jueves, 23 de julio de 2020

Compartiendo diálogos conmigo mismo

Un mundo para todos

(Reunidos y unidos superaremos los desafíos globales)

 

I.-DE PERSONA A PERSONA

No hay mejor alimento que el aliento de la compañía.

Sentirse acompañado nos pone alas, nos saca miedos,

nos sitúa en la senda del amor y nos aparta de peleas.

Nos requerimos para ser un solo corazón en armonía,

que lo armónico es lo que nos asciende y trasciende.

 

Un ser junto a otro ser se complementa y completa,

crece en comunidad, se advierten y aprenden unidos,

vive el uno para el otro hasta desvivirse por hallarse,

encontrados hacen familia y reencuentran el gozo,

de sentirse un nido de comprensión que anida vida.

 

Si dejamos que las incertidumbres y temores ahoguen

toda audacia, es posible que, en lugar de ser creativos,

simplemente nos quedemos en la pasividad, cómodos,

sin provocar avance alguno y, en este caso, no seremos

participes de esa cultura del abrazo que nos merecemos.

 

II.- DIVERSOS ROSTROS

Cada persona tiene su identidad, el modo de mirar y ver,

su manera de concebir y de forjar la expresión vivencial,

la gracia del talento y el talante de legarse a los demás,

asumiendo que por nuestra propia naturaleza, más vale

cultivar el llanto en el porte que la mancha en el alma.

 

Volvamos a ese rostro de niño que Jesús nos ha donado,

no perdamos jamás la fuerza misteriosa de la inocencia,

aunque nos muevan a tortas y nos duerman a traición,

retornemos a ese espíritu cándido que construye sueños,

pues nada mejor que la dicha para engendrar el porvenir.

 

Persigamos ser una encendida humanidad reconciliada,

abandonemos todas las falsedades vertidas en las voces,

protejamos la evidencia del ser, resguardemos su pulso,

nunca renunciemos de ese instante en el que es posible

cambiar todas nuestras andanzas y regresar a lo auténtico.

 

III.- CONFLUENTES RASTROS

Las confluencias de los pasos nos enternecen y eternizan,

nos envuelven de latidos y nos vuelven al soplo de Dios,

porque la vida de cada ser es un camino hacia sí mismo,

un pasaje para el reencuentro y una paisaje para la gloria,

pues no hay silencio que no converse, ni retiro sin retorno.

 

Tampoco hay mejor surco que el dejado por fiel andarín,

dispuesto a talarse todo aquello que le ciñe y encadena,

y  a retener, sin embargo, aquello que le libera por dentro,

porque si reír rescata  y recobra al hombre de sus recelos,

cada suspiro es como una bocanada de aire que nos da aire.

 

Cuando nos venga la expiración, observaremos al mundo,

veremos las huellas dejadas y nos reconoceremos en ellas,

miraremos los surcos plantados con nuestras desventuras,

buscaremos a nuestro Redentor, abrazaremos su bondad,

y ya que el Señor es nuestro hacedor, tendrá compasión.

 

Víctor CORCOBA HERRERO

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