Nuestras continuas malas prácticas
“La obsesión por un estilo de vida consumista nos ha
devorado el corazón”
Todo depende de todo, hasta nuestra propia energía está en
manos de la salud del planeta; por cierto, bastante aquejado de nuestro modo de
actuar. Lo nefasto es que aún no enmendemos la locura que nos demuele.
Proseguimos destruyendo la diversidad biológica, echando abajo los bosques
naturales, contaminando las aguas, el suelo y el aire, arruinando zonas
húmedas, después de tantos años advirtiéndonoslo la propia naturaleza a través
del cambio climático. Este proceder, es un signo de inhumanidad y de pérdida
del sentido responsable por el entorno y por nuestros análogos sobre el cual se
funda toda sociedad civil. El egoísmo humano nos desborda, nuestra casa común
nos pide ayuda, y nos hacemos los sordos. La necedad y el interés nos han
vuelto irracionales. Realmente, causa pavor observar en algunos dirigentes la
aberración más arcaica, revestida de gestos violentos, que nos dejan sin
palabras. Siembran continuamente engaños y se quedan tan impasibles como una
piedra en el camino. Así se conjuga, una vez más, la pérdida del sentido de la
convivencia a vivir y dejar vivir. Mal que nos pese esta es la triste realidad,
que no es otra que una compleja crisis socio-humana-ambiental. La obsesión por
un estilo de vida consumista nos ha devorado el corazón. Desde luego, hemos de
apostar por otra continuidad viviente, tal vez la de un morar más en el verso y
en la de un desvivirse por vivir haciendo familia.
En consecuencia, tenemos que despertar y salir de esta jaula
de dominadores corruptos. No hay desarrollo con exclusión, ni espíritu
democrático sin libertades; y, mucho menos aún, justicia con ausencia de
equidad. De lo contrario, retrocederemos en el andar y nuestra obligación es ir
siempre hacia adelante. Cada cual tiene el deber y también el derecho de hacer
la solidaria contribución de su paso por la tierra. Nuestro referente está en
aquellos progenitores que dedicaron sus vidas a enderezar caminos, con sus
buenas prácticas al servicio de la humanidad.
Nadie puede vivir armónicamente, mientras cohabite en nosotros la
pasividad ante la injusticia de un mundo tan desigual. No olvidemos que el
futuro de la humanidad depende del encuentro entre las gentes, al menos para
desenmascarar y rechazar esos poderes mundanos convertidos en el mayor negocio,
en lugar de ser servidores y justos guías. Toda la sociedad, y de manera
especial los gobiernos de los Estados, tienen la obligación de propiciar los
caminos del diálogo, donde todas las voces cuenten lo mismo, y así podamos
salir de la espiral autodestructiva en la que nos estamos ahogando.
Por consiguiente, hay que tomar otras prácticas, cuando
menos más justas y humanas. Nos merecemos un cambio de mentalidad y de modos de
obrar, un pequeño esfuerzo de todos trabajando juntos por hacernos respetar,
ante el actual modelo de avance que privilegia a unos pocos y elimina a otros.
Este ambiente humano, injusto a más no poder; así como el ambiente natural
degradado como jamás, requiere con urgencia otros estímulos, en los que
prevalezca el bien colectivo y el equilibrio originario, que es lo que
verdaderamente nos armoniza. Creo que debemos ocuparnos y preocuparnos mucho
más por defender la igual dignidad entre los seres humanos. Todo está
conectado. Y no es de recibo que algunos ciudadanos no tengan posibilidades
reales de superación, mientras otros como si realmente hubieran nacido con
mayores derechos, ni siquiera saben qué hacer con lo que tienen.
Lo suyo es tender hacia una universalidad que nos aglutine a
toda la especie hacia otras prácticas, y la dirección adecuada será que se
invierta en salud, con especial hincapié en la capacidad de los seres humanos
para adaptarse positivamente a las situaciones adversas, en educación, en
protección social y servicios básicos como agua potable y saneamiento. Sea como
fuere, la humanidad no puede sobrevivir descartando, deshumanizándose y
degradando su propio hábitat, ha de tomar otro espíritu más veraz y
responsable, de actuación siempre conjunta y con la consideración a todos los pueblos
y a toda la vida del planeta. Acaso, sea saludable un mayor hacer de las
culturas para reconstruir ese mundo cooperante, máxime en un momento de tantas
dificultades con la pandemia del coronavirus, con la pérdida de millones de
empleos, que se traducen en la mayor caída de los ingresos per cápita desde
1870. En todo caso, de continuar con las malas prácticas del instinto
avasallador, con la perdida de toda ética, va a ser difícil utilizar lo
conseguido hasta ahora con acierto, probablemente porque el inmenso crecimiento
de estos años anteriores no estuvo acompañado de un avance de la ciudadanía en
sensatez, valores y conciencia.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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