Todo lo que somos es el resultado de los dominadores para
desgracia nuestra
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Coincidiendo con el mes del día internacional de la familia
(15 de mayo), y teniendo en cuenta que es el vínculo que aglutina a las
sociedades, conocedor de que la misma familia humana padece dificultades
crónicas y atroces, más que en un mundo cambiante, en un mundo de dominadores,
se me ocurre recapacitar sobre la base del pensamiento libre, reconociendo que
es en la igualdad entre mujeres y hombres, y en la libertad de acción, como se
ayuda a crear sociedades más comprensivas y asociadas. Desde luego, no es de recibo vivir bajo el
signo de la indiferencia. Hemos de superar el virus de la resignación,
implicándonos (y aplicándonos) responsablemente, puesto que todo tiene
curación, es cuestión de querer hacer algo por el bienestar de nuestros semejantes.
Por desgracia, vivimos en una patología permanente. Somos una generación que apuesta poco por la
mente abierta, que permanece con el corazón cerrado en un horizonte que nos
insta a una exploración liberadora. Hemos
venido a caminar cada uno por sí mismo,
a crecer con el camino, a abrirnos a las novedades. No podemos
encerrarnos egoístamente y no propiciar libertad de miras, libertad de
movimiento, o lo que es lo mismo, libertad de pensamiento. Hemos vuelto a caer
en tantas dictaduras, que resulta bochornoso que los mismos dirigentes cultiven
ideologías tajantes, propias de una aptitud terca. Efectivamente, hay muchos
caminos para llegar a la cúspide. Por principio, falta comprensión y diálogo en
los tentáculos del pensamiento único, que actualmente impone (jamás propone) el
mundo de las finanzas. No hay posibilidad de razonamiento, sin duda no les interesa, porque lo que suele
ofertarse es un intercambio de favores e intereses para resolver los conflictos
generados por la misma clase pudiente, como pudiera ser reequilibrar el
crecimiento y aminorar las desigualdades.
Por otra parte, somos una generación que escucha poco.
Apenas tenemos tiempo para oírnos a nosotros mismos. Vivimos en una máscara
continua de absurdos, donde el poder maneja los abecedarios con sus períodos y
sus palancas de tensión, sin respetar
para nada la variada constelación que conforma la familia humana. Si no
se piensa de una manera determinada, la impuesta por el territorio de los que
mueven los hilos del poder económico, eres considerado como un ser
estrafalario, y por ende, formas parte del mundo de los excluidos. O sea de los
que no tienen voz, ni capacidad para pensar, ni ya mismo derecho a una vida
digna. Es la idolatría de los poderosos los que dictan las leyes, el propio
pensamiento, ellos piensan así, y piden que se actúe así y punto en boca. No
hay manera de entrar en el debate. Todo está camuflado por la mentira. Y así,
resulta imposible, avivar ninguna alianza. La gente que toma el poder, decide,
se equivoque o no, pero ella resuelve por todos.
El fantasma de la hipocresía alienta esta caprichosa
enfermedad. Los poderosos no sólo piensan por los demás, también se han creído
que son perfectos, hasta el extremo que
referencian la ética como una formalidad inherente a ellos mismos, en lugar de
despojarse de arrogancia para poder liberar a multitudes de familias oprimidas.
Prestar apoyo verdadero es más importante que nunca, ya sea para la persona
joven que busca un empleo (que es un derecho y un deber) para reconducir su
propia familia, como para los abuelos a los que se les niega asistencia social.
Podemos extender la esperanza de vida, pero será un verdadero infierno sino les
prestamos una atención adecuada. Se debe, pues, acrecentar oportunidades para
todas las personas de todas las edades, que revitalicen a toda una comunidad.
Todos somos necesarios e imprescindibles, sabiendo que únicamente hay una
fuerza propulsora: el deseo (sin ambiciones exageradas).
Estaría bien, que reflexionásemos sobre iniciativas diversas
que nos acercasen mucho más unos a otros, en pos de la creación de un mundo más
compasivo y hermanado. Colectividad que no sabe pensar por sí misma,
difícilmente puede salir adelante. Más allá de los obstáculos, germina el
compromiso de la persona como sujeto pensante. Evidentemente, el pensamiento
mueve montañas, porque al final todo se clarifica. Tenemos que abrirnos al
entendimiento para superar tantas contrariedades y dejarnos transformar por
otras fuerzas más libertadoras. Ahí está el mundo de las finanzas
deshumanizando, oprimiendo (y reprimiendo) a la ciudadanía. Tampoco se puede
vivir en el mundo de la apariencia. A la vida hay que darle sentido humano,
renovación de pensamiento, para poder discernir la realidad, y que ese entorno
real, promocione en verdad una existencia de dignidad para todos. Hoy no existe
esa dignificación como desvelo. Todavía existen multitudes de ciudadanos
totalmente excluidos de los beneficios del progreso y relegados a ser personas
abandonadas. ¿Habrá injusticia mayor?. Prolifera tanta incoherencia entre lo
que se dice y lo que se hace, que hemos dado normalidad a la cultura de la
exclusión, hasta convertirla en una mentalidad pasivamente aceptada.
No hay
mayor mentira que la verdad mal entendida. Por consiguiente, la familia humana
debe reaccionar más allá de las diferencias de culturas y opiniones políticas.
Para fraternizarse hace falta acaparar menos y repartir más. Nos falta además
ese sentido colectivo, de verdadera conciencia social. La misma solidaridad
entre generaciones, en demasiadas ocasiones, es verdaderamente nula. Creo que
nos falta convicción en la búsqueda y trabajar al unísono por la especie.
Economía que trabaja por hacer más ricos a los ricos, en vez de hacer menos
míseros a los pobres, no merece la pena que exista. El caso de un grupo de
pescadores del sur de la India, convertidos en esclavos de una deuda que nunca
podían pagar y que, muchas veces, pasaba de padres a hijos, es la situación de
muchas familias actuales. Organizados en una cooperativa y, ayudados por las
Naciones Unidas, ahora se han deshecho de ella y pueden vivir desahogadamente.
Este es un claro testimonio que nos insta a trabajar unidos, con una mayor
cooperación, que ha de pasar por garantizar recursos suficientes para los
países menos adelantados.
Cuando las personas sean el elemento central del desarrollo,
será cuando comencemos a salir de este caos que nos enferma. Contrariamente a
lo que se pregona, cada día son más las familias sin oportunidades de
realización, que no pueden expresar sus inquietudes y mucho menos adoptar
decisiones de cambio en sus vidas. Se encuentran atrapadas por las deudas, con
una pobreza galopante, y lo que es peor, con el entusiasmo perdido. Junto a
estos desajustes enfermizos hemos de reconocer que sufrimos un profundo
raquitismo en valores morales, es el efecto de una cultura altiva, poco
dialogante, y por ende, nada crítica con las situaciones injustas. Por ello,
deberíamos conciliar otros propósitos,
lo que requiere de un alto grado de generosidad, puesto que hemos de
disolver la cultura actual del derroche para unos y de la miseria para otros,
concentrando el esfuerzo en el conjunto de la propia especie humana. Hasta
ahora, todo lo que somos es el resultado de los dominadores para desgracia
nuestra. Nos han dirigido a su antojo y a su capital de intereses. En consecuencia,
ha llegado el momento de los cambios, es la hora de las rupturas. Necesitamos
renacer, aunque sea de las cenizas.