, como algo
inherente a nuestras cepas de caminantes. Pensemos que, mientras que por la
armonía todo se engrandece, por la discordia se empequeñece, hasta los más
poderosos imperios. Que lo sepamos.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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