La gran reserva soñada
“Conservar y utilizar de manera sostenible los océanos, los
mares y los recursos marinos, ha de ser nuestra gran tarea en los próximos
años”.
Nuestra vida, que es un gran oleaje de vivencias permanente,
halla su gran reserva en el azul del manto, reflejo celeste en la tierra, que
envuelve más del setenta por ciento del planeta. Casi nada. Verdaderamente, sin
el pulso de los océanos no podríamos vivir. Prueba de ello, es que producen al
menos el cincuenta por ciento del ciclo viviente, tanto de oxigeno como de
biodiversidad y de proteínas. Pensemos que ese incoloro, inodoro e insípido
manjar, representa, ya no solo un sostenimiento más, sino también un elemento
esencial de nuestra propia poética interna, lo que nos permite renacer siempre
y proseguir calmando esa sed de amor que reseca nuestros labios, manteniéndolos
vivos en la savia. Custodiar, por tanto, ese territorio oceánico resulta más
que imprescindible para poder continuar subsistiendo.
Conservar y utilizar de manera sostenible los océanos, los
mares y los recursos marinos, ha de ser nuestra gran tarea en los próximos
años. Son los pulmones de nuestro planeta, un manantial importante de sonidos
que nos purifican por dentro y por fuera. De ahí, la necesidad de trabajar por
su mística transparente de donación, libre de extensiones inertes de plástico
flotante, que lo único que hacen es destrozarnos ese horizonte de confianza, que
todos nos merecemos por propia dignidad humana. Nadie puede truncarnos esta
ilusión, ya sea por tierra o por mar. Nos entristece observar esa gran reserva
oceánica hundida por nuestro afán contaminante. Por eso, nos alegra el espíritu
de esas gentes soñadoras que luchan por los destrozos, que trazan el comienzo
esperanzador del Decenio de las Naciones Unidas de las Ciencias Oceánicas para
el Desarrollo Sostenible, extendiéndolo hasta el 2030. No trunquemos su
desvelo. Si acaso, sumemos a su solidario compromiso, que lo azul es más
inmaculado que lo blanco, que las lágrimas son
más pulcras que las sonrisas y el amor más enérgico que la siembra de
terror.
El mar, la mar galáctica, esa que esconde un sinfín de
sensaciones, ha de fundirse en la pureza del verso, propiciando otros
abecedarios más del alma que de la tierra. Ellos, que conforman el territorio
poblado del agua, absorben alrededor del treinta por ciento del dióxido de
carbono producido por nosotros, amortiguando de este modo los impactos del calentamiento
global, y que además son clave en el sustento, por lo que requieren de nuestra
responsabilidad para frenar el deterioro de la calidad existencial. En
cualquier caso, tampoco es de recibo continuar alimentando todos los vicios
autodestructivos. Se nos demanda de otros comportamientos más responsables
hacia nuestro propio ambiente natural. De no tomar conciencia de aquello que
nos acompaña, se pondrá en riesgo la continuidad de nuestro distintivo linaje.
Porque, en definitiva, estamos llamados a hacer un uso sensato de las cosas y a
reconocer un cambio de actitud en el modelo de desarrollo global.
Personalmente, detesto este progreso de falsedad y
destrucción, que no deja a sus moradores tiempo para crear y menos para
recrearse en el buceo vivencial. Si las soluciones para una gestión sostenible
de los océanos –según Naciones Unidas- precisan de la aplicación de tecnología
ecológica y el uso innovador de recursos marinos; de igual modo, deberíamos
desterrar de nosotros ese afán posesivo y consumista, que lo único que hace es
esclavizarnos por completo. Desde luego, urge tomar otros hábitos más
comprensivos y naturales, dado que es mucho lo que está en juego, para no
corromper esa lírica que reviste la tierra con los océanos, y que en cierto
sentido representa, parte de esa evocación con la que todos revivimos.
Despertemos, pues, que lo que nos da vida es que en cualquier parte tenemos un
manantial de poemas (¡que dejen de ser penas ya!) donde saciar el esencia de
nuestro ser. No enturbiemos, pues, ese soplo cristalino con nuestras acciones
interesadas, vaya que las nubes nos ennegrezcan por siempre. Antes de que esto
suceda, regenerémonos madurando en el discernimiento.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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