El arte de la atención
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
Es bueno prestar atención a la realidad que nos circunda, y
aún mejor asimilarla con lo vivido. Hacer memoria siempre es un acto saludable,
cuando menos para repensar sobre nuestra historia y tomar impulso. Cada día
hemos de empezar como si fuese el primero y el último. Indudablemente, esto es
un arte, pues como en toda obra de vida: hay existencias que nos gustan y otras
que, en absoluto, nos agradan. Quizás tengamos que ir depurándonos, y condenar
sin reservas, como en su momento fue aprobado por Naciones Unidas, todas las
manifestaciones de intolerancia religiosa, incitación, acoso o violencia contra
personas o comunidades basadas en el origen étnico o las creencias religiosas,
dondequiera que tengan lugar. Precisamente, este año el tema de las actividades
de conmemoración y educación del Holocausto en 2017 (el 27 de enero),
aniversario de la liberación de los campos de exterminio nazis, insta a los
Estados miembros a que elaboren programas educativos que inculquen a las
generaciones venideras a recapacitar sobre hechos que jamás debieron ocurrir.
Hoy más que nunca requerimos tomar el tiempo necesario para
hacer silencio, y volver sobre nuestros pasos, y sobre el camino de nuestros
predecesores. A veces hay que pararse, tomar aliento, respirar profundo y
recordar. Pero deseamos retener, prestar vigilancia a los acontecimientos, a
los de ayer y a los de hoy, con la única finalidad de que el ser humano deje de
ser un lobo para sí mismo y se humanice. No queremos que se haga presente el
mal. Tampoco el ojo por ojo, diente por diente. El hecho de que la educación
sobre el Holocausto tenga una dimensión universal, estoy convencido de que
puede servirnos como una plataforma apropiada para construir el respeto a los
derechos humanos, aumentar la tolerancia y defender nuestra humanidad común.
Cuidado con los extremismos. Ya sabemos de sus maldades. Las traemos a nuestra
memoria, pero no con deseo de venganza o como un incentivo al odio; sino como
un estímulo de cambio de actitudes. Añoramos ese mundo armónico, con justicia
para todos, para que puedan evitarse que se repitan los errores y los horrores
soportados, los terribles crímenes del pasado.
El mejor regalo que podemos hacernos unos a otros es nuestra
atención integra ante una realidad tan compleja como la que vivimos en el
momento actual. Recordemos al poeta y prosista español, Antonio Machado, cuando
decía: "Poned atención, un corazón solitario no es un corazón".
Realmente, nos necesitamos todos para encauzar nuevos caminos de convivencia,
reafirmando la fe en la dignidad y la valía de todas las personas en exclusiva.
Nadie sobra, todos somos imprescindibles en este orbe. Los moradores de este
mundo han de tener en cuenta la advertencia que nos legaron las víctimas del
Holocausto y el testimonio, siempre cruel, de los supervivientes de las
infinitas contiendas. Cada guerra que propiciamos, ya deberíamos saberlo, es
una destrucción del alma, un fracaso de toda la humanidad, que vuelve necio al
vencedor y vengador al vencido. Nuestras historias como especie pensante han de
darnos la luz precisa para hermanarnos. Sin embargo, la tensión en el mundo,
lejos de decrecer, aumenta. Solo hay que ver la cantidad de personas desoladas
que huyen de auténticos calvarios. El mismo mar Mediterráneo lo hemos
convertido en el mayor cementerio humano. Ante esta aluvión de vergonzosos
escenarios, deberíamos tener el valor y la valía de interrogamos, de escuchar
con atención tantos lamentos, para responder serenamente, y no lavarnos las
manos como Pilatos.
