La educación como tarea colectiva
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Me gustaría que leyeran este artículo aquellas personas que
no quieren instruirse, que se han negado a enderezarse y no desean aprender,
que están salvajes como ese campo sin ararlo y que quieren proseguir el camino
sin despertar el intelecto. Cultivarse es algo admirable, sobre todo cuando nos
enseñan a pensar, para bucear por nuestros interiores, o a sentir el contacto
con nuestros semejantes de manera respetuosa para poder convivir. No hay mayor
tesoro que poder educarnos para la vida que nos espera, para la convivencia que
nos aguarda, para el discernimiento de la justicia como conciencia, para ser
excelente persona cada día en definitiva. Por consiguiente, yo les diría a los
individuos que no quieren dejarse sorprender por la sapiencia, que al final somos
lo que la educación hace de nosotros. Porque hasta para reflexionar, precisamos
saber mirar; y, para ver, también requerimos de un afán, la búsqueda
permanente. Y, en esa exploración verdaderamente hermosa, se precisa la
colaboración de todo un pueblo.
Los maestros, las familias, ¡todos!, son los primeros que
han de permanecer abiertos a la realidad circundante. Sería bueno, por tanto,
que coincidiendo con el día mundial de los docentes (5 de octubre), la sociedad
toda unida, reinventase un nuevo entusiasmo para ganar la apatía de esos seres
en formación, que pudiendo formarse rehúyen de hacerlo. Ciertamente, cuesta
entender que haya tanta dejadez social, ante el alma tan tierna de un niño, al
que podemos destruir o, por el contrario, templarlo para que pueda salir airoso
ante las dificultades de la vida. Por otra parte, aún hay otros países, que
para alcanzar el objetivo de la educación primaria universal de aquí a 2020, se
necesitarán contratar a un total de 12,6 millones de maestros, según datos recientes
del Instituto de Estadística de la UNESCO. También se olvida la sociedad que,
educando a los niños de hoy, no será necesario castigar a los adultos del
mañana. Mi consejo, pues, que se dejen instruir para embellecerse y verán luego
el gozo que sienten, amarán más la vida y se amarán mejor. Piensen, en todo
caso, que nunca es tarde para engrandecerse y abrirse a la plenitud de la
existencia.
Deberíamos acusarnos todos, ante esos niños que no quieren
aleccionarse, tanto sea por desgana propia del educando como por falta de
incentivos en los recursos o docentes. La docencia es una cadena de transmisión
de la civilización, que ningún país debe obviar, en la medida que su actuación
nos hace avanzar o retroceder. Por eso, es una buena noticia que el eje de la
Agenda de Educación 2030, considere como primordial objetivo "una
educación de calidad inclusiva y equitativa, y promover las oportunidades de
aprendizaje permanente para todos". Indudablemente, todo debe girar
alrededor de la formación y, en este sentido, los docentes juegan un papel
vital. ¿Quién no recuerda a sus buenos maestros? Por desgracia, una buena parte
de los jóvenes de hoy son unos violentos opresores, suelen ser irrespetuosos
con todo, contradicen a sus padres sin miramientos alguno y le faltan al
respeto a sus docentes en cualquier momento. No importa el sitio ni el lugar,
son ingratos; y, por curioso que parezca, también son un buen puñado los que
aspiran a vivir del cuento. Al final, cuando la vida les injerte los primeros
palos, recordarán aquellas enseñanzas de las que pasaron, y con gratitud
evocarán aquellos que les abrieron los ojos. Pero ya será tarde para enmendar
comportamientos y sufrirán, por su ignorancia, las mayores servidumbres.
Ha llegado el momento que todos, gobiernos y comunidades
internacionales, familias y sociedad en general, apoye unánime a los docentes y
al aprendizaje de calidad en todo el planeta, especialmente en aquellos ámbitos
que cuentan con el mayor número de niños sin escolarizar. A fin de cuentas, la
eficacia de cualquier sistema educativo depende de la formación de sus
educadores. Por tanto, todos debemos apoyar a
los docentes, para que esas personas que no quieren saber nada de
libros, puedan sentirse libres, vean en sus maestros, personas integradoras e
integrales, que aparte de predicar con el ejemplo, son efectivos guías
motivadores, hasta el punto de enseñar a la gente que no quiere, ascender a la
autonomía de la libertad que es lo que la educación injerta, sin darse cuenta
de que está aprendiendo. Con razón el porvenir está en manos del auténtico
docente y, mucho más, en todo el pueblo que también educa.
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