martes, 25 de mayo de 2021

Compartiendo diálogos conmigo mismo

La comunión humana nos de ojos nuevos

 

(Necesitamos el llamear de la conciencia, porque sólo el celestial fuego nos exonera de lo mundano, glorificándonos con la sabiduría del corazón)

 

I.- EL ESPÍRITU DE DIOS NOS SALE AL ENCUENTRO

 

Mientras el espíritu de Dios habita en nosotros,

superando todo tipo de divergencias y paredes,

retrocedemos al cuerpo observador del poema,

tanto para renovar la fisonomía de las sendas,

como para rehacer en ella la cortesía del afecto.

 

Vuelva el soplo del Creador a nuestros caminos,

enraícese su aliento místico en nuestros andares,

cobre savia en el diario moverse y conmoverse,

como una barca de vela a la que le sobra aire,

pues si nos faltara viento perderíamos la fuerza.

 

Necesitamos de la energía vivificante del pulso,

para sentir la voz de ese Maestro que nos habla,

que nos enseña las rutas y nos recuerda la luz,

que no es otra que el caudal de amor preciso,

para instaurar el cielo aquí y restaurar el edén.

 

II.- LLENARSE DEL ESPÍRITU DE DIOS NOS DA ALIENTO

 

Colmarse del nervio divino es la mejor calma,

la mayor quietud para apagar toda inquietud, 

la menor dolencia para encender el entusiasmo,

que es lo que en realidad nos forja a florecer:

pletóricos con el alma, cargados de esperanza.

 

Ocuparse de aclamar al Señor y hacer silencio

para oírle y escucharle, es ceñirse de bondades

y desenvolverse de las maldades, regenerarse

con mansedumbre y reponerse con la ternura,

pues lo vital radica en el quererse y en el amar.

 

Sólo así podremos reencontrarnos y hallarnos,

cuando menos desvividos por sembrar poesía,

ante todo aquello que nos asombra y nos vive,

ayudándonos a ser oratorios dinámicos del ser,

y testigo fiel y perseverante del verbo en verso.

 

III.- EL DEBER DE CONSTRUIR UNA REALIDAD NUEVA

 

Cada instante es un período de transformación,

de formación interna de uno mismo para crecer,

de evolución conjunta y de revolución social,

de vivencias dadas y de avenencias ofrecidas,

de sueños compartidos y de ensueños vertidos.

 

Vivimos en un mundo muy herido, que sufre,

que lleva la cruz de nuestras miserias humanas,

el descarte más cruel y la exclusión permanente,

la violencia del poder y el poder más putrefacto,

lo que nos exige cambiar de corazón y de latido.

 

Nos atañe a todos la obra, nadie queda a salvo.

El referente Jesús como camino, verdad y vida.

Hagámonos pequeños para ser grandes después.

Activemos la coherencia entre el decir y el hacer.

Fragüémonos en hogar, como familia en familia.

 

Víctor CORCOBA HERRERO

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