La poética del sí a la palabra
(Un corazón sereno y perseverante, sabe que esto es crecerse
y amarse, darse vida y donarla)
I.- NACER DEL ESPÍRITU ES COMENZAR A VIVIR
Esta mañana me he propuesto conquistar el camino
del aire y dejarme oír a través de sus mil abecedarios
francos, aquellos que reposan en las venas vivas
del empeño, para encaminarme hacia el galáctico
reino de la verdad,
donde todo es bondad y valor.
Anhelo con el alma, que la luz entre en la sombra
del cuerpo, con la docilidad de la rosa que se abre
al cielo, pueda florecer al encanto níveo del amor,
sostenernos y sustentarnos en la espiración divina,
unidos al Creador, composición que nos alegra y vive.
No me gustan esas vistas encerradas, ni esos muros
levantados que nos separan, ni tampoco las barreras
que nos inventamos los humanos para destruirnos,
prefiero sentirme libre como las crestas de las olas,
para hallarme con el coraje de un soñador despierto.
II.- LLENARSE DE GOZO ES NACER AL AMOR
En este asombro permanente me crezco y renazco,
me asciendo cada aurora a la mística de lo que soy,
un visible manto de tierra junto a un invisible hábito
de sentimientos, que muestran la evidencia del ser,
un latido de Dios en nosotros, el compás de Cristo.
Todo ha de ser regocijo, el Jesús de la expectativa
nos coloca en situación, al despertar la alborada,
sólo hay que respirarle hondo y sentirse acompañado,
por el deseo de vivir y desvivirse por querer amar,
pues nada es sin afecto, la gracia está en apasionarse.
Lo trascendente es coexistir en el gozo del verbo,
lo hemos de conjugar a diario, en todos los tiempos
y para todas las edades, sin olvidarse de ninguno.
Conmoverse por los demás, como llorar de alegría:
es un modo de fortalecerse, una manera de repararse.
III.- CON EL SÍ DE
VIVIR POR SIEMPRE Y PARA SIEMPRE
No perdamos el tiempo con cien historias agónicas,
impulsemos el sí de María que nos abre las puertas
con el sí de quien nos ha redimido, eximiéndonos
de toda torpe caída, pues es un sí que nos levanta,
que nos recrea y crea y asciende al verso de la cruz.
Pongamos brío en la balada del sí, queriéndonos más,
situémonos en el itinerario para el que se nos llama,
asentémonos en la acción
de transitar en el poema,
abandonando todas las míseras miserias mundanas,
siguiendo el ardor de la estrella que nos llevó al Niño.
Quita de mí esta llama, Padre, fórjese tu paz en mí;
deja en mí tu morar, Hijo, frágüese su entrega en mí;
retorne a nosotros, el santo Espíritu, hágase savia;
que todo germen es un sí a la esperanza, mientras
la muerte, es un no, que desdice el decir con el hacer.
Víctor CORCOBA HERRERO
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