Algo más que palabras
Vuelva el corazón a nuestro diario de vida
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Es público y notorio que cada día nos movemos más por
nuestros instintos, despojados de toda cuestión ética, lo que resulta de una
gravedad tremenda. Andamos presos por la inmoralidad, atados a ideologías que
nos aborregan, y somos cautivos de la
manipulación política y económica, por lo que es muy difícil hacer piña en
común para sentirse colectivamente bien. Cuando perdemos el sentido humano todo
se desmorona, hasta la misma sintonía de vivir y dejar vivir, conforme a la
regla del auténtico amor. Por desgracia, los moradores de este mundo estamos
perdiendo los auténticos hábitos de hacer y dejar hacer, por el bien de todos,
sin más abecedario que la verdad y la justicia como sentimiento aglutinador.
Las corazonadas son las que nos mueven los instintos, pero
necesitamos corregir los errores que podamos tener con la decencia, por eso es
tan importante cultivar el arte de vivir ofreciéndose para ser dichoso. Lo que
ha sucedido es que todo lo hemos relativizado hacia lo indecente, en nombre de
una farsante tolerancia, y lo que hemos abierto es la puerta a lo inhumano. Las
gentes caminan sin corazón, y lo que es peor, sin la honradez del camino. Esto
es de una gravedad enorme, hasta el punto que andamos pasivos en un mundo que
es de todos, y que hemos de hacerlo entre todos, de ahí lo vital que es
integrar criterios éticos en los sistemas y decisiones.
Aún son muchas las personas que se ven privadas de derechos
básicos, a las que no se les permite ser dignos protagonistas de su propio
destino. ¿Qué menos que ser dueños de nosotros mismos?. Puede que, en los
últimos años, cerca de ciento cincuenta millones de personas hayan superado la
pobreza extrema gracias a los programas de protección social, y está bien poner en valor la solidaridad,
pero además hemos de activar el brazo del universo moral para dar cognición a
nuestra existencia. No podemos caer en la apatía y mucho menos en la desgana,
ante el aluvión de injusticias que nos acorralan, fruto de la pobreza moral que
nos invade por todos los rincones del planeta. Siempre hemos de pasar a la
acción, por muy inmersos que estemos en la oscuridad, estamos hechos para la
solidaridad y para ser heraldos de los que no tienen voz, con un mensaje de
acompañamiento y esperanza.
Sin corazón nada es lo mismo, la misma estructura social va
hacia la derrumbe. Esta sociedad mundana, endiosada al poder y esclava del
dinero, no puede progresar porque ha hecho de la inmoralidad una forma de
ordeno y mando. Esta es la cuestión gravísima. Sálvese el que pueda. El mundo
necesita, ciertamente, escuelas de moral, para que seamos capaces de injertar
la ética en tantas bestias salvajes soltadas por el mundo con poderes
descomunales. La idea aristotélica de
que "nos volvemos justos realizando actos de justicia; templados,
realizando actos de templanza; valientes, realizando actos de valentía",
deberíamos ponerla en práctica con urgencia. Ahora bien, de nada sirven los
buenos presagios sino se universalizan.
La misma protección social, que podría ser una herramienta
de liberación para la gran mayoría de los pobres, pues resulta que muchos de
ellos, sobre todo de las zonas rurales, no
cuentan todavía con ningún tipo de cobertura. Las estadísticas de
Naciones Unidas nos dicen, al respecto, que "cerca del 80% de los más
pobres viven en las áreas rurales en los países en desarrollo, y no todas las
personas que viven en esas áreas laboran en la agricultura".
Indudablemente, esta inmoralidad que nos hemos trazado, junto a una economía
verdaderamente sin alma, no sólo daña vidas a las que confunde, también
destruye sentimientos y divide a la gente, porque margina y fomenta el caos, en
lugar de reordenar las prioridades de la mundializada especie humana.
Cada día, para desgracia nuestra, son más las personas que
necesitan asistencia humanitaria y protección, al parecer asciende actualmente
a cien millones, una cifra verdaderamente alarmante que nos deja sin palabras.
Es hora que dejemos de ocultar la verdad, y nos pongamos con más corazón, a
reconstruir una sociedad menos indignada moralmente, y sobre todo más
concienciada con sus semejantes. No cabe duda que la honestidad es el estado
moral más sublime. Sin embargo, vivir en contradicción con el propio espíritu
de uno es lo más insoportable. Pasa por no querernos. ¿Qué mayor destrucción?.
Por su propia placidez; las personas con corazón, aman mucho y, donándose, se
quieren más.
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