Gracias por todas las gracias
Esta mañana, justo al romper el alba,
doblé mis rodillas, y me fui en busca
de mi mismo, para enredar los sueños
con el despertar de las olas, soñando ser
ala del viento, imaginando ser buque que salva.
De pronto, recibo el aire, respiro profundo,
y al abrigo del sol, mis labios se abren
en súplicas, ¡hondo es el desconsuelo!
pues aunque intento rescatarme,
me puede la triste dama de la tristeza
por la que muero en su presencia.
Antes de cerrar los ojos, pienso
refundirme con la luz, rehacerme
con la poesía, fenecer arropado
por el verso y nacer a la poesía.
Despojado, restituida el alma,
podré sentir a Dios conmigo.
A pesar de mis labios impuros,
las caricias de Jesús nos curan.
Su amor hacia todos nosotros
es de una ternura sin límites.
Nos toma de la mano, nos lleva
hacia sí, y nos anima a continuar.
Debo ser activo en el amor,
me digo, es cuestión de saber obrar;
también he de ser exultante en la alabanza,
pues la vida no es para verla pasar,
sino para beberla sorbo a sorbo y disfrutarla,
para compartirla y abrazarse y abrazarla.
Ciertamente, uno tiene que gustarse
para ser, paladearse para
sentir,
dejarse entusiasmar por lo vivido,
revivirse desde la aurora a la noche
en relación con los demás, y obviar el yo.
Pues nadie es nada sin el otro, sin los otros.
Sabemos que hemos venido por alguien,
que de alguien somos la parte y el todo.
Hemos de agradecer y merecer la donación.
Unas veces riendo, otras llorando,
pero siempre; siempre en gratitud, viviendo,
cada instante, aunque algún proceder tenga su cruz.
Víctor Corcoba Herrero
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