No es tiempo para lamentarse
“El triunfo radica en convencerse y en vencer el temor al
naufragio”
No es tiempo para
lamentarse, sino para reparar el daño hecho a ese universo armónico y
fortalecerse en nuestras relaciones humanas, si en verdad queremos rehacernos y
vivir. En consecuencia, entiendo que ha llegado el momento de hacer presente la
ecuanimidad y la entereza en nuestras propias existencias, que siempre son
mejorables. La cuestión es poner empeño en nuestros hábitos, hacerlos más
éticos y saludables, el no abusar de nada y en utilizar la moderación como
norma, máxime en un momento en el que más de un millón de especies se hallan en
riesgo de extinción, en parte por esa degradación, tanto en tierra como en mar,
gestada como fruto de nuestra propia actividad humana. Por desgracia, la
biodiversidad de la tierra, su gran riqueza de vida, está disminuyendo a un
ritmo jamás visto. Deberíamos, pues, corregir nuestro propio entorno,
modificando actitudes, recomponiendo modos de actuar, porque el coronavirus
paraliza el mundo, pero no el cambio climático, ya que las concentraciones
atmosféricas de dióxido de carbono han continuado aumentando hasta alcanzar
registros sin precedentes, según la Organización Meteorológica Mundial. Tal
vez, este espíritu de fracaso, nos sirva como una gran oportunidad para empezar
otra vez con más voluntad y mayor inteligencia.
Indudablemente, estamos obligados a restablecer horizontes
más poéticos que los actuales, donde la vida sea abundante, porque el amor nos
reavive en cada esquina, con un aire enfocado al bien común y con la garantía
de que se logre otro brío menos derrochador. Necesitamos sanar y enmendarnos
ante la codicia desenfrenada del consumo. También precisamos conservar la
memoria y repensar sobre lo actuado. De igual modo, requerimos romper cadenas
que nos esclavizan y coger aliento para acabar con actividades y propósitos
destructivos y ociosos. En cualquier caso, no podemos continuar en este vacío,
sin apenas tiempo para reposar y detenerse, pues si vital es caminar, también
es fundamental pararse, aunque solo sea para recordar y verse en una casa común
como miembros de un mismo linaje. Por consiguiente, creo que todas las
celebraciones son necesarias; y, en este sentido, aplaudo el mejor ejemplo de
solidaridad entre naciones, la cooperación Sur-Sur, una manifestación de
solidaridad entre pueblos y países que contribuye al bienestar de las
poblaciones, su independencia colectiva y el logro de los objetivos de
desarrollo acordados internacionalmente.
Teniendo en cuenta las circunstancias actuales, este tipo de
colaboraciones son ahora más necesarias que nunca; sin obviar, además, que
vivimos en un mundo donde la interdependencia se vuelve cada vez más
conflictiva. De esto tampoco hay que lamentarse, sí que hay que corregirse. La
humanidad requiere más unidad que nunca, al menos para definir y defender
juntos, en un mundo cada vez más peligroso e impredecible, la supervivencia del
linaje. Si con la pandemia de COVID-19 se ha puesto en evidencia la fragilidad
de los eslabones de valor mundiales existente y la vulnerabilidad de los
países, con la falta de acción común en ámbitos tan esenciales como la
seguridad de una nación, también se genera un ambiente de inseguridad global
verdaderamente preocupante. Ojalá aprendamos a rectificar antes de que sea
demasiado tarde, obviamente todo depende de nosotros, de nuestro desvelo y afán
por las acciones comunes, por hacer realidad un mundo fraterno, donde nadie
quede arrinconado, y cada vez sean más las voces que piden a los gobiernos usar
los planes de recuperación pos-COVID19 para crear economías sostenibles. Al fin
y al cabo, el triunfo radica en convencerse y en vencer el temor al naufragio.
Quizás nos hayamos acostumbrado a luchar poco por mejorar
nuestra vida, avivando ese soplo de cansancio que nos quita la esperanza de
batallar por un mundo más habitable y menos desigual entre sus moradores. Vivir
lamentándose permanentemente no es de recibo. Se requiere actuar y esforzarse
por volverse piña, por rehacerse en familia, por repararse y restaurarse el
corazón, por verse y mirarse el alma, que es, sin duda, la mejor recuperación
para fortalecerse, pues si la pandemia nos está empujando hacia la peor
recesión en décadas, nada está perdido cuando se impulsa con tesón la justicia
social y se promueve en unión, hojas de ruta para un futuro centrado en el ser
humano. A poco que retornemos a experiencias vividas, nos daremos cuenta que la
acción permanente y concertada de los gobiernos y de los representantes de los
empleadores y los trabajadores es esencial para alcanzar ese clima de sosiego
que todos nos merecemos. Con lamentarnos nada se consigue. Desde luego, resulta
preciso actuar cuanto antes para aprovechar las oportunidades que la vida nos
tiende y afrontar los retos a fin de construir un porvenir de realización
laboral, inclusivo y seguro, con empleo gratificante libremente elegido y
dignificado para todos. Ese porvenir profesional, será el que ponga fin a la
pobreza y no deje a nadie atrás, muriéndose en los lamentos.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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