martes, 1 de septiembre de 2020

Compartiendo diálogos conmigo mismo

Todos aspiramos a una vida luminosa

 

(Somos hijos del amor y, en el amar, está la luz que nos embellece)

 

 

I.- PERDER EL MIEDO A DONARSE

 

No tengo miedo a salir de mi mismo, a poblarme de sueños

y a despoblarme de apatías, a resistir para derrumbar muros

y a no consumirme en el llanto de los días, pues el mandato

de sentirse fuerte nos obliga a sofocar tantas lágrimas vertidas,

como voces de muerte sembradas y desesperación esparcida.

 

Hay que volver al verso, a la pureza de los latidos del alma,

a tejer otro vivir más en Dios para en Dios morar en espíritu,

que es lo que nos renueva por dentro y nos mueve hacia fuera,

en esa búsqueda permanente que nos hace volver a su edén,

lejos de todo poder mundano y cerca de su celestial gloria.

 

A ese laurel místico se retorna vivo, provisto de humildad

y desprovisto de mundo, previo patear todos los caminos,

para entrar en cada rincón y tocar las heridas de los hermanos,

tendiéndoles la mano, extendiendo el abrazo, secando lloros

y dando aliento, ocultando sus torpezas, que son las nuestras.

 

II.-  GANAR EMPUJE PARA LLEVAR LUZ

 

Hay que hacer familia para ganar empuje y sustentar vidas.

Cesen los mil atropellos del día, manténgase los respetos,

la consideración hacia toda vida, la estima de cada pulso,

dignifíquese cualquier mirada y ennoblézcase su perspectiva,

pues cuanto más atrás se divise más adelante se podrá ver.

 

Hemos de sostener existencias, todas llevan impresas la luz.

No devoremos el albor, mantengamos el ánimo vivencial,

conservemos tan hondo amor, perseveremos en sus latidos,

apacigüemos los enfrentamientos que nos ensombrecen,

pues ensombrecidos no hay estrella que se deje vislumbrar.

 

Cuando falta el rayo del poema, todo se vuelve tenebroso,

resulta inalcanzable diferenciar lo auténtico de lo aparente,

descubrir la senda que nos lleva al horizonte de lo sublime,

frente a otras que nos hacen dar vueltas y revueltas sin más,

sin una dirección exacta, movidos por un sentimiento ciego.

 

III.- A TI LLAMAMOS, MADRE, LOS DESTERRADOS

 

Madre compasiva, ayúdanos en nuestro transitar por la tierra,

para que reconozcamos en la cruz el gran amor del Redentor,

Hijo tuyo y Señor nuestro, abriendo los sentidos a la Palabra,

cerrándonos a nuestras tristes miserias, para que Él y sólo Él,

sea el horizonte que hemos de abrazar con la dicha de poseer.

 

Asístenos, Madre celeste, en intensificar en nosotros el deseo

de continuar sus pasos, de ensanchar sus paradas en oración,

de prolongar nuestra historia prologada por su gran hazaña,

de atraernos hacia sí para salvarnos y de llevarnos consigo

hacia el Padre, al que hemos de mirar con los ojos de Jesús.

 

Laborea en nuestro hacer cotidiano, Madre del buen consejo,

el consuelo de sentirnos amados hasta el fin de nuestros días,

el alivio de sentirnos acompañados y acompasados siempre,

para construir una ciudad tan tierna como el más nítido vergel

y tan eterna como el vivificante arte de los corazones unidos.

 

Víctor CORCOBA HERRERO

No hay comentarios: