jueves, 14 de octubre de 2021

Compartiendo diálogos conmigo mismo

Pasión que se torna fértil

 

(A Mariles  y Xando, que han decidido unirse y reunirnos, con la ternura del abrazo; a la luz del monte sacro y en comunión eucarística, para testimoniar la mística de su proyecto de nueva vida)

 

I.- EL MUNDO DE LAS EMOCIONES

 

La fuerza del ardor son las alas del querer,

querer hasta el extremo de alcanzar el fin;

que el coraje de un sentimiento se evalúa,

por la cuantía del esfuerzo y de la entrega,

y por la dulce emoción de sentirse amado.

 

Lo trascendente de coaligarse es venerarse,

revivirse mutuamente y entre sí los pulsos,

renacerse al lenguaje de los sueños vividos,

renovarse  e innovarse de afables miradas,

como estribo de consorcio y sostén de luz.

 

Solo hay que verse con el alma dispuesta,

cultivando el vivo abecedario del cuerpo;

esparciendo el sorprendente entusiasmo,

de dejarse atraer por la antorcha del deseo;

pues una vida es, todo aquello que atesore.

 

II.- EL ATRACTIVO DE LA UNIÓN PLENA

 

Percibir el llamativo fuego de fusión plena,

nos asciende a la dimensión  nívea del ser,

que mueve dos corazones en un sólo latir,

promoviendo el bien de sus descendientes,

como retoños nacientes de sana voluntad.

 

El amor como el amar se fusiona dinámico,

es enérgico como el río que rompe cauces,

resistente como el océano a sus mil oleajes,

vital a todos los contratiempos que surjan,

expresivo como el viento y de voz mansa.

 

Así, dos corazones en alianza que se hallan,

que deciden crecerse y recrearse enlazados,

que adoptan el darse y donarse en unidad,

y que optan en desvivirse por vivir unidos,

bordean el cielo cada día y el sol cada noche.

 

III.- EL BANQUETE NUPCIAL

 

Loar el banquete es verse en el otro y hallarse.

En el encontrarse siempre mana el alborozo,

pues se engendra el sublime gozo de la alegría,

donde toda presencia se revive en la verdad,

y toda ausencia se inmortaliza en su historia. 

 

Del convite nupcial florecen los recuerdos,

surgen y resurge el valor que se nos brinda,

que vale más que cualquier otro elemento,

ya que es posible compartir experiencias,

partirse de risas y repartirse entre mil besos.

 

No sin antes alabar unificados el agasajo

de comunión con Dios, siempre presente,

pues nada sucede sin su dúctil presencia,

que es lo que nos da aliento para avanzar,

y emprender con vigor de espíritu hogareño.

 

 

Víctor Corcoba Herrero

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