Todos tenemos un horizonte que abrazar
“Lo auténtico, al final, siempre nos embellecerá y acabará
por esclarecer la oscuridad”
Todos tenemos un horizonte que abrazar, un camino que
recorrer y un andar que no puede desembocar en la arrogancia; pues, por si
mismos nada podemos hacer. Hemos de conjugar edades con voluntades porque, cada
etapa vivencial, tiene su abecedario a compartir. De siempre las personas
mayores han desempeñado un papel importante en la sociedad como orientadores.
Sin duda, la experiencia del caminante es la mejor cátedra viviente, no los
descartemos. También los jóvenes cuentan con un estado de ánimo y con una
fortaleza soñadora, verdaderamente necesaria, a los que no se les puede cortar
las alas tampoco. Asimismo; los mismos niños con ser niños, de igual forma nos
enseñan lecciones de humanidad y de ternura imborrables, que realmente nos
entusiasman y nos impiden envejecer. Efectivamente, hace tiempo que yo mismo me
he propuesto desdibujar el número naciente y cultivar mejor el corazón, para
crecer en vida; ofreciendo aliento, brindando amor, celebrando la obra
misteriosa que deja la huella sembrada.
En verdad que somos gentes de paso, pero el surco sembrado quizás
permanezca por siempre.
La siembra ha de hacerse conjunta y ha de rehacerse cada día,
lo que requiere escucharnos más, respetarnos siempre y considerarnos familia.
No tiene sentido rebelarse, ansiar la independencia, mostrarse ingrato,
celebrar la emancipación del soberbio, tener envidia del análogo que nos
acompaña; ya que todos estos son vicios de difícil curación, muy extendidos entre los moradores y sin
analgésico para calmarnos. Desde luego, si en verdad queremos volver al
sosiego, quizás tengamos que hacernos más autocrítica entre nosotros, cuando
menos para mostrar ese cambio en el destino armónico de la humanidad. Hoy en
día, por desgracia, faltan liderazgos que nos unan y reúnan como una piña.
Ojalá aprendamos a lamentarnos menos y a alegrarnos más de los avances ajenos.
Precisamente, el día que aprendamos a compartir estos progresos, sobre todo el
de donarse a los demás, el de tener el alma abierta para requerir y atender
consejos, terminando con esta nefasta actitud de suficiencia, habremos
alcanzado esa paz que todos nos merecemos, como seres de vida y no de muerte.
Desde luego, la utopía, vital para imaginarse otro mundo más
hermanado, está en la perspectiva que tomemos a la hora de caminar bajo el
mismo techo. Ciertamente, ninguno tenemos idéntica misión, la cuestión es
complementarse, trabajar fusionados y hasta cultivar el ocio mancomunados. No
hay mejor ensueño que enhebrar latidos en comunidad, que ilusionarse con mil
visiones y ver la vida desde diferentes ángulos, que es lo que nos da fortaleza
y ganas de vivir. Aliviarnos de las miserias humanas es otra de las prioritarias
tareas que hemos de llevar a efecto. Como dijo en su tiempo Gandhi, cuya estela
por cierto se ha convertido en fuente de inspiración humanística: “la no
violencia es la mayor fuerza a disposición de la humanidad; es más enérgica que
el arma de destrucción más poderosa concebida por el ingenio del hombre”. El
buen ejercicio de la sensatez no precisa de la barbarie, porque no parte de un
órgano de piedra. Será bueno, por consiguiente, tomar otros rumbos menos
turbulentos, comenzando por ser menos excluyentes con nuestro propio linaje.
A propósito, cuesta entender que más de cien agencias de
asistencia a refugiados nos llamen a que se incluya a estas personas en las
redes de protección social y a que les brinden servicios para enfrentar la
pandemia del coronavirus. ¿Dónde ha quedado nuestra humanidad? Puede que
necesitemos otro espíritu más valiente, ante la desbordante multitud de
príncipes de las tinieblas que nos acorralan, pero esto siempre fue así, la
lucha cotidiana contra la mundanidad jamás ha cesado, lo importante es
permanecer firmes a la verdad y en guardia como auténticos poetas. Lo
auténtico, al final, siempre nos embellecerá y acabará por esclarecer la
oscuridad. La armadura del ánimo es el mejor escudo para abrazar ese horizonte
que nos hermane. Que nunca nos gane la pereza la batalla, el dejar hacer sin
implicarnos. No se puede ser caminantes sin trabajar continuamente por ser
equitativos en ese camino, por el que todos hemos de ir, conviviendo, en paz
con nosotros mismos y en concordia con los semejantes. Quitemos, por tanto, las
flechas que nos envenenan y proporcionemos la mejor de las sonrisas que nos
arrojan en la noche las amapolas celestes. Sin duda, para ello, hemos de querer
ser poesía, en absoluto poder.
Víctor CORCOBA
HERRERO / Escritor
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