Por eso, en un momento en el que faltan liderazgos sólidos
que aprovechan los oportunistas, conocidos como antisistemas, para lanzar
mensajes verdaderamente preocupantes en ocasiones, aprovechando el miedo de la
gente a un futuro incierto, deberíamos cuando menos aguzar el oído. Nos
conviene prestar atención a lo qué dicen y a sus actuaciones. En otro tiempo,
los nazis utilizaron la propaganda para ganar un amplio apoyo electoral en la
joven democracia de Alemania, después de la primera ofensiva mundial. De ahí,
lo transcendente que es analizar y buscar la verdad en todo. No hay que dejarse
manipular y muchos menos adoctrinar, aprovechándose de la crisis que vivimos.
En efecto, la política no puede sustentarse en el ordeno y mando, en el poderío
sin más, ha de sostenerse en el diálogo permanente. No sé lo que nos viene
sucediendo, pero todos los problemas, que por otra parte siempre los hemos
tenido, deben solventarse con la plática, conversando mucho y bien. Sirva como
testimonio, la manera que tiene el Papa Francisco de tender puentes; de mediar,
sin cobrar peaje alguno, poniéndose al servicio de las partes en conflicto.
El recelo, la desconfianza, tampoco puede hacernos perder
nuestra inherente humanidad. Pongamos voz a los que no tienen voz, inclusive a
nuestros propios relatos vividos, y callemos cuando no tengamos nada que decir.
Esta es la cuestión. En guardia siempre para prever los desastres y proveerlos
de caridad. Seamos caritativos. Impliquémonos en la solución. Hagamos de la
solidaridad un lenguaje frecuente. A veces causan pavor algunas noticias que
necesitan, con premura, nuestro auxilio. Este suceso mismo no se hubiera tenido
que producir si actuásemos con prontitud. Sus vidas deben llamarnos la
atención. No hemos sido diligentes. Han tenido que suicidarse novecientos
agricultores el año pasado en la India debido a las deudas contraídas por sus
plantaciones de algodón, para que más de tres millones de campesinos que
dependen de este producto en el estado de Maharastra, cuenten ahora con una
esperanza para sobrevivir gracias a un proyecto del Fondo Internacional para el
Desarrollo Agrícola. La comunidad internacional, y ojalá en un futuro próximo
sea una autoridad mundial, la que dote cada vez más de principios e
instrumentos jurídicos que permitan prevenir y luchar contra fenómenos que nos
deshumanizan.
Deberíamos reconsiderar que toda vida humana, tiene un valor
irrepetible, y como tal, las instituciones han de salir al encuentro de toda
existencia y responder humanamente. De lo contrario, seguiremos con ese espíritu
maligno que nunca impulsará a nadie al bien, inhumano y frío, de no hacer nada
a pesar de los sollozos que recibimos. Ciertamente, cuesta entender la poca
atención a la vida humana, especialmente la que tiene mayores dificultades, o
sea, la del enfermo, el niño, el anciano. Para desgracia nuestra, el
pensamiento dominante es la falsedad en todo, pues matar es lo mismo en el
pensamiento antiguo que en el pensamiento moderno. La violencia y los
ofuscaciones que nos llegan a diario son un cruel memorándum de que debemos
hacer más por la promoción de los derechos humanos, la prevención y la defensa
de todos. Globalizado el mundo, tenemos que unirnos los seres humanos, poner
fin a los ciclos de discordia, para crear un ambiente armónico en el que
imperen la inclusión y el respeto mutuo.
Por consiguiente, al igual que de las tinieblas del
Holocausto y de las crueldades de la Segunda Guerra Mundial surgieron las
Naciones Unidas, ahora ha de renacer un nuevo arte, el de no perder ripio, ya
no solo para obtener la seguridad alimentaria y garantizar que cada hombre,
mujer y niño tenga acceso a una dieta diversa de alimentos nutritivos, también
hemos de demandar una sociedad bien armonizada, lo que requiere de gobernantes
honestos y no autoritarios, investidos de legítima autoridad, para que nos
exhorten a ser coherentes con nuestras respuestas sociales, aunque sólo sea
para descansar satisfechos del camino recorrido.
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